“Con la cruz no se puede negociar: O se la abraza o se la rechaza” El Papa denuncia, en la misa de Ramos: “Una forma sutil de triunfalismo es la mundanidad espiritual, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia”

El Papa, el domingo de Ramos
El Papa, el domingo de Ramos

"Queridos jóvenes, no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra vida"

"Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo al Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos. Estáis en el camino del Reino de Dios"

“Quiero recordar a tantos santas y santos jóvenes, especialmente los de la puerta de al lado”

“Es impresionante el silencio de Jesús en su pasión, que vence la tentación de responder y de ser mediático”

“Tener el coraje de callar, con un silencio humilde y no rencoroso”

Solemne liturgia de Ramos en San Pedro. En su homilía, el Papa Francisco, quizás en referencia implícita a los últimos y duros 'ataques' que está sufriendo, invita a callar y a ser humildes, porque "una forma sutil de triunfalismo es la mundanidad espiritual, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia". Y también invitó a los jóvenes a no avergonzarse de Dios y a seguirlo, despojándose de sus seguridades. 

Sol y nubes en Roma, para celebrar el Domingo de Ramos en la Plaza de San Pedro, repleta de peregrinos con sus palmas y ramos de olivo.

Solemne procesión desde los laterales de la Plaza hasta el Obelisco, donde el Papa bendice los Ramos. La procesión, compuesta por laicos y clérigos. Entre ellos, cientos de obispos y todos los cardenales de la Curia romana. Los clérigos van vestidos de rojo, el color litúrgico de la fiesta de Ramos, y portan todos una palma blanca en la mano.

Laicos y clérigos se distribuyen en torno al obelisco, formando un círculo perfecto con varios anillos. ¡Soberbia escenificación a cielo abierto!

El Papa sube al estrado colocado a los pies del Obelisco, mientras el coro entona 'Hosanna al Hijo de David!

Francisco bendice los Ramos y, después, hace lo propio con del diácono que va a cantar el Evangelio de Ramos según San Lucas.

Y tras la lectura del Evangelio, comienza la larga procesión hasta el altar.

La escalinata que conduce al altar luce sendas decoraciones florales espectaculares. En diversas partes, lucen rosas de Colombia y Ecuador y tulipanes de Holanda.

Llegado al altar, el Papa deja la capa pluvial y se reviste con la casulla roja. Al lado del altar pequeños árboles de olivo.

Primera lectura del libro del profeta Isaías: “El Señor Dios me ha dado una lengua de discipulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento...”

Segunda lectura de Filipenses.

Relato de la Pasión según San Lucas.

Texto íntegro de la homilía del Papa

Las aclamaciones de la entrada en Jerusalén y la humillación de Jesús. Los gritos de fiesta y el ensañamiento feroz. Este doble misterio acompaña cada año la entrada en la Semana Santa, en los dos momentos característicos de esta celebración: la procesión con las palmas y los ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne de la narración de la Pasión.

Dejemos que esta acción animada por el Espíritu Santo nos envuelva, para obtener lo que hemos pedido en la oración: acompañar con fe a nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran enseñanza de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el espíritu del mal. Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un superhombre, sino que es un abandono confiado en el Padre y en su voluntad de salvación, de vida, de misericordia; y, en toda su misión, pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo él el modo y desligándose de la obediencia al Padre.

Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esta tentación mediante la confianza obediente en el Padre. También hoy, en su entrada en Jerusalén, nos muestra el camino. Porque en ese evento el maligno, el Príncipe de este mundo, tenía una carta por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor respondió permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad. El triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos falsos. Busca subirse al carro del ganador.

El triunfalismo vive de gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como peores, con defectos, fracasados... Una forma sutil de triunfalismo es la mundanidad espiritual, que es el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia (De Lubac). Jesús destruyó el triunfalismo con su Pasión. El Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías. Su corazón gozaba viendo el entusiasmo y la fiesta de los pobres de Israel. Hasta el punto que, a los fariseos que le pedían que reprochara a sus discípulos por sus escandalosas aclamaciones, él les respondió: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).

Humildad no significa negar la realidad, y Jesús es realmente el Mesías, el Rey. Pero al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,6-8). Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse.

Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza. Y con su humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe y precedernos en él. Tras él, la primera que lo ha recorrido fue su madre, María, la primera discípula. La Virgen y los santos han tenido que sufrir para caminar en la fe y en la voluntad de Dios. Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón» (cf. S. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris Mater, 17).

Es la noche de la fe. Pero solo de esta noche despunta el alba de la resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar en las palabras con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será grande [...]; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33).

En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar. Precedidos por María, innumerables santos y santas han seguido a Jesús por el camino de la humildad y la obediencia. Hoy, Jornada Mundial de la Juventud, quiero recordar a tantos santos y santas jóvenes, especialmente a aquellos “de la puerta de al lado”, que solo Dios conoce, y que a veces a él le gusta revelarnos por sorpresa.

Queridos jóvenes, no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra vida. Pero al mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz. Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo al Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos. Estáis en el camino del Reino de Dios.

Aclamaciones de fiesta y furia feroz; el silencio de Jesús en su Pasión es impresionante. Vence también a la tentación de responder, de ser “mediático”. En los momentos de oscuridad y de gran tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará que parezcamos aún más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz.

Será necesario resistirlo en silencio, “manteniendo la posición”, pero con la misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios.

Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta (cf. Mc 4,37-41), con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15). Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección.

Etiquetas

Volver arriba