Padre Manuel Matos Holgado SJ, eterna bondad serena Luis López-Yarto S.J.: "Yo a Manolo le he llamado siempre Matos, era un amigo"

Padre Manuel Matos Holgado S.J.
Padre Manuel Matos Holgado S.J.

"Era un amigo, uno de esos con los que te pones de acuerdo para comer juntos en las excursiones: aunque no me resulta fácil recordar a Matos en su papel de niño"

"Lo recuerdan aún tantos (y tanto) en Murcia, donde renovó en serio la catequética y bregaba con los chicos de la escuela profesional de Alcantarilla a la vez que enseñaba religión en la universidad"

"Los superiores de la Compañía, que siempre vieron en él al hombre leal a toda prueba, contaron pronto con este hombre joven, trabajador y fiable, para la Consulta de la provincia de Toledo y para delegado de pastoral"

"Dos diócesis pedirán su ayuda eficaz y la obtendrán sin chistar. La de Madrid lo pone al frente de la Delegación de Cáritas Diocesana y pronto de la Delegación pro Iglesia y Sociedad..."

"La disponibilidad de Matos era una tentación para los que disponían de su vida... Ya con sus años a cuestas hizo falta en los Grupos Católicos Loyola"

"Su itinerario vital, constelado de innumerables relaciones humanas, gentes de todo tipo que agradecían el paso del P. Manuel Matos por sus vidas, se ha apagado sin un gesto, tras siete años de penosas diálisis"

(Compañía de Jesús).- Yo a Manolo le he llamado siempre Matos. En los pupitres del Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid contaba el apellido. Era un amigo, uno de esos con los que te pones de acuerdo para comer juntos en las excursiones: aunque no me resulta fácil recordar a Matos en su papel de niño. Quizá nunca lo fue del todo. Tenía algo de adulto inesperado, de razonabley prudente, que ha conservado toda la vida. Cuando hubo un profesor de francés que faltaba demasiado a clase, muchos aprovechaban encantados para armar jaleo, él se preocupaba por lo que le parecía una falta de responsabilidad profesional, y protestaba. Matos era un estudiante querido, pero con el que daba gusto meterse. Era de Zamora y eso en Madrid tenía sus ribetes de pintoresco: “Desde que en el mundo hay patos / en Zamora están los Matos”, le cantamos alguna vez. Él soportaba con garbo la crueldad adolescente.

Cuando nuestra promoción celebró cincuenta años en 2002 aún concelebramos una Misa él, Ángel Palencia y yo, antes de la comida de hermandad. El año 2012, cuando los sesenta años, Palencia había fallecido en Lima,y Matos, ya en diálisis intensa, se sentaba prudentemente en el primer banco. Celebraba yo solo. En el vídeo que cada uno tuvo que enviar a los organizadores, muestra él un rostro trabajado por la enfermedad, aquella eterna bondad serena tan suya, con su manera sobria y un poco ingenua de sentir el afecto y la nostalgia inevitables al hablar de una larga vida compartida.

Antes de decidirse a entrar en el noviciado había estudiado un año de derecho, pero su aspecto era de abogado curtido. Aranjuez, Alcalá de Henares. Se iniciaba la rebelión de los años 60. Matos, como un buque que se toma su tiempo para cambiarde dirección, participaba a su manera pausada en la preparación del ’68, que se proyectaba sin saberlo en las clases (Díez Alegría, Caffarena). Algunos lo tenían por poco rebelde y demasiado asentado. Se sorprenderían poco después al conocer su adaptación extraordinaria al ambiente de Innsbruck y de su devoción por Rahner, profesor allí todavía a lo largo de los dosprimeroscursos.

K. Rahner
K. Rahner

De su ágil giro, después de cuatro años de peleado alemán, al francés de Lumen Vitae en Bruselas. Matos imperturbable, con aquella pipa de entonces, que impregnó su teología de olor detestable, se preparaba para ser dos cosas, un pastoralista de cuerpo entero y un fumador empedernido.

Dejamos de vernos mientras yo estudiaba psicología en Nueva York y él Lumen Vitae en Bélgica. Algún humilde SOS envió al amigo de América, porque no tenía un duro y tampoco quería pedir dinero a la Provincia. Mendigaba ostiatim al estilo de Ignacio con sobria dignidad zamorana. Ya estaba a las puertas de la vida activa.

