Audaz relectura del cristianismo (73) Actualidad eclesial

Importante, pero menos

Dolor de Soledad

Si nos detenemos a contemplar el caudaloso río de la actualidad eclesial para tomarle el pulso al sentimiento religioso, conscientes de que en la sociedad actual se da una cierta desgana o desinterés general por el tema, vemos que sus aguas arrastran preocupaciones meramente circunstanciales, tales como los escándalos sexuales de clérigos o la asignación de cargos y funciones. Se trata de golpes de efecto publicitario, a despecho de abordar debidamente los grandes y graves problemas que tiene planteados la humanidad.

Contra el papa Francisco

Generalidades descarnadas

Los temas de las primeras páginas actuales, muchos de ellos absolutamente intrascendentes para la marcha general de la humanidad, van desde recrearse en los matices morbosos de los terribles casos de pederastia eclesial a divertirse jugando a “papa Francisco sí, papa Francisco no”, un papa que está demostrando que hay que coger el toro del Evangelio por los cuernos; desde que sigan teniendo valor los sacerdocios de quienes un día colgaron las sotanas o los hábitos a la urgencia pragmática de ordenar a los “viri probati” y reconocer a las mujeres su derecho inalienable a ejercer cualquier ministerio, incluidos los de obispo y papa.

Creo que, en ese mismo contexto de sexo y género, lo realmente urgente y trascendente sería abordar a fondo, sin cortapisas legales cortoplacistas ni morales serviles, la sexualidad en todas sus imbricaciones para diferenciar géneros y pautar prácticas que abarquen desde el preciosismo de la “consagración religiosa” hasta el espinoso tema de la “prostitución” degradante.

El papa Francisco contra el abuso sexual

Elucubraciones para diversión

Aunque sean importantes, los temas que más ocupan nuestro tiempo no dejan de ser circunstanciales con relación a la supervivencia y a la importancia que realmente debe tener para el hombre de hoy el cristianismo que profesamos. Una cierta prudencia aconseja que los líderes religiosos no irrumpan en los temas más espinosos y controvertidos del mundo actual como elefantes en una cacharrería, pero de ahí a dejar que los problemas se enquisten y se pudran, sustrayéndoles la iluminación religiosa, hay un gran trecho que es preciso recorrer con decisión y temple.

Se sigue insistiendo mucho, por ejemplo, en dogmas que nada significan o aportan a los hombres de nuestro tiempo y se escudriña hasta el paroxismo los términos de predicaciones para ver si son heréticos al variar un milímetro una “tradición inmutable” que, por estar viva, lo único que hace es mutar, mientras que se orillan cuestiones calientes, decisivas para la marcha general de la humanidad, como el derecho a un trabajo digno y el deber de trabajar honestamente, el reparto equitativo de los bienes recibidos y producidos y la defensa equilibrada de la vida humana, desde su mero acontecer en un medio ambiente favorable hasta el respeto que todos los seres humanos le debemos.

Así, carecen de mordiente temas otrora muy vivos como fueron el pecado original, el infierno, la divinidad de Cristo o la virginidad y la inmaculada concepción de María, mientras pasamos de puntillas sobre la degradación ambiental, la explotación de los seres humanos, el hambre en el mundo o la soledad que gesta depresiones y conduce al suicidio. Explotación, drogas, alcoholismo, prostitución, maltrato, soledad y terrorismo son temas en los que, por cebarse en ellos los contravalores, es preciso poner hoy mucha más carne en el asador.

pobreza infantil

Mirar al hombre desde Dios

He insistido machaconamente en el cambio de perspectiva de un cristianismo eclipsado por un Dios ajeno al doloroso acontecer humano, en la necesidad de que se encarne plenamente en los problemas reales del hombre de nuestro tiempo.  La viveza actual del cristianismo no depende de que el hombre mire a Dios, sino de que se mire a sí mismo desde Dios. Hoy no procede construir catedrales como residencia divina, sino levantar albergues para acoger a los desplazados, organizar cocinas solidarias para dar de comer a los hambrientos y abrirse el pecho para transmitir calor humano. El auténtico cristianismo no necesita templos de piedra.

Mirar a Dios desde el hombre nos lleva a intrincadas definiciones dogmáticas sobre alguien de quien, en última instancia, nada se sabe a ciencia cierta, basándose en que lo definido es revelación suya. ¡Bendita sea la pueril y ciega confianza de quienes todavía afirman tales cosas! En cambio, mirar al hombre desde Dios nos obliga a caminar por los estrechos y escarpados senderos del amor y el perdón evangélicos.

Contra la explotación infantil

La perspectiva de mirar al hombre desde Dios impone exigentes prácticas de misericordia y de justicia, empresas que debemos abordar con la fuerza de un Dios a quien, tras la vida de Jesús de Nazaret, hemos aprendido a llamar “padre”. No hablo de especulaciones gratuitas sino de claros supuestos evangélicos que nos hablan de que Dios se ha acercado a los hombres en la persona de Jesús de Nazaret y de que este, al valorar moralmente nuestros comportamientos, cifra su moralidad en el servicio que le prestemos a él mismo especialmente en la persona de los más necesitados.

Verdades inútiles

Para Pablo solo el amor permanece. Esa gran verdad debería valer también hoy para colmar satisfactoriamente nuestras más ansiadas esperanzas. El amor es el único argumento para predicar convincentemente lo cristiano. Todo lo demás, ¡vanidad de vanidades! Nada importan los dogmas y el Vaticano. El papa bien podría ser un hombre mediocre, no el tipo genial que hoy gobierna la Iglesia. Carece de trascendencia religiosa que haya cardenales y obispos y que se construyan hermosas catedrales. Lo que realmente importa de los presbíteros es que sean fieles a sus compromisos y que no hagan trampas a las exigencias conductuales de su status.

misioneros laicos

Realmente importa mucho que se confíen los distintos ministerios a varones y hembras de vida cristiana ejemplar, pero no tiene trascendencia alguna que sean casados o célibes, sino que reflejen en sus vidas las esencias evangélicas de amor y entrega personal.  De nada nos sirve ir a misa los domingos si en la cena del Señor no nos comportamos como comida y comensales. A la postre, lo realmente importante es el amor, el servicio mutuo y que Dios se encarne en nuestras vidas.

A lo largo de los artículos que llevo escritos en este blog he insistido hasta la saciedad en que el futuro del cristianismo pasa por encarnarlo en nuestro tiempo, por lograr que la fe cristiana humanice nuestros comportamientos. La genuina forma de vida cristiana, la que mete a Dios de lleno en nuestras vidas, exige comportamientos de perdón y amor incondicionales. No debemos olvidar que esa forma de vida se funda en el terrible martirio de Jesús en la cruz, hecho que asume plenamente cuantas contrariedades e injusticias nos salgan al paso y convierte en esperanza radiante cualquier amenaza de catástrofe apocalíptica. Se trata de una forma de vida equilibrada y alegre, basada en la certeza absoluta de que, en cualquier circunstancia, el valor “Dios” se sobrepone siempre al contravalor “egoísmo humano”.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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