#25N2024 Mi muñeca tiene corazón de palo

Mi muñeca tiene corazón de palo
Mi muñeca tiene corazón de palo

Hola Bebé, desde hace tres meses te tengo en mi vientre y aún no sé si eres niño o niña. Si fueras niño me gustaría llamarte Juan José y si fueras niña el nombre que te pondría sería Sara Carolina. Hoy de ti sólo sé que eres mío o mía y por ese motivo te llamaré Bebé.

Hoy quiero contarte una historia, pero no es una de esas historias de hadas mágicas, que, como se ve en las películas, se las cuentan a los niños y niñas para que tengas sueños bonitos en la noche. En cambio es una historia verdadera, que tiene capítulos lindos y otros más tristes y es la historia de mi vida. A esta historia llegaste tú hace tan solo pocas semanas, y me da la impresión que en ella tendrás un papel muy importante.

Me llamo Luz Emilvia, pero los amigos me conocen con el nombre recortado y resumido de Lumy, y tengo tan solo 18 años que cumplí hace un par de meses, cuando tú y yo ya estábamos juntos.

Mi Bebé, si tuviera que resumir en una sola palabra lo que ha sido mi vida hasta el día de hoy la palabra que escogería sería soledad. La soledad me hirió y marcó, determinó muchas de las decisiones tal vez equivocadas que he tomado, es posible que, para combatirla a ella,  hoy estés tú conmigo. De ninguna manera, Bebé, quisiera que tú experimentes aunque solo de cerca el dolor desgarrador de estar solo en el mundo y sin embargo hoy mismo no sé si tendré la fuerza de alejarte, cuando sea el momento, de las garras abrumadoras de él.

El origen de todo eso se remonta a casi ocho años atrás. En aquel entonces recién había cumplido los 10 años, vivía con mi mamá, un padrastro y unos tantos medios hermanitos en una casita muy humilde de la vereda del Tablazo en Toribío.  Es ese momento no teníamos nada: nuestra casa eran cuatro palos, un techo de zinc y las paredes eran del plástico grueso que se usa para tapar los invernaderos. Ese era nuestro hogar pero allí nos queríamos, se trabajaba duramente la tierra y del producto de la misma vivíamos todos... hasta que mi mamá, tu abuela Bebé, se enfermó y murió.

Ella era el bien más preciado que tenía.

Las últimas palabras que nos dijo a nosotros los niños de la casa, antes de salir hacia el hospital de donde nunca regresaría con vida, fueron que obedecieramos a nuestros abuelos, pero de los abuelos fui alejada para regresar al hogar de mi papá que cuando yo estaba chiquita había abandonado a mi mamá. Allá fue tomando cuerpo y consistencia la soledad que tanto ha marcado mi existencia.

En estos años he buscado y encontrado a personas que me pudieran tender la mano, he buscado, y de muchas maneras también, a Dios... he encontrado Magdalena, Juan Antonio, Esperanza, Blanca, Marta, Ezio y muchos otros de los que no quiero recordar los nombres en este momento... Dios de pronto estaba de una u otra manera en cada uno de ellos, y ellos me han sostenido, querido, apoyado, consolado, pero no he podido vencer la soledad. Dentro de mí hay un corazón de palo en donde muchas veces no llega la luz y la solidaridad que me han querido brindar; allí me encierro y allí a veces me parece de morir; allí llegan inesperados y sorpresivos destellos de luz que iluminan la noche cuando está más os-cura.

Si me pudieras ver desde lejos, como me ve todo el mundo, y no desde dentro como tú solo me ves, tal vez podrías tener la impresión que soy bastante poca cosa: pequeña de estatura, menuda y con aspecto todavía de niña en el cuerpo, chiquitas las manos, débil el tono de la voz, escurridiza la mirada. A las personas gritonas no las soporto y cuando me regañan -y no han faltado razones fundadas para hacerlo- sólo sé callar y sólo sé huir... pero qué duro es callar cuando adentro tienes una voz que muda quisiera gritar toda tu rabia y tu dolor y qué duro es huir cuando no sabes por dónde coger.