Lo recuerdan aún tantos (y tanto) en Murcia, donde renovó en serio la catequética diseñando planes y creando materiales que han durado años. Allí bregaba con los chicos de la escuela profesional de Alcantarilla a la vez que enseñaba religión en la universidad.

Los superiores de la Compañía, que siempre vieron en él al hombre leal a toda prueba, contaron pronto con este hombre joven, trabajador y fiable, para la Consulta de la provincia de Toledo y para delegado de pastoral. Aceptó siempre de ellos, sin un comentario, encargos nada fáciles: pronto será director del Secretariado Nacional de Catequesis y superior en diferentes casas.

Pero los superiores dieron pistas a los obispos. Dos diócesis pedirán su ayuda eficaz y la obtendrán sin chistar. La de Madrid lo pone al frente de la Delegación de Cáritas Diocesana y pronto de la Delegación pro Iglesia y Sociedad. Luego, sin dejarle un respiro, le nombra director del entonces Instituto Superior de Teología. Esto eran palabras mayores. Suponía poner en sus manos parte importante de la formación de los sacerdotes. Algunos temieron que su aspecto, vagamente episcopal, llegara a convertirse en algo más que una broma a propósito de su físico y del impostado tono de su voz. Pero el cargo fue de corta duración y enseguida observamos cómo le ayudan a tomar distancia, destinándolo de nuevo a Murcia: con sus antecedentes pronto se convierte en un muy entregado vicario episcopal para la vida religiosa en esta nueva diócesis.

Murcia

Su relación con Murcia llegó a ser muy especial. Era como una mutua adopción. La columna del P. Matos en el diario La Verdad, esperada, comentada y popular, se recopiló en un libro, y las colas en el Corte Inglés alcanzaron longitud considerable los días en que firmaba ejemplares. “Nunca te has visto en otra” le escribí. “Ya sabes lo que es la gente”, me respondió.

La disponibilidadde Matos era una tentación para los que disponían de su vida. Ya con sus años a cuestas hizo falta en los Grupos Católicos Loyola, producto final del “grupo” del que fuimos primeros fundadores, a las órdenes de Eduardo Granda, en aquel lejano 1950. Parecía mayor para la tarea, hombre demasiado institucional para una obra tan autónoma y en gran parte juvenil y pujante. Alguno lo describía como uno de aquellos automóviles que llevan muchos años en la familia, que han dado excelente resultado. Modelo antiguo, elegante e intemporal, todos le tienen cariño. Imposible desprenderse de él aunque ya no se le puedan pedir las prestaciones de antes. (¡Hasta se pone alba y estola para celebrar!, murmuraron algunos). No conocían a Matos. Muy conscientede ser engranaje de transición, él, que había dirigido obras complejas y había echado sobre sí responsabilidades difíciles, se definió “colaborador”. En la residencia de Maldonado, de la que había sido superior con éxito, escribía ahora la historia de la casa y ayudaba con naturalidad en la Iglesia. Muchos acudían a él buscando consejo.

Pero la uróloga del hospital encendía ya luces de alarma y su salud descendía una pendiente inexorable que en poco tiempo le recluyó en la enfermería de Alcalá. Allí le he visitado más de una vez cuando en agosto venía desde Roma. Seguía fumando (ya, total, da lo mismo), estaba generalmente solo, e iba entrando en un largo silencio de aceptación delante de Dios que no abandonó hasta el último día.

Su itinerario vital, siempre incondicional miembro de la Compañía que había elegido, constelado de innumerables relaciones humanas, gentes de todo tipo que agradecían el paso del P. Manuel Matos por sus vidas, se ha apagado sin un gesto.

Vivimos en tiempos de virus. Nadie ha podido asistir al funeral sino la comunidad que le acogió durante siete años de penosas diálisis. Sólo a quince personas permitieron entrar enel Cementerio de San Isidro. Cuando la promoción 1952 del Ramiro celebre 70 años el año 2022 Matos ocupará, con Angelito Palencia, un lugar de honor celestial en esa improbable fiesta de ancianos. Dios sabe quién celebrará la Misa.

Luis López-Yarto Elizalde, S.J.18-10-2020

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