Vivimos en un mundo donde los días parecen repetirse, pero la verdad es que cada momento es único, irrepetible. La espiritualidad puede encontrarse en reconocer la singularidad de lo presente, en ver que cada conversación, cada sonrisa y cada gesto cotidiano forman parte de un acto constante de creación. Lo que vivimos hoy, en este preciso instante, no ha existido antes y nunca volverá a repetirse.
Cada momento nace, para ser él mismo, no para ser ayer, no para ser mañana. Un latido único, una chispa temprana, que vive en la luz, y se esfuma en la nada.
Hay una especie de milagro en esto. Como un artista que pinta un cuadro diferente cada día, nosotras también participamos en el acto de crear algo nuevo con cada momento que vivimos. Si logramos ver lo cotidiano como algo que nunca antes había sido, podemos descubrir una espiritualidad profunda que se manifiesta en lo sencillo y lo pequeño. Esa conversación en la que escuchas con atención, esa sonrisa que compartes con alguien en la calle, son piezas únicas de un mosaico que no puede ser replicado.
La invitación es a detenernos, a mirar el presente con ojos nuevos y reconocer el valor sagrado que tiene. Al hacerlo, cada día puede transformarse en una celebración de la vida, en una oportunidad para participar activamente en la creación de algo hermoso y significativo. ¿Te animas a vivir cada instante como un acto de creación continua?