II. Lo medular en la fiesta de Navidad: Nova Nativitas

4)Quedaría pendiente ahora saber qué pensaban las primeras comunidades cristianas sobre la filiación divina de Jesús. Para ello nos tenemos que acercar al testimonio de Pablo, tal como aparece en sus cartas. Nos limitamos a sus siete cartas originales; en ellas hay quince referencias a Jesús como Hijo de Dios, once de las cuales aparecen en Romanos (siete veces) y en Gálatas (cuatro veces).

Voy a señalar solo las más representativas.Traigo primero un fragmento de Romanos. En él se afirma con contundencia la condición de Hijo, referida a Jesús;se menciona su nacimiento según la carne y, por su resurrección, se le confiesa Hijo de Dios. Este es el texto:«… que había ya prometido [Dios] por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas,  acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro». (Rom 1, 2-4).

En la misma línea se expresa Pablo en su carta a los Gálatas: «Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4, 4-5). De nuevo encontramos aquí una mención a la misión recibida del Padre, de su nacimiento temporal en la plenitud de los tiempos, de nuestra liberación del yugo de la ley y de nuestra incorporación a la condición de hijos adoptivos de Dios.

El tercero y último testimonio que traigo a colación, además de confirmar una vez más el reconocimiento de la filiación divina de Jesús, se menciona su resurrección de entre los muertos y se alude a su última venida de los cielos: «… para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de la cólera venidera» (1Tes 1, 9-10).

5) Este conjunto de testimonios ha de ir configurando poco a poco el acervo doctrinal que servirá de base a la forja progresiva del pensamiento de los Padres y Escritores de la Iglesia antigua.  Desde ahí comenzarán a escribir y predicar sobre Jesús, Hijo de Dios, enviado por el Padre en la plenitud de los tiempos; sobre su nacimiento de una mujer, de una virgen llamada María; de su condición de hombre verdadero, sin menoscabo de la gloria divina que recibe del Padre. De la pluma de los Padres surgirán los primeros textos litúrgicos, imbuidos de su pensamiento y de sus tendencias doctrinales. De ese modo irá enriqueciéndose el tesoro eucológico de las Iglesias. De esa forma también la plegaria litúrgica, en todas sus formas, irá plasmando en su entraña la fe de la Iglesia hasta convertirse en norma fidei para el pueblo creyente.

No quiero dejar pasar una alusión a la forma como recibe la teología clásica este cúmulo de doctrina. Voy a referirme al santo teólogo dominico Tomás de Aquino, maestro de maestros y figura señera en la historia de la teología. Me voy a fijar exclusivamente en el tratamiento que hace sobre el tema de la filiación divina. Lo aborda, de base, en su tratado sobre la Trinidad, en la Suma Teológica, cuestiones 27-43. El santo teólogo, al referirse a la vida íntima de las personas divinas, habla de procesiones, de relaciones y de misiones. Las procesiones y relaciones son inmanentes a la vida de las Personas y se desenvuelven en el interior de la vida trinitaria. Las misiones suponen una proyección hacia afuera con un efecto temporal, creado. Al exponer el tema de las procesiones, en la cuestión 27, el santo se pregunta si en las personas divinas puede o no puede alguna procesión ser llamada generación. Ahí, en ese marco, Tomás de Aquino, además de confirmar la existencia de una procesión llamada generación, por la cual el Hijo procede y es engendrado del Padre,   afirma al final del cuerpo del artículo:«Por eso, la procesión de la Palabra en las personas divinas se llama generación, y la misma Palabra que procede es llamada Hijo»  (ST I, 27, 2).

En el texto citado hay que subrayar el salto que da de la generación de la Palabra, en la línea joánica, a la generación del Hijo. Ahí establece una estrecha relación de identidad entre la Palabra y el Hijo. Ambas proceden del Padre por vía de generación. Este planteamiento nos sitúa cerca del sustrato teológico que penetra las oraciones de navidad al hablar del nuevo nacimiento.

6)  Cambiamos de tercio y volvemos al principio. Ponemos nuestra atención en la liturgia de navidad. A la luz de los pensamientos expuestos, uno se pregunta, y con razón, si en la fiesta de navidad celebramos dos nacimientos: el acaecido en Belén, de las entrañas de la Virgen María, que sería la nova nativitas, y el nacimiento eterno del Verbo, engendrado por el Padre, que sería la nativitasaeterna.

Aeterna Nativitas y nova Nativitas. Dos nacimientos en una sola celebración, en una sola fiesta. Antes de aventurar una respuesta cabe hacernos una pregunta sobre si existe alguna relación entre estas dos generaciones, entre estos dos nacimientos. Anteluciferumgenui te[yo te engendré antes de la aurora]: estas palabras sibilinas del salmo 2, que se repiten con abundancia en las fiestas natalicias en todas las liturgias, pueden darnos una pista. ¿Por qué vinculan las Iglesias, al celebrar la navidad, el nacimiento histórico y temporal de Cristo con la generación eterna del Verbo? Esta es la pregunta clave.

Para aterrizar en una posible respuesta hay que tener presente que la liturgia, en sus mecanismos íntimos y profundos, no funciona con las leyes de la lógica y de lo convencionalmente correcto. La liturgia va por libre y prescinde de las exigencias cronológicas e históricas. Estamos en el mundo de los grandes símbolos, en el campo del misterio insondable, por encima del acaecer temporal. Navidad no es un recuerdo o un aniversario que conmemora un acontecimiento histórico. Navidad celebra que Dios se ha manifestado, que se ha hecho visible en Jesús de Nazaret. Él es el ikono de Dios, del Padre que lo engendra y lo envía. Celebramos que el Verbo, engendrado del Padre desde la eternidad, fuera del tiempo, se ha hecho hombre en la historia y ha nacido de una Virgen llamada María. Eso celebramos. Así de simple y así de complejo.

Lo mismo que la esperanza del adviento, centrada en la fiesta de navidad, se abre de forma inconmensurable hacia la gran espera de la parusía final y penetra toda nuestra existencia; así también, al celebrar que María ha engendrado y ha dado a luz a Jesús, el Cristo, ampliamos nuestra celebración de forma desbordante y, en visión entremezclada de sombras, fijamos nuestro anhelo celebrativo en el interior de la vida de Dios y posamos nuestro aliento contenido en el gran misterio del Verbo engendrado del Padre, y ahora, en el tiempo, hecho hombre en las entrañas de la Virgen María. La nativitas aeterna se ha prodigado en la nova nativitas, para la vida del mundo.

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