Cuando me miro en un espejo me parece ver en carne y hueso a Berta, la única muñeca que cargué cuando niña. A ella la encontré botada en un descampado, no tenía un brazo, no tenía una pierna y la cabeza estaba casi que arrancada del resto del cuerpo. Tenía unos hermosos ojos azules pero uno no se abría y pasaba todo el tiempo cerrado. Para mirarla a la cara y no verla bizca había que sostenerlo agarrándolo por un párpado. Tardé un tiempo para devolverle su figura humana. Con un palo le hice el espinazo para que la cabeza quedara erguida también en los momentos de mayor intemperie y de palo le hice el brazo y la pierna que le faltaban. Mi muñeca Berta tenía corazón de palo... y así soy yo: por una parte tierna, débil, frágil, vulnerable e incluso manipulable pero por adentro hay un corazón de palo que en algunos momentos me sostiene y en otros casi me estorba, él es mi refugio y mi cárcel al tiempo. Con mi brazo y mi pierna de palo he querido abrazar personas y cosas y en más de una ocasión me he visto en la condición de herir, dañar y arañar.

Mi querido Bebé, para que tú puedas entenderme es necesario que entiendas a mi familia y a su historia. Es curioso el hecho de que yo me sienta sola teniendo a tantos hermanos, pero de alguna manera el ADN como los afectos que nos tenían unidos era el de la mamá, que al fallecer, nos dejó a todos volando. Sólo con el mayor de mis hermanos comparto papá y mamá; después de él continúo yo y luego viene mi hermano Juan Carlos del que no se sabe bien quién es el padre. Aunque mi papá le dio el apellido sin embargo no hay seguridad de que sea su hijo, fue engendrado en los años en que entre mi papá y mamá las cosas no iban muy bien. Después de Juan Carlos viene Jorge Luis que tiene a un sinvergüenza como papá ya que nunca respondió por el hijo que tuvo. Y por último viene Juan Alexander, hijo de otro hombre, el hombre que desde bien pequeña conocí como padrastro y que estuvo al lado de mi mamá hasta la muerte. Yo vivía terriblemente apegada a mi mamá no sé si por ser la única mujer en medio de tantos varones y padrastros.

Cuando llegué a la edad escolar me matricularon en la escuela de Toribío por lo que me tocaba caminar no poco para llegar todas las mañanas desde el Tablazo hasta allá y sortear no pocos lodazales en los días de lluvia. Por eso mi mamá tomó la determinación de dejarme con mi papá en el pueblo y me recibía en la casa los fines de semana. Ya entonces no me sentía muy cómoda con el papá y la madrastra y por eso estando en el cuarto grado le rogué a mi mamá que me trasladara nuevamente para el Tablazo para vivir con ella. Lo logré después de mucho insistir. Tal vez esos fueron los mejores años de mi vida que jamás olvidaré y me gustaría volverlos a vivir si fuese posible. Vivíamos muy pobremente pero eran pocas las veces en que yo estaba triste. Todos los sábados acompañaba a mi mamá al mercado de Toribío para vender cebollas y cilantro: eran productos que ella misma cultivaba y cosechaba con su compañero; a mi me encantaba viajar con ella y lo consideraba un privilegio acompañarla. Mi mamá, aún cuando estaba en embarazo de Juan Alexander, trabajaba mucho y así siguió hasta que completó los nueve meses y como yo era todavía una niña casi no entendía los sacrificios que ella hacía para mantenernos.

Una madrugada escuché un llanto y mi mamá y mi padrastro salieron de la casa muy afanados dejándome sola y a cargo de mis hermanitos. Al día siguiente solo llegó el padrastro con el cuento de que había nacido un bebé y que era un niño, pero había nacido en el camino, sin darles el tiempo de  llegar al hospital. Cuando al fin la ambulancia del hospital de Toribío llegó fue tan solo para recoger a la recién parida y al hijo de en medio de las piedras del camino y llevarlos al hospital en delicado estado de salud los dos.

