El verdadero amor es hasta que duela y hecho desde la pobreza de espíritu.

Domingo Treinta y Dos Año Ordinario B. 11.11.2018.

(Marcos 12, 38-44).

"Cuídense de los maestros de la ley que gustan pasear con amplias vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y en los banquetes. Incluso se tragan los bienes de las viudas mientras se amparan con largas oraciones. ¡Con qué severidad serán juzgados!"

"Jesús, sentado frente a las alcancías del Templo, miraba cómo la gente echaba dinero para el tesoro. Los ricos daban grandes limosnas. Pero también llegó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor.
Jesús, entonces, llamó la atención de sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos ellos.
Pues todos han echado dinero que les sobraba; ella, en cambio, ha dado lo que había reunido con sus privaciones, eso mismo que necesitaba para vivir".



Quiero empezar la reflexión del Evangelio de este domingo con un hecho de vida en mis avatares pastorales.
En una plaza se había construido un templo, para los parroquianos de lugar.
Un día voy a celebrar la Eucaristía dominical a esa parroquia. Camino, recorriendo la plaza, al llegar a la puerta del Templo, veo una notoria lápida de mármol, que tenía una ostentosa escritura de homenaje al "benefactor" que había hecho construir y había donado ese templo. La plaza se conocía como la de la "Papelera", porque en torno a ella, en otros tiempo, estaban las casas de los trabajadores y obreros de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, una de las Empresas de privados más ricas del país. Pues bien, uno de sus dueños había construido y donado ese templo. Esa era la razón de tan grande y ostentosa lápida de homenaje al benefactor.
Me chocó tanta pompa y homenaje. De inmediato, como habitante de esa ciudad, me acordé de la Sra. María, que había fallecido unos años atrás. Ella era una humilde viuda que había prestado servicios a ese templo y lugar de culto, sede de la parroquia. Todo lo había hecho ad honoren, gratuitamente, sin cobrar un mísero dinero. Aseaba voluntariamente el templo, el piso, sus bancas, todo... También, con un amor y compromiso de vida lavaba todas las vestimentas y paños útiles para el culto. Era una mujer, que dentro de su pobreza, había entregado su vida, para asear y lavar todo lo referente al culto a Dios. Ciertamente, para mí, había sido una mujer benefactora, mayor que el rico empresario; había amado entregando su vida anónimamente a su Iglesia.
Al comenzar la Eucaristía, teniendo un templo lleno de feligreses, pregunto: "¿Ustedes conocen a la Sra. María, fallecida recientemente?" Todos a un coro contestaron: "¡Sí!" Y hablaron maravillas de ella. Yo les dije: "Pero ella no tiene ninguna lápida a la entrada del templo, que la recuerde como benefactora de la parroquia". "¡Tiene razón, usted padre!" "¡Es de justicia hacerlo contestaron!" Les contesté: "No se preocupen, sólo quería hacer un llamado de atención como Jesús en el Evangelio:

"Dios no mira las apariencias, Él mira el corazón". "Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos...".


Todo esto coincide con una triste realidad chilena. Unos pocos privados ricos, son dueños del país, y tienen secuestrada a la gran mayoría del pueblo soberano. Hay un sistema económico cruel e inmoral, para que los pocos ricos con los políticos, cometan una injusticia grave, acumulando y haciendo la pobreza y el "pecado social": Chile está en una gran crisis a causa de estos ricos privados coludidos con políticos idólatras del poder: algunos de ellos se dicen católicos.
El hecho de vida personal, que les he narrado, coincide con algo que hace un tiempo hasta esta parte se ha descubierto entre nosotros. "La Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones" de una de las familias más ricas de Chile, se ha coludido con otras empresas del rubro, para subir los precios de sus artefactos, poniéndolos en el comercio y en el mercado, con afán tramposo, usurero y acumulador (robo), cometiendo un delito que la Justicia investigó y multó. Los mismos dueños, en tiempos distintos, mostrándose como católicos y benefactores, construyeron un templo, hoy cometen un delito, que daña directamente a los usuarios y especialmente a los más pobres:

"Lo que hiciste con el más pobre de mis hermanos, conmigo lo hiciste". (Mateo 25).


