El subrogado

Jesús, con delantal y una jofaina con agua,  pasa a ser uno más de cualquier colectivo de trabajadores subrogados

Salgo resoplando del cine después de ver  El triángulo de la tristeza de Ruben Östlund, una de esas películas que preferirías no haber visto porque te deja inquieta y removida. Un crucero y sus personajes se convierten en la parábola perfecta de un mundo dominado por la desigualdad: un grupo de asiáticos o africanos frotan  de rodillas la cubierta del barco; otros se mueven en  la sala de máquinas, friegan ollas en la cocina o  limpian baños; la tripulación se somete con obediencia servil a los caprichos de unos pasajeros mega ricos; el capitán, borracho, apenas sale de su camarote.

No les voy a contar la película ni a recomendarles que la vean, pero a mí me ha ayudado a entender un poco más el sentido de la escena de Jesús lavando los pies de los suyos y a ir un poco más allá del “qué humilde el Señor poniéndose al servicio de sus discípulos…”

Conviene  leer despacio Juan 13 para darse cuenta de cómo el narrador  va creando, desde el comienzo, un climax creciente muy bien diseñado: sitúa la escena en un contexto litúrgico sagrado: víspera de la fiesta de la pascua…; presenta a Jesús  dominando con poderío  la situación,  – sabía…, volvía a Dios…, lo tenía todo en sus manos…; alude  a su amor extremo para ponerle en la cumbre de la condición humano/ divina.

Los lectores, atraídos  hacia arriba por este crescendo, esperamos un desenlace majestuoso: ahora Jesús se pondrá en pie irradiando luz y, envuelto en el manto de su señorío,  elevará  su voz poderosa  y pronunciará un discurso sublime anunciando su paso al Padre;  y sus discípulos, conmovidos, se arrojarán a sus pies adorándole.

Pero todo se despeña hacia abajo de  manera abrupta: desaparecen sin dejar rastro el ceremonial litúrgico, las alusiones trascendentes y  el ambiente de solemnidad: Jesús se ha quitado el manto, se ha ceñido una toalla y  se ha puesto a  lavar los pies de los suyos y a secárselos después. “Tomó la condición de esclavo haciéndose como uno de tantos”, dirá Pablo (Fil 2,7).  En versión actualizada: Jesús, con delantal y una jofaina con agua,  pasa a ser uno más de cualquier colectivo de trabajadores subrogados, esos hombres y mujeres invisibles que habitan el revés del mundo  al servicio de quienes nos sentamos a la mesa. Sonlas kelis en los hoteles y los riders que pedalean trayéndonos comida; manejan cepillos, escobas, aspiradoras, detergentes o  bolsas de basura; se inclinan en invernaderos, hacen turnos de noche, cosen y planchan en talleres clandestinos, acarrean bultos,  empujan carretillas, se suben a andamios, bajan a las minas de coltán, recogen algodón a 50º.  

Jesús ya los había llamado dichosos  en las bienaventuranzas -  desposeídos,  hambrientos,  sometidos…- , pero ahora da  un paso más y  desciende él mismo a su espacio. Muy poco después, Simón de Cirene – contratado por horas -   le ayudará a cargar  con  su cruz y otros dos derrotados por la vida, agonizarán crucificados junto a él.  

 Bajará  a la oscuridad última de lo humano y su nombre será descartado  de la nómina de los vivos y los útiles. Pero Aquel en quien confía  hasta su último aliento, sabrá dónde encontrarle  cuando llegue la hora de levantarle de entre los muertos: en la periferia de la ciudad,  en un sepulcro prestado y custodiado por dos mercenarios del imperio.

 Y cuando reciba el Nombre sobre todo nombre, estarán a su lado, como una cuadrilla de colegas,  todos los subrogados de la historia.  

Alandar  Abril 2023

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