Insistencias, descaros e inoportunidades

Muchos personajes del Evangelio se salen con la suya gracias a su terca tenacidad

Insistencias, descaros e inoportunidades

La vida está llena de esos fastidios y todos tratamos de sacudírnoslos de encima como podemos. Nadie pondrá nunca en su curriculum: “Soy inoportuno, insistente y descarado”, pero son precisamente esas cualidades las que aparecen como valiosas en algunos textos evangélicos: lo era el amigo inoportuno que molestaba a otro amigo de noche (Lc 11,5-10) o la mujer cananea que tenía una hija con problemas (Mc 7,26). Jesús se comporta con esta casi exactamente igual que el amigo que se resistía a abrir en la parábola: “No me molestes, soy judío y tú  pagana, así que déjame en paz” (Mc 7,24-30). Otro padre, esta vez con un hijo epiléptico, escucha como quien oye llover las evasivas quejosas de Jesús y sigue dando la brasa: “Vale, de acuerdo, tienes razón,  somos una generación incrédula y perversa pero ¿qué hay de lo de mi niño?” (Mc 9, 14-29). Y los amigos del paralítico, en un alarde de obstinación, hacen un agujero en el tejado para descolgar por allí la camilla de su amigo (Mc 2,1-12) sin importarles el ruido, el polvo, los cascotes o los desperfectos. 

Todos esos personajes se salen con la suya gracias a su terca tenacidad,  consiguen que sus recomendados obtengan curación  y su  inoportunidad  es alabada como ejemplar y digna de admiración.   A este reconocimiento sorprendente  de la  insistencia rayana en el descaro (así traduce el diccionario  la anaideia del amigo demandante),  no le veo más explicación que el que debe formar parte de las cualidades, rasgos  y atributos del Altísimo, junto a la infinitud,  la inmensidad, la omnipotencia o la inmutabilidad que describe el catecismo. Y  todos sabemos con cuánta indulgencia  valoramos  los rasgos de nuestro propio  perfil y la secreta complicidad que experimentamos cuando los vemos reflejados en otros.

El perfil con que se presenta el propio Jesús es el de un pastor que no se cansa de buscar su oveja perdida - quizá la más vieja y cojitranca- , el de un padre que sigue asomado a la ventana cada día por si vuelve el hijo tarambana,  el de una  mujer que pone su casa patas arriba con tal de encontrar su monedilla, el de un Maestro que ha elegido a un grupo de discípulos  torpes pero que se mantiene en su terca convicción de que llegará a hacer de ellos pescadores de hombres de alta cualificación.

Cada uno de nosotros está en ese estado de “busca y captura” por parte del Insistente, del Incansable, del  Persistente y del Tenaz  y en el lote del discipulado que recibimos en el bautismo va incluida la llamada a permitirle “que se salga con la suya”.

Allá cada cual con su consentimiento.

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