Comunicado sobre el próximo papa, ante la inminencia del cónclave Redes Cristianas: "Deseamos que el nuevo pontífice consolide y profundice el camino iniciado por Francisco"

"El pontificado de Francisco representó una ruptura significativa con la etapa anterior, caracterizada por papados de orientación conservadora"
"Su sensibilidad hacia los pobres y excluidos, su impulso por una Iglesia más abierta, fraterna e inclusiva, y su valentía para cuestionar estructuras de poder despertaron esperanzas en amplios sectores del pueblo creyente"
"Muchos fieles temen hoy que su sucesor no comparta ese talante y que el proceso de reforma iniciado sufra una involución. Compartimos esta preocupación"
"Por eso, confiar todo al perfil personal del próximo papa perpetúa una lógica de dependencia vertical que desdibuja la responsabilidad colectiva de toda la comunidad creyente… El proyecto de Jesús de Nazaret, y no la autoridad personal de ningún líder, debe ser siempre la fuente y la medida de la vida eclesial"
"Muchos fieles temen hoy que su sucesor no comparta ese talante y que el proceso de reforma iniciado sufra una involución. Compartimos esta preocupación"
"Por eso, confiar todo al perfil personal del próximo papa perpetúa una lógica de dependencia vertical que desdibuja la responsabilidad colectiva de toda la comunidad creyente… El proyecto de Jesús de Nazaret, y no la autoridad personal de ningún líder, debe ser siempre la fuente y la medida de la vida eclesial"
| Raquel/Redes Cristianas
Ante la inminencia del cónclave que elegirá al sucesor del Papa Francisco, desde REDES CRISTIANAS sentimos la necesidad de compartir algunas reflexiones que consideramos urgentes.
El pontificado de Francisco representó una ruptura significativa con la etapa anterior, caracterizada por papados de orientación conservadora. Su sensibilidad hacia los pobres y excluidos, su impulso por una Iglesia más abierta, fraterna e inclusiva, y su valentía para cuestionar estructuras de poder despertaron esperanzas en amplios sectores del pueblo creyente. Por ello, muchos fieles temen hoy que su sucesor no comparta ese talante y que el proceso de reforma iniciado sufra una involución. Compartimos esta preocupación y deseamos que el nuevo pontífice consolide y profundice el camino de solidaridad con los oprimidos, de denuncia profética de las injusticias y de construcción de una Iglesia que viva la igualdad y la dignidad de todos sus miembros.

Valoramos positivamente la actitud reformista de Francisco, quien encomendó al Sínodo de la Sinodalidad la tarea de identificar y corregir aspectos inadecuados de una tradición eclesial de siglos. No obstante, lamentamos que, a pesar de su talante renovador, persisten realidades como el dogmatismo, el culto látrico y la estructura jerárquico-clerical. La tarea de erradicar estas lacras sigue pendiente, y consideramos que el nuevo Papa debería comprometerse activamente en su superación.
Entre los desafíos más urgentes que el futuro pontífice debería enfrentar señalamos: la crisis provocada por los casos de pederastia, la persistencia de actitudes clericalistas, las discriminaciones basadas en género, orientación sexual o condición social, y la falta de apertura al diálogo ecuménico e interreligioso. Asimismo, es fundamental que la Iglesia reconozca la importancia de respetar la laicidad, favoreciendo una convivencia donde la fe sea fermento de libertad y servicio, y no imposición en la esfera pública ni sobre las conciencias individuales.
Sin embargo, consideramos fundamental ir más allá de las expectativas depositadas en una sola figura. El método de elección papal, reservado a unas decenas de cardenales designados por pontífices anteriores, refleja una forma elitista y no democrática de gestión eclesial, en contraste con el ideal de una Iglesia como “pueblo de Dios”. Confiar todo al perfil personal del próximo Papa perpetúa una lógica de dependencia vertical —una forma de “papalatría”— que desdibuja la responsabilidad colectiva de toda la comunidad creyente.
Queremos reafirmarlo con claridad: el proyecto de Jesús de Nazaret, y no la autoridad personal de ningún líder, debe ser siempre la fuente y la medida de la vida eclesial. La verdadera fidelidad al Evangelio exige que el protagonismo recaiga sobre todo el pueblo creyente, animado por el Espíritu, discerniendo y actuando en comunión. El papel del Papa y del episcopado sólo se justifica en la medida en que permanezcan fieles al mensaje de Jesús, impulsando una Iglesia “en salida”, al servicio de la vida y de la esperanza de los pueblos, especialmente de los más pobres y olvidados.

Anhelamos una Iglesia que viva desde la humildad, respete la autonomía de las realidades civiles y ofrezca su fe como propuesta libre y liberadora. Una Iglesia que no pretenda dominar los espacios sociales ni políticos, sino que sea profética en su palabra, laica en su espíritu y fraterna en su vida cotidiana. Una Iglesia que implemente las propuestas del Sínodo de la Sinodalidad, promoviendo igualdad real en su interior, donde la jerarquía sea servicio y no poder, donde se aborden temas pendientes como el celibato opcional de los clérigos y la participación igualitaria de las mujeres y de todos los bautizados, sin exclusiones por género, orientación sexual o condición social, tal como ocurría entre los primeros seguidores de Jesús.
Soñamos con una Iglesia que asuma el diálogo ecuménico e interreligioso no como un gesto de mera tolerancia, sino como una vocación auténtica de construir puentes, reconocer la acción del Espíritu más allá de sus límites institucionales y colaborar activamente en la promoción de la paz, la justicia y el cuidado de la creación. En este compromiso con la paz, es indispensable un rechazo claro de toda forma de guerra y, especialmente, de las matanzas masivas que desfiguran la dignidad humana y destruyen pueblos enteros. La fidelidad al Evangelio exige un testimonio radical a favor de la no violencia y de una cultura de encuentro. Asimismo, el clamor de la Tierra y de los pobres reclama una conversión ecológica más decidida: abrazar una opción ecológica no sólo como un discurso, sino como una praxis concreta que cuestione los estilos de vida insostenibles y las estructuras injustas que generan exclusión y devastación ambiental.
En este camino de renovación, resulta esencial fortalecer la cohesión de las diversidades existentes en el seno de las iglesias, entendiendo la pluralidad de tradiciones, culturas y sensibilidades no como un obstáculo, sino como un don que enriquece la comunión. Esta apertura a la diversidad debe ir acompañada de una apuesta decidida por profundizar los intentos de comunidad real, donde se escuchen y valoren todas las voces, especialmente las que históricamente han sido marginadas. En esta línea, se vuelve urgente que las iglesias, particularmente aquellas con fuerte arraigo nacional o privilegios históricos, renuncien a posiciones de poder que contradicen el testimonio evangélico.
El futuro de la Iglesia no se juega únicamente en la elección de un nombre, sino en la decisión cotidiana de sus miembros de vivir según la lógica del Reino: justicia, fraternidad, misericordia y libertad.
