Jesús Habla y actúa con autoridad. Domingo IV del Tiempo Ordinario. El profeta llamado a transmitir el pensamiento y voluntad de Dios "con autoridad."

Alfredo Quinterio Campoy- Alejandro Fernández Barrajón

La primera lectura del Deuteronomio nos sitúa en una realidad donde el pueblo no se siente capaz de estar cara a cara con Dios sino más bien atemorizado de escucharlo directamente. Dios suscitará un profeta de entre los mismos israelitas, igual que Moisés; un profeta que pueda transmitir sus palabras, las cuales deben revelar el pensamiento y voluntad de Dios.

 El profeta está llamado a ser un siervo fiel; no podrá hablar ocurrencias imaginarias llenas de falsedad sino deberá adherirse a la verdad. Esa verdad le dará una identidad y confianza ante el pueblo. Deberá estar dispuesto a arriesgar su misma vida en el cumplimiento pleno de su misión. De ahí la importancia de entender que es portador de un mensaje de parte de Dios; este mensaje deberá traducirlo al pueblo siendo puente entre Dios y el pueblo. De ahí entendemos por qué Jesús expone sus enseñanzas en parábolas porque debe traducir el mensaje en la manera de comprender del pueblo.

En el Evangelio se habla de una manera muy destacada de la autoridad de Jesús. Podía ser un buen momento para reflexionar juntos sobre qué autoridad ha de ejercerse en la iglesia, entre nosotros los cristianos, para que sea una autoridad al estilo de Jesús y, por tanto, creíble y testimonial.

  La autoridad de Jesús se cimienta en la coherencia de su vida. Habla de lo que vive y vive lo que predica, por eso se hace creíble y muchos le siguen. No es la autoridad de quien ordena y manda porque sí, de quien acumula tanto poder que puede decidir sobre la vida de otros, de quien hace de su autoridad una plataforma de prestigio y de lucimiento personal. La autoridad de Jesús está construida desde su actitud de servicio que le lleva a lavar los pies a sus discípulos y a morir por amor en la cruz.

En la iglesia abunda de todo. Encontramos cristianos entregados y coherentes que no se cansan de buscar la verdad y de avanzar en su deseo de ser fieles a Jesucristo aun en medio de grandes renuncias y sacrificios. Encontramos también gentes que desde su condición de creyentes se dedican a descalificar, a convertir su confesión de fe en una propuesta política y partidista; cristianos radicales y fanáticos que se pasan la vida descalificando a los que no son de su cuerda.

 La cercanía de Dios es una cercanía poderosa de acompañamiento y liberación que se experimenta para poder entrar en una comunicación con Dios de forma directa y personal, quitando la mayor perturbación u obstáculo que es la del enemigo, así Reza el padre nuestro: líbranos del mal.

Con frecuencia nos escandalizamos de que haya todavía en el siglo XXI niños que no pueden alimentarse por el egoísmo y los intereses, pero después nosotros, en nuestra vida diaria, malgastamos de mil maneras, compramos cosas innecesarias y apenas nos comprometemos en la justicia colaborando con alguna entidad benéfica o con las obras sociales de la Iglesia para que los más desfavorecidos puedan disfrutar, al menos, de lo imprescindible. En la Unión Europea se tiran todos los días miles de toneladas de comida a la basura. Nos quejamos de que estamos en crisis, y es verdad que mucha familias lo están pasando mal por culpa de esta terrible pandemia pero, a la vez, seguimos consumiendo sin medida y vivimos en general bastante despreocupados de las gentes del tercer mundo y de los marginados que viven muy cerca de nosotros.

La Iglesia, en medio de la sociedad y sobre todo de los jóvenes, está perdiendo mucha autoridad. A lo mejor esto no es malo para perder aquella “autoridad” de otros tiempos que tenía que ver más con el clericalismo y el poder de este mundo que con la propuesta del Evangelio, pero no deja de ser preocupante que la Iglesia sea cada día menos creíble y menos valorada en la sociedad. A esto contribuye mucho la imagen que ofrecemos, en el ámbito institucional y en el ámbito de la comunidad y del testimonio personal. Pero apenas damos síntomas de cambio, apenas nos cuestionamos, como si no nos preocupara esta autoridad evangélica que tenemos que manifestar ante la sociedad.

 El evangelio de Marcos nos lleva a a identificar a Jesús con el profeta que nos transmite la Palabra, el pensamiento y la voluntad del Padre. El mismo Jesús dice: Lo que yo les digo no es mío sino que son las palabras del padre; el que me ve a mi ve al padre.

 Sólo si vivimos y actuamos con autoridad evangélica, al estilo de Jesús, seremos creíbles y nuestro testimonio será valido. No son las palabras lo que nos convierten en testigos sino la coherencia de la propia vida.