Tu abuela, mi querido Bebé, tardó un mes en volver a la casa, su ausencia no nos preocupó mucho y nosotros los niños nos divertíamos todos los días en medio de toda esa belleza de la naturaleza que nos rodeaba. Cuando finalmente Juan Alexander llegó a su familia ya estaba bonito, lo habían registrado con su nombre y crecía bien gracias a la leche materna que mi mamá le daba. Me encariñé mucho con él  y casi todo el tiempo después de clase lo pasaba haciéndole morisquetas y jugando con él. Estaba en mi salsa, estaba en mi casa, estaba con mi mamá y mis hermanos, vivía feliz y desde que me matricularon en la escuela del Tablazo siempre fui la abanderada del colegio. Todo estaba perfecto. Hasta que llegó el día cruel de la muerte de mamá.

Cuando la enfermedad había progresado mamá ya no podía contener la orina y aún así ella buscaba el modo de trabajar para el sustento de nosotros. Según nuestras creencias consultó al médico tradicional y él le dijo que lo que padecía era "mucho frío" y que era necesario "sacar ese frío" para obtener la salud. Nos pidieron conseguir una casa más cerrada en donde alojarnos y así conseguimos una habitación en una casa de la vereda el Porvenir, allá una señora que era Thé'wala hizo una fogata dentro de la misma casa, según ella para sacar todo el frío que mi mamá tenía y la enfermaba. Ya que en esa pieza tenía que dormir con ella me sentía asfixiada por el humo y sin embargo no podía hacer nada ya que era el único hogar que teníamos. Creo que la fogata no sirvió y en vez de mejorar mi mamá decayó más. Dadas las circunstancias la tuvieron que llevar a Cali pero esa fue la última vez que la vi con vida. Era un día lunes cuando llegó mi tío a la casa muy preocupado y nos informó que mi mamá había fallecido. Era una noticia imposible de creer, a mi me produjo un dolor insoportable pero esa era la verdad.

Después de la muerte de mi mamá, y sin más alternativas, me fui a vivir con mi papá en el pueblo pero seguía estudiando en el Tablazo y por lo tanto cada día tenía que llegar allá caminando. Sólo de vez en cuando, cuando tenía que hacer algún trabajo o le daba la gana, mi papá me llevaba en la moto.

Mi papá Aparicio en el pueblo lo conocían desde joven con un apodo simpático, le decían "indio bonito" y para qué, bien bonito sí que era y de pronto por eso lo perseguían tanto las mujeres. Con mi mamá se conocieron que eran los dos muy jóvenes en el bailadero del Manolo, allá no sé si el alcohol o el ruido ensordecedor de la música los hizo enamorar y de esa relación nacimos mi hermano y yo. Lastimosamente al "indio bonito" la pasión por mi mamá no le duró mucho y tal vez lo mismo pasó con la india bonita que fue mi mamá. Los dos terminaron abruptamente su relación y una vez dejada mi mamá  papá Aparicio se unió con otra mujer que se llamaba Julia igual que mi mamá y con ella también tuvo un hijo. Tampoco la segunda Julia duró mucho, después papá volvió a casarse y lo hizo con María, una mujer de aspecto saludable y agradable, evidentemente más joven que él y en resumidas cuentas no mucho mayor que que yo en años de vida.

Con ella la vida de mi papá alcanzó estabilidad y madurez y los hijos que ellos dos han tenido ya son tres: Asley Andrés, Jhojans y Deimer Alexis. Tres varones más, y yo sigo siendo la única niña.

Me cuesta trabajo entender la razones de ello, pero nunca me sentí a gusto con la familia de papá y me-nos con María, mi madrastra. Vivir con ella para mi ha sido un infierno en la tierra, la impresión que tengo es que jamás analiza las cosas a fondo antes de hablar, siempre me hizo la vida imposible y como yo jamás le contestó, por mucha ira que tenga, al final se aprovechaba de mi.

