"Reconocer la Resurrección significa cambiar la mirada sobre el mundo" El Papa señala, en la Audiencia de los miércoles, cómo la fe "puede curar la tristeza, una de las enfermedades de nuestro tiempo"

Audiencia bajo la lluvia
Audiencia bajo la lluvia Vatican Media

La tristeza es "un sentimiento de precariedad, a veces de profunda desesperación, que invade el espacio interior y parece prevalecer sobre cualquier impulso de alegría", y que "le quita sentido y vigor a la vida, que se convierte en un viaje sin dirección y sin significado", remitiendo para ilustrarla al pasaje de los dos discípulos de Emaús

"No cedamos a la tentación de la tristeza", diría luego en su saludo a los peregrinos alemanes, asegurando –dirigiéndose a los de lengua española– que la resurrección, "este acontecimiento central de nuestra fe, puede curar una de las enfermedades de nuestro tiempo, que es la tristeza"

Catequesis del Papa en la audiencia general de este miércoles, 22 de octubre, sobre la resurrección de Jesucristo, "una explosión de vida y alegría que cambió el sentido de toda la realidad", indicó, un acontecimiento, añadió, que sin embargo "nunca termina de ser contemplado y meditado", y del que también destacó que "no ocurrió de manera espectacular, y mucho menos violenta, sino de forma suave, oculta, podríamos decir humilde", pero que "puede curar una de las enfermedades de nuestro tiempo: la tristeza".

La tristeza, añadió León XIV, es "un sentimiento de precariedad, a veces de profunda desesperación, que invade el espacio interior y parece prevalecer sobre cualquier impulso de alegría", y que "le quita sentido y vigor a la vida, que se convierte en un viaje sin dirección y sin significado", remitiendo para ilustrarla al pasaje de los dos discípulos de Emaús.

Creemos. Crecemos. Contigo

"La esperanza se ha desvanecido, la desolación se ha apoderado de su corazón. Todo ha implosionado en muy poco tiempo, entre el viernes y el sábado, en una dramática sucesión de acontecimientos", leyó el papa Prevost de sus papales, invitando a que "la alegría inesperada de los discípulos de Emaús sea para nosotros un dulce recordatorio cuando el camino se hace difícil. Es el Resucitado quien cambia radicalmente la perspectiva, infundiendo la esperanza que llena el vacío de la tristeza". 

"Reconocer la Resurrección significa cambiar la mirada sobre el mundo: volver a la luz para reconocer la Verdad que nos ha salvado y nos salva. Hermanas y hermanos, permanezcamos vigilantes cada día en el asombro de la Pascua de Jesús resucitado. ¡Él solo hace posible lo imposible!", concluyó el Papa su catequesis. "No cedamos a la tentación de la tristeza", diría luego en su saludo a los peregrinos alemanes, asegurando –dirigiéndose a los de lengua española– que la resurrección, "este acontecimiento central de nuestra fe, puede curar una de las enfermedades de nuestro tiempo, que es la tristeza".

El Papa bendice a un niño en su recorrido por la plaza de san Pedro
El Papa bendice a un niño en su recorrido por la plaza de san Pedro RD/Captura

Y en esos mismos saludos a los alrededor de 50.000 fieles congregados en la plaza de San Pedro, en una mañana típicamente otoñal, recordó, dirigiéndose a los llegados de Polonia, que "hoy celebramos la memoria litúrgica de San Juan Pablo II. Hace exactamente 47 años, en esta plaza, instó al mundo a abrirse a Cristo. Este llamamiento sigue vigente hoy: todos estamos llamados a hacerlo nuestro".

También quiso recordar que este mes de octubre "nos invita a renovar nuestra colaboración activa en la misión de la Iglesia", exhortando a que "con la fuerza de la oración, el potencial de la vida matrimonial y la renovada energía de la juventud, sean misioneros del Evangelio, ofreciendo su apoyo concreto a quienes dedican su vida a la evangelización de los pueblos.

Fieles en la plaza de San Pedro durante la audiencia general
Fieles en la plaza de San Pedro durante la audiencia general RD/Captura

La catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas:

La resurrección de Jesucristo es un acontecimiento que nunca termina de ser contemplado y meditado, y cuanto más se profundiza en él, más nos quedamos llenos de asombro, atraídos como por una luz deslumbrante y al mismo tiempo fascinante. Fue una explosión de vida y alegría que cambió el sentido de toda la realidad, de negativo a positivo; sin embargo, no ocurrió de manera espectacular, y mucho menos violenta, sino de forma suave, oculta, podríamos decir humilde.

