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Les anuncio una gran alegría: Descubrí la iglesia desde abajo en una comunidad familiar o iglesia doméstica

Ya no soy parte de la “casta”, este estado exclusivo, que por haber prometido obediencia al obispo y castidad sexual permanente se cree superior a los demás y con poder a mandar en la iglesia

Celebración de Navidad

Cuando salí del clero me sentí primero como un paria, un exiliado, un “sin hogar” en la iglesia. Antes tomaba las decisiones, ahora los que antes me idolatraban me ningunean. “Ya fallaste, ahora cállate” me dijo un comentario en Facebook. Al inicio también a mi Mamá de 91 años le costó aceptar mi decisión. Pero finalmente pudo seguir viendo en mí más al hijo que al obispo y sacerdote. Un amigo obispo me dijo: “La iglesia es madre, igual que la tuya. Le cuesta aceptar una decisión así, pero finalmente es madre y siempre habrá un lugar para ti en su casa”. 

Mi mayor soporte han sido mi familia y mi esposa. Amar y ser amado me han hecho sobrevivir este cambio de habito y me han hecho renacer. Según la doctrina católica sigo siendo sacerdote y obispo, porque la ordenación es para siempre. No puedo ni quiero ejercer las funciones sacerdotales ni episcopales y ya no pertenezco al estado clerical. Ya no soy parte de la “casta”, este estado exclusivo, que por haber prometido obediencia al obispo y castidad sexual permanente se cree superior a los demás y con poder a mandar en la iglesia. 

Adviento

Intenté ser un obispo con olor a oveja, que no se distingue demasiado, más horizontal y fraternal. No viví en un palacio sino en una casa de madera, casi prefabricada. No tenía un auto de lujo, lo necesario para ir en trocha a los pueblos. Intenté convencer al clero de ir por el camino de Jesús en “despojarse de su rango para hacerse semejante a los demás” Flp 2,7. No lo logré. Me sentí solo dentro del clero y también fuera del clero. Pero poco a poco descubrí, que si dejas algo por amor a Dios y a tu pareja recibes mucho más. 

Ya casi un año viviendo juntos y durante meses casi aislado del resto del mundo nos ha servido mucho: pudimos dialogar mucho, profundizar nuestro amor en las cosas que nos pasan cada día. Como dice San Pablo en 1 Cor.13,2: “aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si me falta el amor nada soy”. 

Aunque siento todavía ciertas heridas en mi relación con la iglesia, nuestra relación con Dios no sufrió sino se profundizó, viviendo en pareja. Hemos encontrado un modo de oración, que nos hizo sanar las heridas y mirar con confianza el futuro. Es la oración de la meditación de la vida y la palabra. Es una oración de pareja en la noche, que empieza con revisar la vida del día. ¿Qué me ha impresionado más, que ha tocado mi corazón? A veces nos damos cuenta, que no fuimos conscientes de ciertos detalles, que pasaron y pedimos perdón. En el segundo paso leemos el evangelio del día, o algún texto bíblico, que se nos ocurre. En el tercer paso compartimos, lo que creemos, que este texto nos dice en nuestra situación. El cuarto paso es la oración. Nombramos personas o problemas, por los cuales queremos orar. Y rezamos generalmente un denario del rosario, o un momento largo de silencio u otra oración. El quinto paso es la acción. Pensamos en una acción, un compromiso para el siguiente día. El sexto paso es la bendición mutua y el abrazo de la paz. Por supuesto pueden haber cantos al inicio y al final. 

Hemos descubierto, que practicando casi a diario esta oración nuestro hogar se convierte en iglesia doméstica. Crecemos en la fe, en la esperanza y en la caridad. Ejercemos el sacerdocio común de todos los bautizados, ofreciendo nuestra vida a Dios y dejándonos transformar por El. Descubrimos la gran verdad, que dice Jesús en Mt 18,20: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Ya que no nos permiten comulgar en misa, comulgamos espiritualmente en nuestra liturgia doméstica. 

Iglesia doméstica

Y descubrimos, que es muy fácil y gratificante, invitar a otros a estas liturgias domésticas. Varios amigos nuestros han participado en varias ocasiones y diferentes lugares y quedaron muy agradecidos y con ganas, de hacer lo mismo en su casa y con sus amigos.

Creo que la iglesia domestica o comunidad familiar es el camino, para consolidar la base de la iglesia, la familia. La misa anónima no te ayuda mucho a integrar tu vida con tu fe. La liturgia doméstica sí. No es una competencia con la misa, la comunión eucarística es un gran don, que de ninguna manera podemos reemplazar con nuestra oración. Sin embargo, nos da otras cosas, que la misa no nos da: es más personal, mas cercano a nuestra vida. Crea fuertes vínculos de comunidad por el dialogo real, no litúrgicamente estandarizado. Y no se necesitan expertos o consagrados. Todos opinamos, todos oramos, todos somos iguales como en Gal 3,18. La comunidad doméstica no rechaza ni reclama al cura, más bien descubre el sacerdocio común de todos los fieles, confirmado por el Concilio Vaticano II en LG 10 y el Catecismo N° 1546.

Un cristiano no puede salvarse solo. Dios nos creó como seres sociales, en relación con otros. Sin comunidades cristianas, no tendríamos la biblia hoy. Nadie la hubiera escrito, nada la hubiera leído, copiado y transmitido, si no hubiera sido por comunidades cristianas. Las comunidades cristianas en los primeros 3 siglos, se reunieron en las casas, fueron iglesias domésticas. Por la persecución nadie se atrevió construir templos. Por eso creo, que es posible y hasta necesario, para volver a los inicios, a las iglesias domésticas.

Son buenas para los católicos comprometidos como un complemento de la misa y para profundizar y personalizar su fe.

Son buenas para las personas alejadas de los sacramentos porque pueden vivir su fe a su manera sin censuras y requisitos de la iglesia. Tal vez esto les ayuda más adelante a acercarse nuevamente a los sacramentos. 

Hasta ahora publiqué en mi Facebook y blog (una voz en el desierto) dos propuestas de celebraciones: adviento y navidad en familia. 

Iglesia doméstica

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