La Virgen María modelo de esperanza cristiana

Domingo Cuarto de Adviento. Año C. 23.12.2018.


(Lucas 1, 39-45).


Junto con Isaías y Juan el Bautista, que profetizan la cercana venida de Jesús, el Señor, pone como signo del Adviento a la Virgen Santa. En ella la Iglesia ve el signo acabado del pueblo creyente que espera esta venida. En el Evangelio de hoy, las palabras que Isabel dirige a Nuestra Madre María, que la visita, son las palabras con que los católicos reconocemos a la Virgen María, como ejemplo y modelo, de nuestra propia Esperanza, en Jesucristo, que viene ya muy cercano:

"¡Bendita eres entre todas la mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!"


"María es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe (Cfr. Marcos 3,31-34). Ella es la creyente en quien resplandece la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad. Es la perfecta discípula que se abre a la Palabra y se deja penetrar por su dinamismo; cuando no la comprende y queda sorprendida, no la rechaza o relega; la medita y la guarda (Cfr. Lucas 2,51). Y cuando suena dura a sus oídos, persiste confiadamente en el diálogo de fe con el Dios que le habla; así en la escena del hallazgo de Jesús en el templo y en Caná, cuando su Hijo rechaza inicialmente su súplica (Cfr. Juan 2,4). Fe que la impulsa a subir al Calvario y a asociarse a la cruz, como el único árbol de la vida. Por su fe es la Virgen fiel, en quien se cumple la bienaventuranza mayor:
"feliz la que ha creído"
(Lucas 1,41). (J. Pablo II en Guadalupe) (Puebla 296).


"El "Magnificat" es espejo del alma de María. En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahvé y el profetismo de la Antigua Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio de Cristo; es el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre. En el "Magnificat" se manifiesta como modelo "para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la 'alienación', como se dice, sino que proclaman con Ella que Dios 'ensalza a los humildes' y, si es el caso, 'derriba a los potentados de sus tronos'"...(Juan Pablo II) (Puebla 297).


Sabemos que en Adviento, tiempo fuerte para nuestra vida de fe y conversión, la Iglesia quiere reanimar nuestra Esperanza, no sólo considerando la gracia que Jesús nos ofrecerá en Navidad, sino también como una actitud esencial e inherente a toda condición cristiana. La Esperanza es la fe en las promesas de Dios, las cuales se realizan sólo en parte o en forma oscura en nuestra historia y realidad, porque tienen una naturaleza que va más allá: escatológica. Haciendo que esas promesas que aún no son plena realidad vayan animando nuestra vida y nuestros compromisos actuales, es vivir de la Esperanza.

En el Evangelio de hoy, la Virgen María es el modelo del cristiano que vive la Fe, la Esperanza y la Caridad. Por eso:


"¡Bendita eres entre todas las mujeres..." y es "Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!". (Lucas 1, 45).

Ciertamente estas promesas se cumplirán en ella:


"María es mujer. Es "la bendita entre todas las mujeres". En ella Dios dignificó a la mujer en dimensiones insospechadas. En María el Evangelio penetró la feminidad, la redimió y exaltó. Esto es de capital importancia para nuestro horizonte cultural, en que la mujer debe ser valorada mucho más y donde sus tareas sociales se están definiendo más clara y ampliamente. María es garantía de la grandeza femenina, muestra la forma específica del ser mujer, con esa vocación de ser alma, entrega que espiritualice la carne y encarne el espíritu". (Puebla 299).


La promesa de Dios a Nuestra Madre María parte o comienza en la Anunciación: el Mesías liberador nacerá de ella, y, ella quedará para siempre unida a la obra de su Hijo, y muy especialmente a su cruz:


"Mira este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el alma".(Lc. 2, 34-35).


La promesa del Señor a María, desde el comienzo, no era fácil de aceptar:


"¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre?" (Lc.1,34).


Ante la respuesta del Ángel enviado por Dios, María, mujer de fe, de amor y de esperanza, supo responder en consecuencia:


"Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí lo que has dicho".


Tampoco era fácil mantenerse fiel a la promesa ya que su modo de realizarse contrariaba el pensamiento y las expectativas del pueblo de Israel: la promesa de liberación salvadora se iba desarrollando a través de la frágil apariencia de un niño pobre nacido en un pesebre en Belén, del exilio en Egipto, del carpintero de Nazaret, de las persecuciones e incomprensiones, de la pasión y de la cruz:


"Pablo VI señala la amplitud del servicio de María con palabras que tienen un eco muy actual en nuestro continente: ella es "una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio (Cfr. Mt. 2,13-23): situaciones estas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad. Se presentará
María como mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo (Cfr.Jn.2,1-12) y cuya función maternal se dilató, asumiendo sobre el Calvario dimensiones universales".
(Exhortación Marialis Cultus 37). (Puebla 302).


María, mujer de la esperanza, se mantuvo fiel a la promesa, y en este difícil camino de su colaboración con Jesús llegó a una comprensión cada vez mayor de la naturaleza de la liberación salvadora de Cristo, cuyo Reino pasaba por el dolor y la cruz, porque liberaba desde la raíz de todas las servidumbres, el pecado.


Las promesas del Dios liberador tienen plena vigencia hoy, y la Navidad ya próxima es su confirmación: el Señor no abandona a su pueblo. Pero las realizaciones de la promesa son, para nuestras expectativas, desconcertantes. La fuerza del pecado sigue actuando en nosotros y en nuestra sociedad, y el Reino de justicia y de paz inaugurado por Cristo parece haber fracasado. Por ejemplo: la situación de Chile me duele desde hace mucho tiempo.También la situación actual de mi Iglesia.

Necesitamos como nunca vivir la Esperanza, que nos mantiene con fe, fieles y constantes en el amor y en el trabajo de verdadero y maduro compromiso por extender el Evangelio de Justicia y de paz.


La Virgen María, Madre de Dios y Madre Nuestra, se levanta, en nuestra vida cristiana, como un signo y una inspiración para vivir la Esperanza. Nuestra relación con ella, como Madre y Maestra, es hoy día más necesaria que nunca. Ella nos sigue ofreciendo el camino histórico del seguimiento de Cristo y el modelo de un cristianismo fiel vivido en los conflictos, injusticias, corrupciones en distintos niveles de nuestra realidad, tinieblas con tanta mentira, traiciones, engaños, falta de confianza, el dolor y la cruz. (Aquí se puede retomar Puebla N° 296).

María Madre de la Esperanza, ayúdanos a esperar y acoger a Jesús que viene en esta Navidad. Amén.

Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
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