“Nada nos pertenece, el verdadero tesoro es la presencia de Dios”
#LectioDivinaFeminista
Lucas 12, 32-48
Lectio (Lectura)
Leemos el pasaje de Lucas 12, 32-48, donde Jesús anima a sus discípulos a no tener miedo y a confiar en que el Padre les dará el Reino. Les exhorta a vivir con desprendimiento, compartiendo con los necesitados, y a estar siempre vigilantes, como servidores que esperan el regreso de su señor. Les habla en parábolas sobre la importancia de estar preparados, porque el Hijo del Hombre llegará cuando menos lo esperen. Finalmente, Jesús enseña que a quien se le ha dado mucho, se le pedirá mucho más, subrayando la responsabilidad de quien ha recibido más dones o conocimiento.
Meditatio (Meditación)
Iniciamos esta meditación invocando a la divina Ruah, para abrir nuestra mente y corazón a la reflexión sobre las lecturas de este domingo.
Lucas nos propone una serie de parábolas que se suceden sin aparente respiro. Aunque cada una podría abordarse por separado, en conjunto comunican una única enseñanza fundamental: la fe en Jesús y la vivencia consciente del Reino de Dios.
Desde el inicio, con la tierna introducción “No temas, rebañito mío”, Jesús nos invita a vivir con desprendimiento, recordándonos que el Padre ya nos ha entregado la gran herencia. Esta herencia —el Reino— no es una imposición, sino un don ofrecido con libertad, que espera ser acogido por cada una y cada uno de nosotros. En continuidad con el Evangelio del domingo anterior, se nos invita a reconocernos como hijas e hijos de Dios, y desde ahí, a buscarlo en nuestro interior.
La invitación es clara: vivir sin miedo. Vivir en la plena confianza de que somos sostenidos en el amor de Dios, que todo lo que necesitemos nos será dado, pero no en un sentido material sino en el acompañamiento de Jesús.
San Ignacio de Loyola afirmaba que, en la oración del silencio, podemos encontrar a Dios en nuestros deseos más profundos. Y es justamente ahí, en el centro de nuestro corazón, donde se encuentra nuestro verdadero tesoro: el Reino de Dios.
Ahora bien, ¿qué entendemos por este Reino? A menudo las lecturas lo presentan desde un discurso escatológico, como una promesa futura. Así, muchas veces vivimos corriendo hacia el futuro, convencidas de que ahí reside la verdadera plenitud: una vida de paz, alegría y sentido. Sin embargo, con el tiempo, esa promesa puede sentirse lejana, o incluso incumplida, y surge la tentación de pensar que Dios ha fallado. Pero esta visión no es del todo correcta.
El Reino de Dios no es un lugar ni un momento en el tiempo; es un estado de conciencia. Habita ya en nosotras, nosotros. Es esa semilla, ese aliento divino que nos constituye como hijas e hijos, y que nos ofrece la posibilidad de elegir, de buscar y vivir esa plenitud aquí y ahora. Dios quiere que vivamos plenamente, no sólo en la eternidad, sino en esta vida concreta. Por eso, nos ofrece su tesoro más preciado —el Reino— en cada instante. Pero para acogerlo, necesitamos hacerlo con plena conciencia: sabiendo que el tiempo no rige a Dios, que el presente es su Presencia, y que podemos comenzar ya a experimentar aquello que solemos proyectar al futuro: la paz, la alegría, la plenitud.
Más adelante, Jesús nos muestra que, una vez que aceptamos ese tesoro, somos llamadas y llamados a administrarlo con responsabilidad. No basta con vivir desprendidos de lo material: también debemos aprender a compartir con los demás, porque lo que se nos ha dado gratuitamente, debemos también ofrecerlo gratuitamente.