Hoy vamos a reflexionar sobre cómo la resurrección de Cristo puede curar una de las enfermedades de nuestro tiempo: la tristeza. Invasiva y generalizada, la tristeza acompaña los días de muchas personas. Se trata de un sentimiento de precariedad, a veces de profunda desesperación, que invade el espacio interior y parece prevalecer sobre cualquier impulso de alegría.

Paraguas en la plaza de san Pedro
Paraguas en la plaza de san Pedro RD/Captura

La tristeza le quita sentido y vigor a la vida, que se convierte en un viaje sin dirección y sin significado. Esta experiencia tan actual nos remite al famoso relato del Evangelio de Lucas (24,13-29) sobre los dos discípulos de Emaús. Ellos, desilusionados y desanimados, se alejan de Jerusalén, dejando atrás las esperanzas puestas en Jesús, que ha sido crucificado y sepultado. En sus primeras frases, este episodio muestra como un paradigma de la tristeza humana: el fin de la meta en la que se han invertido tantas energías, la destrucción de lo que parecía esencial en la propia vida. La esperanza se ha desvanecido, la desolación se ha apoderado de su corazón. Todo ha implosionado en muy poco tiempo, entre el viernes y el sábado, en una dramática sucesión de acontecimientos.

La paradoja es realmente emblemática: este triste viaje de derrota y retorno a la normalidad se realiza el mismo día de la victoria de la luz, de la Pascua que se ha consumado plenamente. Los dos hombres dan la espalda al Gólgota, al terrible escenario de la cruz aún grabado en sus ojos y en sus corazones. Todo parece perdido. Es necesario volver a la vida anterior, manteniendo un perfil bajo, esperando no ser reconocidos.

En cierto momento, un viandante se une a los dos discípulos, tal vez uno de los muchos peregrinos que han estado en Jerusalén para la Pascua. Es Jesús resucitado, pero no lo reconocen. La tristeza les nubla la mirada, borra la promesa que el Maestro había hecho varias veces: que sería asesinado y que al tercer día resucitaría. El desconocido se acerca y se muestra interesado en lo que están diciendo. El texto dice que los dos «se detuvieron, con el semblante triste» (Lc 24,17). El adjetivo griego utilizado describe una tristeza integral: en sus rostros se refleja la parálisis del alma.

Papa León XIV
Papa León XIV RD/Captura

Jesús los escucha, les deja desahogar su desilusión. Luego, con gran franqueza, los reprende por ser «duros de entendimiento para creer en todo lo que han dicho los profetas» (v. 25), y a través de las Escrituras les demuestra que Cristo debía sufrir, morir y resucitar. En los corazones de los dos discípulos se reaviva el calor de la esperanza, y entonces, cuando ya cae la tarde y llegan a su destino, invitan al misterioso compañero de viaje a quedarse con ellos.

Jesús acepta y se sienta a la mesa con ellos. Luego toma el pan, lo parte y lo ofrece. En ese momento, los dos discípulos lo reconocen... pero Él desaparece inmediatamente de su vista (vv. 30-31). El gesto del pan partido reabre los ojos del corazón, ilumina de nuevo la vista nublada por la desesperación. Y entonces todo se aclara: el camino compartido, la palabra tierna y fuerte, la luz de la verdad... De inmediato se reaviva la alegría, la energía vuelve a fluir en los miembros cansados, la memoria vuelve a ser agradecida. Y los dos regresan deprisa a Jerusalén, para contarlo todo a los demás. «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado!» (cf. v. 34). En este adverbio, «verdaderamente», se cumple el destino seguro de nuestra historia como seres humanos. No por casualidad es el saludo que los cristianos se intercambian el día de Pascua. Jesús no resucitó con palabras, sino con hechos, con su cuerpo que conserva las marcas de la pasión, sello perenne de su amor por nosotros. La victoria de la vida no es una palabra vana, sino un hecho real, concreto.

León XIV, en el papamóvil
León XIV, en el papamóvil RD/Captura

La alegría inesperada de los discípulos de Emaús sea para nosotros un dulce recordatorio cuando el camino se hace difícil. Es el Resucitado quien cambia radicalmente la perspectiva, infundiendo la esperanza que llena el vacío de la tristeza. En los senderos del corazón, el Resucitado camina con nosotros y por nosotros. Testimonia la derrota de la muerte, afirma la victoria de la vida, a pesar de las tinieblas del Calvario. La historia todavía tiene mucho que esperar en el bien.

Reconocer la Resurrección significa cambiar la mirada sobre el mundo: volver a la luz para reconocer la Verdad que nos ha salvado y nos salva. Hermanas y hermanos, permanezcamos vigilantes cada día en el asombro de la Pascua de Jesús resucitado. ¡Él solo hace posible lo imposible!

Traducción no oficial

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