Prosfagion

Una pregunta sorprendente de Jesús

Siempre digo y casi nadie me cree, que a mí los diccionarios me dan muchas alegrías.  La última  se  la  debo a  la  palabra prosfagion que a primera vista suena al trisagio de la  liturgia ortodoxa y que podría aparecer también en el prospecto de algún remedio contra afecciones estomacales. Pero las apariencias engañan y,  según el diccionario de griego,  significa “algo que se come con pan” o “pitanza” y que,  en tono  coloquial,  aparece en boca de Jesús cuando, desde la orilla del lago, pregunta a sus discípulos que estaban pescando: “Muchachos ¿tenéis prosfagion?” (Jn 21,5). 

También en la aparición en el cenáculo les había preguntado si tenían “algo para comer” y tanta insistencia despierta preguntas incómodas sobre   por qué si había resucitado parecía tan hambriento. El vino ni lo menciona, quizá porque ese asunto le había traído problemas: “Vino Juan el Bautista, que no comía ni bebía y dijisteis: Está endemoniado. Viene el Hijo del hombre, que come y bebe y decís: Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores” (Lc 7,33-34).

 Al  escribir en el buscador juntas las palabras vino y Biblia, aparecen   perlas como éstas: “Jesús probablemente bebía vino de vez en cuando porque en aquellos tiempos el agua no era muy limpia y estaba llena de bacterias, virus y todo tipo de contaminantes. Tomaba vino porque era menos probable que estuviera contaminado”. “La Escritura no necesariamente prohíbe a un cristiano beber cerveza, vino o cualquier otra bebida que contenga alcohol, pero sería extremadamente difícil para cualquier cristiano decir que está bebiendo alcohol para la gloria de Dios.

Y es que ya lo había avisado el libro de los Proverbios: “No te juntes con los que beben mucho vino, ni con los que se hartan de carne, pues borrachos y glotones, por su indolencia, acaban harapientos y en la pobreza” (Prov 23,20),  pero se ve que Jesús hacía más caso a textos como éste:  “¡Anda, come tu pan con alegría! ¡Bebe tu vino con buen ánimo, que Dios ya se ha agradado de tus obras!” (Ecl 9,7); “¿Qué vida es cuando falta el vino, que fue creado al principio para alegrar?” (Eclo 31,33).

         El jolgorio de una fiesta de bodas no parecía el lugar más adecuado para iniciar discípulos y cualquier maestro rabínico hubiera preferido una escuela con vida más disciplinada y seria. Pero en Caná se presentó él con sus amigos e intervino para que el vino que se sirviera al final fuera el mejor que habían probado nunca (Jn 2,1-13). Y se le verá más tarde a sus anchas, sentado en la hierba,  rodeado de la gente que le había seguido y que comía los panes y peces que les repartía (Jn 6,1-15).

         Un proverbio sentenciaba: «El que ama el placer se quedará en la pobreza; el que ama el vino y los perfumes jamás será rico» (Pr 21,17). Pero a lo mejor quien lo hace es porque ha descubierto esa otra riqueza que se encuentra sentándose a comer y a beber con amigos.

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