La caricia del león
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El National Catholic Reporter publica una entrañable entrevista de Justin McLellan con John Prevost, hermano del papa León XIV, que permite asomarse a la trastienda humana del primer pontífice estadounidense. Desde los años de seminario menor hasta su vida misionera en Perú y su llegada al papado, John resume el proceso con una frase tan dolorosa como iluminada: “Se acabó, ya no es nuestro, se va al mundo”. Entre anécdotas familiares, recuerdos de pobreza y confianzas sobre su carácter, aparece el retrato de un Papa sencillo, cansado, obediente al Espíritu y todavía en proceso de “convertirse en Papa”.
John recuerda que la primera ruptura se produjo cuando la familia dejó a Robert en el seminario menor: “Cuando nos despedimos, creo que lloramos todo el camino de regreso, desde Holland, Michigan, hasta Chicago”. Aquella visita le hizo tomar conciencia de que su hermano se marchaba “al mundo”. El símbolo definitivo llegó ya en Roma, cuando León XIV le devolvió la llave de su casa familiar: “Me dio la llave de mi casa… eso me impactó mucho, porque se acabó… Siempre tenía una llave… Pero ahora que es Papa, me devolvió la llave… Se acabó, ya no es nuestro”. Para John, aquel gesto significó que el hermano “ya no es nuestro, se va al mundo”.
"Se acabó, ya no es nuestro, se va al mundo"
La larga etapa misionera en Chulucanas, Perú, marcó hondamente a Robert Prevost. John explica que “la pobreza lo afectó” y que hasta hoy le acompaña la idea de que “hay personas que no solo son pobres, sino que no tienen voz en el mundo”. Uno de sus objetivos como Papa, según su hermano, es “intentar dar voz a quienes no la tienen, o al menos intentar representarlos en su trabajo”. Aquellos años cambiaron su relación con las cosas: antes disfrutaban juntos “ir al barco y apostar”, pero después de la experiencia peruana, Robert dijo: “No, es un desperdicio. Hay mejores cosas que podrías hacer con tu dinero”.
La entrevista repasa también el duro tránsito por la enfermedad y muerte de sus padres, ambos por cáncer. John cuenta que la madre vivió “seis u ocho años” más de lo que le habían dado los médicos gracias a un tratamiento experimental, en un ir y venir constante de Robert entre Perú y Estados Unidos. “Cuando se acercaba el final, se aseguraba de estar presente… se quedó con ella día y noche para que no estuviera sola”, relata. Algo parecido ocurrió con la muerte del padre, al que también acompañó. Aún así, John subraya que su hermano “simplemente hizo lo que le dijeron” cuando la obediencia le llevó de nuevo a Perú como obispo o a Roma como prefecto y, finalmente, como Papa: “No era de los que se quejaban de nada; se tomaba en serio su papel en el sacerdocio”.
Sobre la relación de León XIV con Francisco, John asegura que veía en él “una persona normal”, con “sentido del humor” y alérgico a la “opulencia” del cargo. Destaca que “no vivía en un palacio enorme… no iba a Castel Gandolfo” y “quería dedicarse a la obra de la iglesia”. De su hermano Papa, traza un perfil sobrio: sigue levantándose “antes de las seis”, juega a Words with Friends o entra en Duolingo “a las tres de la mañana” cuando no puede dormir, y está aprendiendo alemán. Almuerza con los agustinos, muchas noches cena “un sándwich de mantequilla de cacahuete” o “un tazón de cereales” si llega tarde, y cuando puede hacer algo de tenis, a la espera de tener aparatos de gimnasio en el Palacio Apostólico.
Preguntado si se está “convirtiendo en Papa”, John responde que su hermano “intenta ser él mismo, pero también sabe cuál debe ser su papel como modelo”. Incluso cuando suben solos a la azotea, “no sale a menos que esté vestido de Papa, aunque estemos solos”. Sobre su popularidad, John se muestra orgulloso, pero realista: “Te hace pensar: '¿Qué pasará cuando termine la luna de miel?'… Tendrá que tomar decisiones difíciles que no agradarán a todo el mundo”. Y añade que a León XIV “no le molesta en absoluto”: “Hará lo que tenga que hacer… Tiene que hacer lo que el Espíritu le dice… hablará con todos, pero tomará la decisión sin importar lo que yo diga”.
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