El Papa, tras el ángelus, pide acabar con los "viajes de muerte en el Mediterráneo" El ruego de Francisco: "Deténgase a los traficantes de personas, que no sigan disponiendo de tantas vidas!"

Francisco, asomado al balcón del palacio apostólico
Francisco, asomado al balcón del palacio apostólico

Oraciones, lamentos y una petición muy clara fue el mensaje que dejó este domingo el papa Francisco al terminar el rezo del ángelus. Oraciones por los fallecidos en el accidente de tren en Grecia, por los inmigrantes naufragados frente a la costas de Italia también esta semana, y también, como cada domingo, "por la paz en el martirizado pueblo de Ucrania". Los lamentos fueron también para llorar a las víctimas de cada una de esas desgracias y acompañar a los heridos y a sus familias

Previamente, glosando la escena de la Transfiguración del evangelio dominical desde el balcón del palacio apostólico, el Papa recordó "lo importante que es estar con Jesús, incluso cuando no es fácil entender todo lo que dice y lo que hace por nosotros"

Oraciones, lamentos y una petición muy clara fue el mensaje que dejó este domingo el papa Francisco al terminar el rezo del ángelus. Oraciones por los fallecidos en el accidente de tren en Grecia, por los inmigrantes naufragados frente a la costas de Italia también esta semana, y también, como cada domingo, "por la paz en el martirizado pueblo de Ucrania". Los lamentos fueron también para llorar a las víctimas de cada una de esas desgracias y acompañar a los heridos y a sus familias.

La petición tenía unos destinatarios muy claros: los traficantes de personas que están detrás del naufragio en las aguas de Cutro, donde han muerto al menos sesenta personas (muchas de ellas, niños): "Renuevo a todos mi llamamiento para que no se repitan semejantes tragedias. "¡Que se detenga a los traficantes de seres humanos, que no sigan disponiendo de la vida de tantos inocentes!", reclamó.

Peregrinos en la Plaza de San Pedro para escuchar el ángelus del Papa
Peregrinos en la Plaza de San Pedro para escuchar el ángelus del Papa

"Que el viaje de la esperanza no se transformen en el viaje de la muerte y que las hermosas aguas del Mediterráneo no sean ensangrentadas por estos dramáticos incidentes", rogó el Papa, quien imploró que "el Señor nos dé la fuerza de entender y de llorar".

Estar con Jesús

Previamente, glosando la escena de la Transfiguración del evangelio dominical desde el balcón del palacio apostólico, el Papa recordó "lo importante que es estar con Jesús, incluso cuando no es fácil entender todo lo que dice y lo que hace por nosotros".

"Es estando con él, de hecho, como aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz. Y es en su escuela donde aprendemos a captar la misma belleza en los rostros de las personas que cada día caminan junto a nosotros: los familiares, los amigos, los colegas, quienes en diversos modos cuidan de nosotros. ¡Cuántos rostros luminosos, cuántas sonrisas, cuántas arrugas, cuántas lágrimas y cicatrices hablan de amor en torno a nosotros!", señaló Francisco, que invitó a que "aprendamos a reconocerlas y a llenarnos el corazón con ellas".

Francisco, durante el ángelus
Francisco, durante el ángelus

En este sentido, se preguntó: "¿Sabemos reconocer la luz del amor de Dios en nuestra vida? ¿La reconocemos con alegría y gratitud en los rostros de las personas que nos quieren? ¿Buscamos en torno a nosotros las señales de esta luz, que nos llena el corazón y lo abre al amor y al servicio? ¿O preferimos los fuegos de paja de los ídolos, que nos alienan y nos cierran en nosotros mismos?".

LAS PALABRAS DEL PAPA

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 


En este segundo Domingo de Cuaresma se proclama el Evangelio de la Transfiguración: Jesús lleva consigo, al monte, a Pedro, Santiago y Juan y se revela ante ellos en toda su belleza de Hijo de Dios (cf. Mt 17,1-9). 

Detengámonos un momento en esta escena y preguntémonos: ¿En qué consiste esta belleza? ¿Qué ven los discípulos? ¿Un efecto especial? No, no es eso. Ven la luz de la santidad de Dios resplandecer en el rostro y en las vestimentas de Jesús, imagen perfecta del Padre. Pero Dios es Amor, y, por lo tanto, los discípulos han visto con sus ojos la belleza y el esplendor del Amor divino encarnado en Cristo. Un anticipo del paraíso. ¡Qué sorpresa para los discípulos! ¡Habían tenido bajo sus ojos durante tanto tiempo el rostro del Amor y no se habían dado cuenta de lo hermoso que era! Solo ahora se dan cuenta, con inmensa alegría. 

Jesús, en realidad, con esta experiencia los está formando, los está preparando para un paso todavía más importante. De ahí en poco tiempo, de hecho, deberán saber reconocer en Él la misma belleza, cuando suba a la cruz y su rostro se desfigure. A Pedro le cuesta entender: quisiera detener el tiempo, poner la escena en “pausa”, estar allí y alargar esta experiencia maravillosa; pero Jesús no lo permite. Su luz, de hecho, no se puede reducir a un “momento mágico”. Así se convertiría en algo falso, artificial, que se disuelve en la  niebla de los sentimientos pasajeros. Al contrario, Cristo es la luz que orienta el camino, como la columna de fuego para el pueblo en el desierto (cf. Ex 13,21). La belleza de Jesús no aparta a los discípulos de la realidad de la vida, sino que les da la fuerza para seguirlo hasta Jerusalén, hasta la cruz. 

¿Sabemos reconocer la luz del amor de Dios en nuestra vida? ¿La reconocemos con alegría y gratitud en los rostros de las personas que nos quieren?

Hermanos, hermanas, este Evangelio traza también para nosotros un camino: nos enseña lo importante  que es estar con Jesús, incluso cuando no es fácil entender todo lo que dice y lo que hace por nosotros. Es estando con él, de hecho, como aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz. Y es en su escuela donde aprendemos a captar la misma belleza en los rostros de las personas que cada día caminan junto a nosotros: los familiares, los amigos, los colegas, quienes en diversos modos cuidan de nosotros. ¡Cuántos rostros luminosos, cuántas sonrisas, cuántas arrugas, cuántas lágrimas y cicatrices hablan de amor en torno a nosotros! Aprendamos a reconocerlas y a llenarnos el corazón con ellas. Y después partamos, para llevar también a los demás la luz que hemos recibido, con las obras concretas del amor (cf. 1 Jn 3,18), sumergiéndose con más generosidad en las tareas cotidianas, amando, sirviendo y perdonando con más entusiasmo y disponibilidad. 
Podemos preguntarnos: ¿Sabemos reconocer la luz del amor de Dios en nuestra vida? ¿La reconocemos con alegría y gratitud en los rostros de las personas que nos quieren? ¿Buscamos en torno a nosotros las señales de esta luz, que nos llena el corazón y lo abre al amor y al servicio? ¿O preferimos los fuegos de paja de los ídolos, que nos alienan y nos cierran en nosotros mismos? 

Que María, que ha custodiado en el corazón la luz de su Hijo, también en la oscuridad del Calvario, nos acompañe siempre en el camino del amor. 

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