Recuerdo el día del primer cumpleaños sin mamá... era un día sábado y nadie se acordó de los once añitos que acababa de cumplir. Me pasé el día lavando y lavando una montaña de ropa sucia que tenía que estar lista para el día siguiente. Yo trataba de colaborar en la casa, pero me acusaban todo el tiempo de perezosa, poco responsable y vaga. Veía que con mis hermanos el trato era distinto y eso me hacía enfurecer, ¿acaso era mi culpa si mamá se había muerto y me había dejado sola?

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En ese año fue cuando me acerqué a la parroquia buscando el sacramento del bautismo que ninguno de mis progenitores se había preocupado de administrarme: no recuerdo cómo fue pero me enteré que un grupo de niños más o menos de mi edad se estaban preparando para recibir el sacramento y allá fui a dar junto con otro de mis hermanitos que tampoco había sido bautizado. Yo misma tomé la iniciativa. En la parroquia encontré nuevos amigos, como mi tía Magdalena que no es mi tía carnal pero la mujer a quien más he querido después de la muerte de mi mamá, una amiga y consejera incondicional. Encontré también a Esperanza, al padre Juan Antonio, al padre Ezio que me preguntaba a menudo porque pasaba tantas horas en la casa cural y no estaba, como todos, en mi propia casa. Nunca me atreví a contarle a él todo lo que sucedía en mi casa, pero sí se lo conté al padre Juan Antonio, a María Esperanza y a la tía Magdalena. Cuando ya estaba cayendo la tarde, en compañía del padre Juan Antonio y otras personas próximas a la parroquia, me chupé un heladito de la heladería Isabelilla, y así fue el primer cumpleaños sin mamá Julia.

Cuando el padre Juan Antonio se fue de Toribío para ir primero a Guayaquil y después a Puerto Leguí-zamo, yo, de alguna manera, era todavía una niña, estaba apenas entrando a mis catorce años y enfrenté a mi manera y con mi corazón de palo los complicados años de la adolescencia. Llegó de improviso la edad en que el corazón empezaba a sobresaltarse cuando divisaba un muchacho bien parecido y en una ocasión me enamoré perdidamente de un joven de Popayán: nunca había sentido nada tan grande y tan bonito como en aquel entonces, nunca antes y nunca después. Cual fue mi dolor cuando me di cuenta que una prima, unos años mayor que yo y con un poquito más de experiencias en asuntos amorosos, se aprovechó de mi para hacerse ella con ese muchacho. Nunca le perdoné esa traición de adolescentes y de poco sirvieron las palabras de consuelo de la tía, mi corazón de madera tenía una pequeña fisura y estaba a punto de resquebrajarse, en mi interior estaba maquinando venganza.

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Y finalmente llegó Luis, hace poco más de un año, mi Bebé, que conozco a Luis. Luis era un "limosnero" igual que yo, necesitado de cariños, abrazos y afectos, con una familia a sus espaldas herida, aproximada y resquebrajadas como la mía. A él le mataron el papá cuando era niño y al frente suyo y esa muerte fue a causa de rencillas y peleas en la vereda La Estrella de donde Luis es originario. Su papá era un gran líder de la comunidad, fue gobernador del resguardo de San Francisco, y como tantos líderes tenía dos mujeres: una primera, la esposa legítima, que no le dio ningún hijo y una segunda con la que lo tuvo a él además de un par de mujeres mayores que él. Luis llegó a mi vida con la fuerza de un vendaval que me arrastró, o tal vez me dejé arrastrar. Él fue el novio más fiel y perseguidor que he tenido: terriblemente celoso, posesivo y en muchas ocasiones incluso violento. Una vez que quise cortar con él se apareció furioso en la casa y me llevó jalada por el pelo por un buen pedazo de camino: fue necesaria la intervención de la guardia indígena para librarme de sus garras y la cosa terminó en la inspección de policía, pero aún así no se dio por rendido.

