#sentipensares2025 Un grito contra la puerta cerrada: La Iglesia y la negación de la vocación femenina:

Un grito contra la puerta cerrada: La Iglesia y la negación de la vocación femenina:
Un grito contra la puerta cerrada: La Iglesia y la negación de la vocación femenina:
La reciente declaración del Papa, reafirmando la exclusión de las mujeres del diaconado y el presbiterado, no es un trueno inesperado, sino un eco dolorosamente predecible de una institución que, en su obstinada adherencia a un derecho canónico anacrónico, insiste en perpetuar la marginación de la mitad de la humanidad. Este pronunciamiento no solo es un agravio a la dignidad de las mujeres, sino una afrenta a la esencia misma del mensaje evangélico que la Iglesia dice custodiar. Con una mezcla de tristeza, indignación y hartazgo, constatamos que la jerarquía eclesiástica, en su inmovilismo, no solo traiciona los principios de justicia e inclusividad que clama defender, sino que se atrinchera en un bastión de poder patriarcal que desoye el clamor de una sociedad que, en el siglo XXI, exige igualdad y reconocimiento.
La negativa a abrir las puertas de las órdenes sagradas a las mujeres no es un mero desacuerdo teológico; es una violación flagrante de los derechos humanos, un acto de exclusión sistemática que relega a las mujeres a un papel subordinado, confinandolas a tareas secundarias mientras se les niega el derecho a vivir plenamente su vocación. No buscamos clericalizarnos, como algunos podrían argüir con desdén, sino responder a la llamada de anunciar el Reino de Dios, de servir con la misma dignidad y responsabilidad que se concede a los varones. La Iglesia, en su ceguera, no solo ignora la capacidad de las mujeres para liderar, predicar y santificar, sino que perpetúa una narrativa que las reduce a tentadoras, a pecadoras originarias, como si el Génesis, escrito por manos humanas y patriarcales, fuera un mandato divino inmutable. ¿Quién, sino los hombres que han monopolizado la pluma y el púlpito, ha decidido que las hijas de Dios son menos dignas de representar a Cristo?
El Papa, con su inclinación por las formas litúrgicas arcaicas — permitiendo  misas tridentinas,— parece añorar una Iglesia que ya no resuena con el mundo contemporáneo. Su visión, anclada en una tradición que confunde lo sagrado con lo obsoleto, nos retrotrae a una era de sotanas y manteos, tonsuras y tejas donde la autoridad se ejerce desde un trono que se tambalea bajo el peso de su propia irrelevancia.
 Mientras tanto, las mujeres, que sostienen las parroquias con su trabajo silencioso —limpiando altares, adornando con flores, preparando liturgias—, son relegadas a la invisibilidad, a una sumisión que se espera de ellas como un acto de virtud. Pero no nos equivoquemos: esta sumisión no es virtud, es opresión. Y mientras haya mujeres dispuestas a aceptar este rol subordinado, la jerarquía seguirá cómodamente ciega ante la injusticia que perpetúa.
Se nos sugiere, con una condescendencia que roza el insulto por parte de personas que no ven más allá de sus ojos, que busquemos otras confesiones que ordenen mujeres, o que fundemos nuestra propia Iglesia. Pero no queremos abandonar nuestra fe, ni fracturar la comunidad que nos ha formado. Queremos vivir nuestra vocación en la Iglesia que nos pertenece por derecho bautismal, sin que se nos castigue, amenace o silencie por aspirar a lo que es justo. No queremos fundar nada nuevo; queremos que se nos reconozca como lo que somos: hijas de Dios, llamadas a servir, a predicar, a liderar. La jerarquía debe pedir perdón por el daño infligido, por las vidas aplastadas bajo el peso de una tradición que, en nombre de Cristo, contradice su mensaje de inclusión y misericordia.
Jesús no excluyó a nadie. Perdonó a la mujer adúltera, dialogó con la samaritana, acogió a María Magdalena como discípula. ¿Dónde está el varón que compartía el pecado de la adúltera? ¿Por qué solo ella fue señalada? La respuesta yace en una estructura que, desde sus orígenes, ha privilegiado el poder masculino, ignorando que el mismo Jesús rompió las barreras de su tiempo al incluir a las mujeres en su ministerio. La excusa de que Jesús eligió a doce varones como apóstoles es un argumento falaz, que ignora el contexto cultural de su época y la radicalidad de su mensaje.
 Si la Iglesia pretende ser fiel a Cristo, debe imitar su apertura, no perpetuar las limitaciones de un mundo que ya no existe.
El Vaticano, con su pompa y su absolutismo, se arriesga a convertirse en un mausoleo, un relicario de dogmas que, lejos de inspirar, alejan a los fieles. El Papa, desde su trono, parece olvidar que la autoridad no se sostiene en la opresión, sino en el servicio. Mientras la Iglesia siga cerrando puertas y añadiendo candados a la vocación de las mujeres, su credibilidad se desmoronará.
 No nos moverán de nuestro sitio. No nos callarán. Seguiremos alzando la voz, no por rebeldía, sino por fidelidad a un Evangelio que proclama la igualdad de todos ante Dios. Que la jerarquía escuche, porque el tiempo de las excusas ha terminado. La puerta debe abrirse, y no será con súplicas, sino con la fuerza de la justicia, que las mujeres entraremos a reclamar lo que nos pertenece.

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Saber más:
1) León XIV cierra la puerta a la ordenación de mujeres sacerdotes https://www.diariodesevilla.es/sociedad/leon-xiv-cierra-puerta-ordenacion_0_2004810204.html
2) "¿Cuál sería el comportamiento de Jesús hoy ante el acceso de las mujeres al ministerio del diaconado y, por extensión, al del presbiterado y del episcopado?" https://www.religiondigital.org/opinion/sugerencia-Papa-Leon-XIV-ortodoxia-diaconos-diaconisas-mujeres-jesus-vaticano_0_2783721632.html
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