Leyendo la Revista Forbes, me encontré, hace algún tiempo, con un catastro de las familias más ricas de Chile.
En ese tiempo que leí tal catastro, la familia señalada anteriormente, benefactora del Templo citado, también benefactora de bienes y dinero de Karadima, expulsado del sacerdocio por abusos sexuales por Francisco I, ocupaba el primer lugar; no sé qué lugar ocupa hoy. Pero, en ese tiempo, haciendo comparaciones entre ricos y pobres, entre ricos y obreros con sueldo mínimo, la comparación arrojaba el siguiente resultado:
Un obrero chileno con sueldo mínimo, para alcanzar la estratosférica riqueza de los ricos y familiares ya señalados, tendría que trabajar, sin parar, 300 mil años. Así es el resultado, que se da entre una familia católica, dueña de gran poder y riqueza, benefactora y constructora de un templo en una Plaza de ciudad y benefactora del ex párroco de Parroquia del Sagrado Corazón de Avda. El Bosque, defensora de él, y hoy expulsado del sacerdocio.


El Evangelio de hoy es un verdadero cuestionamiento de las caridades o pseudo caridades; también de nuestros servicios y compromisos de amor y caridad fraterna.
Jesús indicó a la viuda pobre, alabándola por su verdadera caridad. Es cierto que dio menos que todos, pero lo que dio lo hizo con gran sacrificio, mucho más que los poderosos. La viuda pobre da restando lo que realmente necesitaba para su vida. Esto tiene una profunda significación evangélica. El gesto de la viuda pobre no se explica sin una gran fe y un radical amor a Dios.
Los otros dieron más en cantidad, pero no dieron más en calidad. Lo que dieron eran sobras, que no llegaba a comprometer su vida. Lo que dio la viuda pobre comprometía su vida.
Jesús, en Evangelio, nos está proponiendo una caridad y amor que comprometa nuestra vida. Es necesario recordar:

"Mi mandamiento es éste: Ámense unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que éste: dar la vida por los que se ama".(Jn.15, 12-13).

Los cristianos podemos dar dinero, podemos ser benefactores; podemos dar nuestro tiempo al servicio de los demás. Pero Jesús nos pide, también, darnos a nosotros mismos, comprometiendo nuestra vida. "El verdadero amor compromete toda nuestra vida; es hasta que duela y hecho desde la pobreza de espíritu". Se trata de ser como la viuda pobre que entregó dos monedas, y al entregarlas entregó parte de su sustento, de su misma vida.

Si tomamos en serio el Evangelio de hoy, también muchos hombres de Iglesia tendrían que cambiar sus criterios.
El criterio de Jesús cuestiona el criterio de algunos o varios hombres de Iglesia al distinguir a sus benefactores. En los templos e instituciones se ven placas de agradecimiento a donantes ricos. También se condecora y se distingue de diversas formas a cristianos habitualmente ricos y poderosos, muchas veces con harta publicidad. ¿Y el amor y entrega de parte del sustento vital de los pobres? ¿Cómo se expresa? ¿Dónde se ve la la alabanza de Jesús a la pobre viuda?
El Evangelio de hoy nos muestra dolorosamente la fragilidad del criterio de cristianos y eclesiásticos, que cuanto más publicidad haya más escandaliza a los pobres y abandonados.


"Para vivir y anunciar la exigencia de la pobreza cristiana, la Iglesia debe revisar sus estructuras y la vida de sus miembros, sobre todo de los agentes de pastoral, con miras a una conversión efectiva". (Puebla 1157).

"Esta conversión lleva consigo la exigencia de un estilo austero de vida y una total confianza en el Señor ya que en la acción evangelizadora la iglesia contará más con el ser y el poder de Dios y de su gracia que con el "tener más" y el poder secular. Así, presentará una imagen auténticamente pobre, abierta a Dios y al hermano, siempre disponible, donde los pobres tienen capacidad real de participación y son reconocidos en su valor". (Puebla 1158).


P. S. En estos días la Iglesia de Santiago y no la de Chile, como dice la Prensa, está requerida ante la justicia a pagar una gran cantidad de dinero como indemnización por caso Karadima.
Ahora bien, acordándome del Evangelio y de los católicos benefactores, arriba señalados, ¿por qué no se exige los 450 millones de pesos a Karadima poderosamente beneficiado por ellos, en lugar de hacerlo con la Iglesia de Santiago? ¿Por qué no reconocer lo que la Iglesia ha tratado de hacer en ayuda de las víctimas?


Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
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