#LectioDivinaFeminista ¡Ven Santa Ruah, ven!

¡Ven Santa Ruah, ven!
¡Ven Santa Ruah, ven!

Jn 20, 19-23

Al iniciar la Lectio Divina, busquemos un lugar tranquilo que nos ayude a hacer silencio, a serenarnos por dentro. Nos preparamos para abrirnos a la presencia de Dios, al encuentro con el Resucitado. En este domingo de Pentecostés, nos disponemos a acoger la Santa Ruah, y dejarnos que nos mueva y remueva. Nos abrimos a su forma siempre nueva de irrumpir en nuestra vida, a su sorpresa.

Nos situamos desde la conciencia de estar en interconexión con todo, de sentirnos formar parte de un cuerpo mayor, que es la gran familia humana y la fraternidad cósmica. Es el cuerpo del que habla Pablo en la carta a los Corintios, donde todos los miembros en su diversidad están unidos por un mismo Espíritu. Somos cuerpo, un cuerpo ecológico, donde todo está interconectado. Como nos dice el Papa Francisco en Laudato Si: “la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del Universo una preciosa comunión universal” ( LS 220)

Una preciosa comunión universal. El sentirnos formando parte de un mismo cuerpo nos lleva a hacer nuestros los gritos y dolores de esta tierra explotada y maltratada, a sentir como propio el dolor de los cuerpos de mujeres, niños y niñas abusadas, violadas, silenciadas, desaparecidas… el dolor de los gazatíes y las víctimas de todas las guerras. Cuerpos que como el de Cristo llevan las marcas de la cruz, la memoria de la humillación, el miedo, el dolor, la vergüenza, la impotencia, el sentimiento de culpa etc…

Sentirnos formando parte de un cuerpo mayor, nos ayuda a saber que nuestro propio dolor, el que cada una portamos, no es solo nuestro, tiene una dimensión social y cósmica, que también en el dolor hay una comunión universal.

Tomamos conciencia de nuestras noches y de nuestros miedos, esos que nos encierran y nos impiden caminar con esperanza, para desde ahí conectar con la experiencia de oscuridad de aquellos primeros discípulos y discípulas, que asustados y con sentimientos de tristeza, fracaso, dolor y sin ver salida se encierran.

Y es cuando la noche esta cayendo que Jesús llega y se presenta en medio de ellos. El traspasa todas las puertas, cerrojos y barreras que nuestros miedos levantan, para darnos un saludo de PAZ…

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

Jesús nos ofrece la Paz, el Shalom. Jesús desea para nosotros y nosotras, para este cuerpo cósmico y herido que somos paz, plenitud, armonía, bienestar. Acogemos su Paz, la respiramos… deseando que llegue a todas las fibras de nuestro cuerpo y de nuestro ser, a todos los pueblos, a todas las criaturas y el universo entero.

La Paz que viene de Jesús, es una paz que tiene doble fuerza, por venir del Crucificado, de un cuerpo herido que lleva en Él las marcas del dolor sufrido. Por ello, es una paz que puede atravesar nuestras propias heridas, como un bálsamo con poder de sanar, de restaurar, de reconciliar” …

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.

Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió: «Paz a vosotros.

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Que difícil cuando las heridas son profundas acoger la paz. Pero no estamos solas, Jesús nos da su Santa Ruah, el Espíritu consolador…

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo”

“a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados;

a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Es curioso que el texto termine con este envío a perdonar los pecados. No les envía a evangelizar, ni anunciar la Buena Noticia del Reino, como en otros textos, de forma general, sino de una forma muy concreta, perdonando los pecados.

Qué difícil es el perdón cuando el daño sufrido es muy grande y nos ha dejado marcas que duelen, hasta el punto de que podemos sentirnos incapaces de perdonar con nuestras propias fuerzas y de perdonarnos.

El crucificado, con sus heridas abiertas, viene a ofrecernos la Paz, como un abrazo que nos sana y reconcilia por dentro. Él viene en nuestra ayuda, se queda con nosotras y sopla su aliento, su espíritu, que crea y recrea…  como rezamos en el salmo 103.

Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu espíritu, y los creas, y repueblas la faz de la tierra.

En este día de pentecostés, y en este tiempo de oración, date un tiempo para respira, acogiendo en cada inspiración la paz que viene del Resucitado y desea que llegue a este cuerpo amplio que somos con la humanidad y con el cosmos. Acoge la Santa Ruah, déjale que atraviese puertas y cerrojos, que se cuele en tu casa, déjale tocar tus puntos de dolor…  que ella te ayude a acoger, a sanar y reconciliar, a perdonarte para poder perdonar a otros y otras.

Como el Padre me ha enviado, yo también os envío

Como el Padre nos acoge en un abrazo de paz, seamos portadores de este abrazo que reconcilia, que perdona, que busca para todos y todas, incluso para el que nos ha herido, el Shalom. Solo el perdón nos libera y permite recuperar nuestro caudal de amor gratuito y la energía necesaria para trabajar y luchar para que nadie sea objeto de maltrato, abuso ni explotación, ni las personas, ni la tierra.

El perdón es un parto doloroso, pero el único camino que nos ayuda a salir de la noche y a abrirnos a la vida con esperanza, nos da una nueva oportunidad. En este día acogemos la Ruah, dejamos que su soplo arrastre todo resquicio de odio y avive en nuestra vulnerabilidad herida, la compasión y la ternura, para abrazar otros cuerpos heridos y restaurar vidas.

Tenemos mucho poder, el poder de perdonar y el poder de retener, el de atar y de desatar nos dice Jesús.  Que la Santa Ruah nos alcance a todos y todas, que alcance también a las personas que tienen en sus manos la vida de muchas otras personas y pueblos, las que pueden atar acuerdos de paz o lanzar bombas contra población indefensa.

Que, en este Pentecostés, la Ruah nos mueva a la Paz y al don del perdón. Que podamos vivir en paz y en armonía, construyendo un solo cuerpo desde la diversidad de especies, pueblos, razas, orientación sexual y culturas.  Un cuerpo reconciliado.

Para terminar nuestra lectio Divina, te invito a escuchar el canto “Ruah“ de Ain Karem.

https://www.youtube.com/watch?v=HCtwvIyrFSk

Volver arriba