Jesús nos presenta tres parábolas. En dos de ellas, el Padre-Madre aparece como un amo que confía a sus servidores la administración de sus bienes. En la tercera, Jesús se compara con un “antiladrón”, usando un lenguaje que apunta a la parusía —la segunda venida—, pero que, como todo lenguaje escatológico, nos remite más al símbolo que a la cronología. Porque para Dios no hay temporalidad. Jesús vuelve una y otra vez al encuentro de quien lo espera, y más nos vale estar despiertas, no para evitar un castigo, sino para reconocer su presencia y dejar que nuestros talentos se multipliquen en el amor y el servicio.
Al final, el discurso parece tornarse más severo. Jesús habla de un amo que reprende con azotes a los siervos infieles, y esto puede sonar duro, incluso contradictorio con su tono anterior. Sin embargo, desde una fe adulta, comprendemos que no se trata de un castigo divino, sino de una advertencia sobre la responsabilidad de nuestros actos. Cuando fallamos en el amor al prójimo, cuando omitimos el bien que podemos hacer, hay consecuencias. No es Dios quien castiga, sino nuestra propia omisión la que genera ruptura y dolor.
Por último, resuena con fuerza la idea de que a quien se le ha dado mucho, se le pedirá mucho más. Pero más que la idea de “dar”, es la de “confiar” la que parece tener más peso. Dios, en su infinita sabiduría, nos da gratuitamente el don de la vida, de la salud, del alimento, pero nos confía la capacidad de compartir esa vida con las demás, de cuidar, de acompañar, de construir comunidad. Esa confianza nos eleva: porque si hemos recibido mucho, es porque también somos capaces de mucho. Y en ese llamado a corresponder, se juega el fruto de nuestra libertad y el sentido de nuestra vocación más profunda.
Oratio (Oración)
Dios de la ternura y del presente, hoy escucho tu voz que me dice: “No temas, rebañito mío”. Y me descubro amada, sostenida, habitada por tu Reino. Gracias por confiarme tu tesoro: esa paz que no depende de las circunstancias, esa alegría que brota desde dentro, ese amor que transforma el mundo en comunidad.
Enséñame a vivir sin miedo, a soltar lo que me ata y compartir lo que me habita. Hazme consciente de tu presencia viva en mi hoy, y despiértame al regalo de estar despierta, de saberme llamada, y de responder con gozo y responsabilidad.
Amén.
Contemplatio (Contemplación)
Cierra los ojos por un momento y escucha dentro de ti esas palabras: “No temas, rebañito mío, porque el Padre ha tenido a bien darte el Reino”.
Imagina que Jesús se acerca a ti y te las dice al oído. No hay juicio en su mirada, sólo confianza. Estás en un lugar tranquilo. Sientes la paz de saberse cuidada. Cualquier dolor, temor, tristeza y desesperanza puedes entregárselas a Él. Miras a tu alrededor: todo lo que tienes no es propiedad, en realidad nada te pertenece: ni tu hogar, ni tu ropa, ni tu comida ni tu familia, todo es don. Y al centro de tu corazón, hay una llama encendida: el Reino. No se compra, no se conquista, no se gana. Se reconoce. Se recibe. Se comparte.
Respira hondo. ¿Qué estás haciendo con ese tesoro? ¿A quién puedes compartirle hoy algo de esa luz?
Actio (Acción)
Esta semana, elige vivir con conciencia del Reino. Haz un acto concreto de desprendimiento: regala algo que tengas y que otra persona necesite. Como decía el Papa Francisco: “lo que no usas, es robado” una metáfora para decir que aquello que no usas, probablemente lo necesita alguien más. No pongas tu corazón en los bienes materiales.
No sólo cosas: ofrece también tu tiempo, tu escucha, tu ternura.
Y sobre todo, permanece vigilante: no con miedo, sino con atención amorosa. Descubre a Jesús en quien toca tu puerta, en quien te necesita, en quien te confía su dolor.
Recuerda: a quien se le ha dado mucho… también se le ha confiado mucho. Y eso es motivo de gratitud, no de miedo.