Terneros cebados

Es el tiempo perdido por tu ternero lo que lo hace  tan importante para ti…

Al hacer una lista de los personajes que aparecen en la parábola del padre misericordioso, además de él y sus dos hijos, aparece nombrado dos veces el ternero cebado y con tanta precisión que parece uno más de la familia. Para el padre, la decisión de que lo preparen para la fiesta de celebración del hijo reencontrado supone el colmo del agasajo; pero el que lo sacrifiquen, es para el hijo mayor el mayor agravio y se ve que le importa el ternero mucho más que el traje, las sandalias, el anillo, la música o el banquete en honor de su hermano. Imagino que la valoración otorgada al ternero está en proporción directa al tiempo y dinero invertidos en su cuidado y engorde y eso me permite recordar así una frase del zorro al Principito: “Es el tiempo perdido por tu ternero lo que lo hace  tan importante para ti…”

Bajando al particular de nuestra vida, pienso en que todos vamos por la vida con nuestro ternero cebado en el que posiblemente hemos invertido esfuerzos y dedicación, pero que, como nos descuidemos, puede derivar de mala manera. Y llegar a convertirse en un “irrenunciable” al que nos aferramos de manera  más o menos consciente bajo distintos nombres: una comunidad, un trabajo, una costumbre, una idea, un objeto, una manía: “Estoy dispuesta/o  a lo que sea, pero que no me toquen - pidan, cambien o cuestionen -  mi ternero cebado”.

Cualquier comunidad, sea del tipo que sea,  tiene entonces que resolver cómo gestionar los terneros de cada cual, y la lista resulta a veces inconfesable de puro ridícula: que el café esté bien cargado,  que no haya ruido en el pasillo, que no se  bajen las persianas, que se suban las persianas, que no abran la ventana porque hay corriente, que abran la ventana para ventilar,  que no se hable en el telediario, que me dejen manejar a mí el mando de la TV… No somos los primeros en apegarnos a cualquier tipo de aficiones y san Juan de la Cruz les pone nombres: “Una común costumbre de hablar mucho, un asimientillo a alguna cosa que nunca acaba de querer vencer, así como a persona, a vestido, a libro, celda, tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes” (1 Sub 11,4).

Además del efecto relativizador de  los diminutivos – asimientillo, conversacioncillas, gustillos - ,   añade dos ejemplos  geniales: el de los hilos delgados que no dejan volar al pájaro, o  el de los pececillos que se pegan  a la quilla de la nave y se convierten en una rémora que le impide llegar a puerto. 

Y como en otro aviso espiritual invita al alma a decirle a Dios:  “toma mi cornadillo”  (monedilla de bajo valor), podemos apropiarnos de su lenguaje delante del Señor:  “Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi ternero cebado, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres”.

 (Vida Religiosa, Noviembre 2022)

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