Aprender a dar vida

Aprender a dar vida
Aprender a dar vida

Esta semana quiero compartir con vosotros una de esas experiencias que tocan el corazón. Se trata de una persona con la que me une una amistad de tiempo y que estos días ha perdido lo más grande que tenemos: una madre.  

Me decía que le costaba entender su marcha con solo 65 años, a pesar de pasar una gran parte de su vida sufriendo. En estos momentos de dolor y de no entender, las preguntas se le agolpan, la mayoría o gran parte sin respuesta, y una de ellas era la que seguro que habréis oído más de una vez: ¿por qué a mí, dónde está Dios, por qué no le ha ayudado?... Es difícil consolar y entender en momentos como estos. Cuantas veces le habremos echado la culpa a Él… y es natural, e incluso comprensible cuando estamos en el momento más álgido de la tempestad, pero lo principal es que llegue la calma, o peor es cuando no llega… 

Yo siempre he pensado que Dios, por ser Dios, respeta nuestra libertad. ¡imaginaos que fuera un mago e hiciera magia con cada situación indeseable que podamos vivir en nuestras vidas! ¿Qué dios sería ese?... Creo que ese respeto hacia el ser humano no significa indiferencia, o lejanía hacia lo que vivimos. Él no es el causante, ni siquiera lo provoca, quizá sean otros o el mismo sistema en el que vivimos, sin embargo, sí es el compañero que acompaña, que nos ayuda a recorrer el camino, que nos tiende su mano para hacerlo, y lo hace de manera discreta, pero también real, a través de otros y a la vez, invitándonos a hacer lo mismo que hace Él con nosotros, hacerlo nosotros con los demás; pero eso sí, recorrerlo, tenemos que hacerlo cada uno…  

Difícil tarea, pero siempre tenemos en quien apoyarnos para dar lo mejor de nosotros… 

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