A este punto fue que te busqué a ti Bebé, que no tienes nada que ver con los aciertos y reveses de mi vida y de entrada te digo que Luis, mi novio, no es tu papá. Estaba brava con él cuando te engendré por que me acababa de maltratar, estaba brava con mi prima que en su momento me había robado mi primer amor, estaba brava con el mundo, estaba brava conmigo misma y lo estaba de pronto también con Dios. Me acosté con un hombre que desde hacía un tiempo se me estaba insinuando y que es precisamente el marido de mi prima. A él lo llaman por su apellido y todo el mundo lo conoce como Cuchillo. Me prometía una vida como la que nunca había tenido: sin rigores, miedos ni temores, con respeto y dignidad, sosegada, tranquila, con él y contigo, que eres el fruto de nuestro amor. Nunca creí ni una palabra de lo que me decía, sabía que era demasiado bonito para ser verdad, y sin embargo, tal vez sin ninguna necesidad o de pronto urgida por esa soledad que no lograba derrotar, me embarqué en ese amor imposible... hasta que apareciste tú, que eres en el día de hoy el amor más grande de mi vida.

Los hechos de estas últimas semanas han acelerado de forma vertiginosa mi historia. Mi papá que me saca definitivamente de la casa; tu papá Bebé, que decide no recibirte ni a ti ni a mi; Luis que me busca, me encuentra y me golpea justamente el día en que cumplo la mayoría de edad; el mes entero que paso con él en la finca de marihuana cuidando las plantitas de un mafioso a cambio de veinte mil pesos diario; la cantaleta cotidiana de Luis que no acepta mi traición y mi embarazo invitándome a abortar; el grado once que perdí, el primera vez en mi vida, por haber abandonado el estudio en el último mes de clase; la oración callada de rodillas en medio de las matas de marihuana en la que le pedía a Dios que me llevara lejos de ese infierno en el que me había metido con mis proprias manos; el trago y la borrachera que necesité para decirme a mi y decirle a Luis toda la rabia y el rencor que le tenía; el email que recibí del padre Juan Antonio que anunciaba una visita al Cauca y me buscaba para un saludo; el compromiso de los servicios sociales de la alcaldía que padre Juan Antonio, Blanca y Marta habían movilizado; el viaje atropellado hasta Bogotá para escaparse de la cacería que Luis y su familia organizó cuando se dió cuenta de que no estaba dispuesta a regresar a su lado; la incapacidad de estarme más de 36 horas en la casa que los servicios sociales me habían conseguido, con tantas negritas, todas gritonas y peleonas, y yo  la única indígena, calladita como siempre, herida como nunca.

Hoy estoy en este páramo otra vez sola, pero contigo Bebé, que en las buenas y en las malas me has acompañado hasta aquí. Estas montañas, el aire terso y fresco, el silencio del lugar, los rayos del atardecer que se filtran por debajo nubarrones cargados de lluvia... me infunden tranquilidad y sosiego. Berta mi muñeca tenía corazón de palo y este mismo corazón lo tengo hoy clavado en la mitad de mi pecho, en medio de estas tetas con las que espero algún día amamantarte. Cuando en las noche siento que te acomodas en mi vientre y con tu presencia acaricias mis sueños y pesadillas descubro que te amo y que no puedo amarte a ti sin empezar a amarme a mi misma. No he perdido la esperanza de cambiar este corazón de palo que se me astilla con uno de carne que pueda acurrucarse contigo en los momento de oscuridad y de frío. Estoy cansada de rasguñar y "limosnar", quiero aprender a amar y a donar. Espero aprender a vencer el miedo y la soledad, para darte, como mereces, lo que nunca he podido tener o no he sabido cuidar.

Te quiero Bebé.

Lumy, tu mamá.

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