Del linchamiento al debido respeto

Me está llamando la atención la sonada orquestación que se está deparando desde las diversas instancias públicas al informe presentado por el Defensor del Pueblo, Angel Gabilondo, sobre los abusos a menores cometidos por personas pertenecientes al entorno de la Iglesia desde 1970 hasta 2020. Se habla de unas 440.000 víctimas de esos vergonzosos atropellos. Se denuncia que la Iglesia se mantuvo callada y miró para otra parte; que no actuó de forma decidida y contundente para atajar semejantes desmanes.  El informe Gabilondo ha sido presentado en el Congreso de los Diputados y se han desatado todas las alarmas: las voces de los políticos, las instancias públicas, la prensa en masa, desatada como nunca. Reconozco con tristeza y dolor que no faltan razones para una protesta desazonada y enfurecida de todos los medios.

Esta es una cara de la moneda. Reconozco, como acabo de decir, la justeza de las reacciones condenatorias. Esta es una sombra vergonzosa, ciertamente, que enturbia el rostro de la Iglesia; pero la Iglesia tiene también otra cara. Junto a la torpeza hay que reconocer además los grandes aportes que presta a la sociedad.

Porque, desde hace décadas, los hombres y mujeres del entorno eclesial vienen aportando innumerables servicios, casi siempre sin lucro alguno. Servicios ejercidos por personas desinteresadas de forma  altruista. Pienso en Caritas, la mano caritativa de la Iglesia, con su inmensa actividad; en los trabajos de investigación económica y social realizados por el valioso Informe Foessa, al servicio de Cáritas; pienso en los servicios sociales organizados desinteresadamente por ONGs creadas para ayudar a los necesitados en comedores, casas de acogida y bancos de alimentos. Pienso, en concreto, en la labor del Padre Ángel en la iglesia de San Antón de Madrid, y en la ayuda solidaria de Sor Lucía Carán, la conocida monja dominica de Manresa. No olvido, además,  a tantos hombres y mujeres, compatriotas nuestros, que trabajan en las “periferias” de los países pobres, en las misiones, montando escuelas y  hospitales, solidarizándose con los pobres en la lucha por sus derechos, enseñándoles a trabajar la tierra y otros menesteres. Pienso en la lucha descarnada que está llevando a cabo el dominico asturiano Miguel Angel Gullón junto a los trabajadores de El Seibo (Republica Dominicana). Detrás de toda esta actividad también está la Iglesia, impulsando, motivando, canalizando el trabajo.

Y ahora  me pregunto. ¿dónde están los medios de comunicación para hacerse eco, contar y relatar profesionalmente lo que hace la Iglesia? ¿qué hacen las instancias políticas para valorar y potenciar esta actividad? Solo me queda una respuesta. Se está usando una distinta vara de medir y de valorar. Un motivo efectivamente injusto, indeseable.

En este momento, en el que reconocemos y lamentamos dolorosamente los abusos cometidos por gente de Iglesia contra víctimas inocentes, rompiendo su vida y marcándola para siempre, solicitamos que la Iglesia ponga en marcha acciones eficaces de reparación y de perdón; pero además solicitamos de los medios un tratamiento más

equilibrado y justo de lo que la Iglesia es y hace, evitando una visión parcial e injusta, poco acorde con la realidad.

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