Esperanza en comunión

| Ana Bou
Esta semana dudaba en lo que podría compartir con vostr@s y, sobre todo, que lo que fuera, partiera desde el corazón, que es desde donde a mí me gusta hablar, desde lo que siento.
Se me agolpaban muchos temas. Pero pensaba también que no era buen momento, puesto que el mundo entero tenía los ojos puestos en Roma, en el mas mínimo detalle y ante eso ¿Qué podía decir yo? Creo que nada o poco, porque tod@s mis compañer@s ya lo habían hecho y muchísimo mejor que yo. También pensaba un poco, en la cara y la cruz de la vida. Hoy lloramos, mañana reímos… Entiendo que tiene que ser así, porque la vida no se para y no podemos anclarnos, incluso si quisiéramos, tampoco podríamos hacerlo, porque la sociedad nos arrastra…
Queramos o no, comienza un nuevo camino para la Iglesia. Después de la incertidumbre de estos días previos, de ese desconcierto de quinielas en los que todo el mundo sabía y opinaba, en medio de toda esa locura de información, irrumpió el Espíritu, porque sus quinielas no son nuestras quinielas, porque sus planes no son nuestros planes…
Estos días no se habla de otra cosa. Todos mirábamos ese balcón de S. Pedro casi sin parpadear, hasta que apareció él, el recién elegido León XIV. Emocionado, quizá con miedo por lo que significaba esa aceptación, pero pisando fuerte y con seguridad de lo que hacía y decía. Con una historia y una sensibilidad propia, ni mejor, ni peor… propia.
El mundo necesita una Iglesia comprometida con el dolor de su pueblo, que sepa mirar desde abajo, no desde el poder y los despachos, que escuche, que sea sinodal, como así parece que será…
Siempre desde abajo, desde las periferias, no lo olvidemos…