Con frecuencia, nos escandalizamos de las guerras que todavía hoy se mantienen encendidas en el mundo; pero no somos conscientes de que nosotros mismos mantenemos guerras silenciosas abiertas con algunos de nuestros hermanos, vecinos a los que no dirigimos la palabra o, peor aún, familiares con los que no tratamos. Descalificaciones muy duras que hacemos a otros por sus ideas políticas o religiosas.

 Ésa es nuestra vocación profética como bautizados: transmitir el pensamiento y voluntad de Dios con nuestra vida. La vida de la gracia que podemos experimentar y transmitir a los demás para entrar en comunión de hermanos se realiza en esa medida de estar en total sintonía con el pensamiento y voluntad de Dios.

 Por eso nuestra tarea principal es escuchar a Dios. Jesús es el oyente por excelencia, por eso es la palabra encarnada en la cual nos habla el Padre: Las palabras que yo les digo no son mías, son del Padre que me ha enviado. Ahí entendemos el mensaje en El Monte, desde la transfiguración: “Éste es mi hijo amado escuchadlo.” Es el hijo fiel amado del Padre quien nos transmitirá la verdad para caminar seguros en cada paso de nuestra vida aunque tengamos que atravesar desiertos, librarnos de apegos esclavizantes y avanzar, día a día, en las promesas de Dios a través del camino de la fe. De ahí que los mismos Moisés y Elías, al aparecer hablando con Jesús, refieren la gran autoridad que Jesús tiene; ellos son siervos de la Palabra de Jesús que en su tiempo les tocó transmitir al pueblo, para conducirlo ya sea a la tierra prometida ya a liberarlo de las falsas autoridades y personajes que solo buscaban explotar al pueblo. Así son los escribas y fariseos, que no tienen autoridad porque el mismo pueblo se da cuenta de que solo buscan explotar sin comprometerse; éstos son evidenciados por la mismas palabras de Jesús. Él si tiene autoridad, la que el Padre le da y que actúa para liberarnos de toda opresión. Esta misma autoridad será la que caminará con los discípulos de Jesús quienes serán revestidos de autoridad por el mismo Jesús, que descenderá de lo alto con la unción del Espíritu Santo y con cuya autoridad harán presente y visible el Reino de Dios.

La segunda lectura  de la carta a los Corintios nos conduce a ese punto de estar totalmente disponibles para servir al Señor, ciertamente los esposos dan vida a la familia, a la iglesia y sociedad, pero Pablo enfatiza la importancia de poder servir al Señor libres de cualquier compromiso que nos lo impida y divida nuestro corazón. Los esposos se deben amor y respeto mutuo y sirven al Señor en su estado de vida pero no pueden servir igual que un soltero o un viudo que disponen de todo tiempo y vida para dedicarse a lo que el señor les pida.

El próximo día 2 de febrero, celebramos la Jornada Mundial de la Vida Consagrada; un acontecimiento que no debe pasar desapercibido en la vida de las comunidades cristianas.

Estamos celebrando que hay muchos consagrados/as que hacen de su vida una entrega radical a Jesucristo, en medio de su precariedad y pecado, pero con el convencimiento de que Jesucristo es el centro de su vida. Y esto quieren vivirlo con pasión. Todos conocemos rostros, con nombres y apellidos, con hábitos o no, que acompañan la vida de nuestras comunidades y que hacen un servicio muy generoso a la sociedad y a la Iglesia, con los ancianos, con los discapacitados, con los enfermos, con los vagabundos, con los inmigrantes, con las mujeres marginadas, con los estudiantes. Son los frailes y las monjas, congregaciones y  sociedades de vida apostólica, que desde hace siglos trabajan en los lugares más difíciles en nombre de Jesucristo.

 Es verdad que parece que hoy hay menos vocaciones para este estilo de vida, pero en el fondo hay menos vocaciones porque apenas los jóvenes conocen esta manera de vivir y la situación social de materialismo y falta de valores no favorece este tipo de opciones. Seguramente no oímos la voz de Dios  a través de sus mediciones, aturdidos por tanto ruido y tanta publicidad consumista.

 En cualquier caso es un tiempo para agradecer a Dios este regalo de la vida consagrada para la iglesia y para  la sociedad, y un tiempo para pedir a Dios que siga enviándonos hombres y mujeres sensibles y amantes del Evangelio que estén dispuestos a consagrarse de por vida al servicio de la Iglesia y de los más pobres.

¡Si me llamaras, sí; si me llamaras!

Lo dejaría todo, todo lo tiraría:

los precios, los catálogos,

el azul del océano en los mapas,

los días y sus noches,

los telegramas viejos y un amor.

Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras!

Y aún espero tu voz: telescopios abajo,

desde la estrella, por espejos, por túneles,

por los años bisiestos puede venir.

No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre.

Porque si tú me llamas —¡si me llamaras, sí, si me llamaras!—

será desde un milagro, incógnito, sin verlo.

Nunca desde los labios que te beso,

nunca desde la voz que dice: «No te vayas».

—¡si me llamaras, sí, si me llamaras!—

(Pedro Salinas, 1933 )

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