Lo que importa – 12 Raíces

Humedad y nutrientes

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Al igual que las plantas, también los seres humanos nacemos con raíces que nos anclan a una etnia concreta y a una determinada cultura y forma de ser, cuya estructura será imposible desechar, pues el nacimiento nos aboca a una forma de vida predeterminada, la de nuestros propios padres y la de la sociedad a que ellos pertenecen. Y así, lo mismo podríamos haber nacido en el seno del “pueblo supuestamente elegido por Dios” que en el de un pueblo amazónico, perdido en la selva; en una comunidad de creyentes ultraconservadores que en una sociedad furiosamente atea. Son las mil circunstancias en que se ve envuelta cada vida humana las que determinan que tengamos la piel blanca o negra y que nos toque en suerte un tipo de sociedad primitiva o muy desarrollada, aunque puede que lo más determinante sea haber nacido ricos o pobres. Pero nadie puede elegir, en definitiva, ni el color de sus ojos, ni su estatura, ni su propio status social. Afortunadamente, todos lo hacemos como un libro en blanco en cuyas páginas cada cual, sean cuales sean sus propias raíces, irá escribiendo hermosos relatos y emotivos poemas o sembrando borrones de tinta.

MOGARRAZ 3

Yo me honro de haber nacido en un pueblo hermosísimo, Mogarraz, conjunto histórico y acreditado con el título de ser uno de los pueblos más bonitos de España y del mundo, además de ser el pueblo “de las mil caras”, en el seno de una hacendosa familia labriega. Pero cualquier sacrificado seguidor de este blog podrá hacer lo propio por haber nacido en un pueblo o ciudad que, sin duda, albergará muchos tesoros, y de una familia en la que, sean cuales sean su condición y su situación, se cultivaron muchas virtudes. Tras el nacimiento, la educación va añadiendo ropajes y riquezas varias al tesoro recibido en los genes. La mía, en concreto, se materializó en la escuela primaria rural, seguida de largos años de estudios con los dominicos. Educación exigente, incluso severa, que me ha dejado a lo largo de tantos años un poso de saberes encaminados, en mi caso, a convertirme en “pescador de hombres”, perspectiva que hoy me hace sonreír, pues daría pie para valorar jocosamente este blog como un anzuelo, por más que yo no pretenda de ningún modo ni seducir ni, mucho menos, “pescar” o capturar a nadie. Los mencionados seguidores seguro que, a estas alturas de la película, ya se habrán convertido en hombres de provecho por otros caminos y se habrán granjeado una vida digna, satisfactoria en lo privado y útil en lo público.

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Tuve, pues, la suerte o desgracia, seguramente mucho más de lo primero que de lo segundo, de nacer en el seno de una sociedad y una familia de costumbres al menos formalmente cristianas y, por lo ya dicho, en un marco de educación y preparación profesional radicalmente católico, marco incluso de “consagración evangélica”. Cuando el empuje de la vida me forzó a tomar otro rumbo, el inmenso haber de esa educación cristalizó en una forma de vivir ahormada por la referencia ineludible a Jesús de Nazaret y por las exigencias imperiosas de las bienaventuranzas, amén de por una profesionalidad escrupulosa y austera. A pesar de que, en plena efervescencia juvenil abandoné (o tal vez fui abandonado por los artífices de) esa consagración, hoy no tengo empacho alguno en proclamar mi fe cristiana y en sentirme orgulloso de que sea ella la que inunda mi vida de sentido e ilumina mi propia racionalidad, pues el cristianismo tal como yo lo entiendo rebosa sentido común e ilumina el trasfondo de la vida humana.

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A tenor de tales coordenadas, mi idea y mi sentimiento de la vida, a diferencia de los de quienes eligen ahogarse en la nada y desintegrarse en el asco, no pueden ser otros que el de una misteriosa existencia, propiciada y guiada por Dios, que funciona como un engranaje bien ajustado cuando discurre por el cauce de los valores y que chirría estrepitosamente cuando lo hace por el de los contravalores. Cuando hace todavía poco, a primeros de septiembre, regresé a mi domicilio tras un mes de ausencia, me topé con la desagradable sorpresa de que una photinia y un árbol decorativo de mi jardín se habían secado. La causa obvia ha sido que el contravalor “sequía” privó a sus raíces, sobre todo durante las olas de calor sufridas en agosto, de la humedad necesaria para absorber nutrientes y echó por tierra el milagro de su vida. No lo olvidemos: valores, o mejor “valiosas”, son solo las acciones o relaciones con los seres que favorecen, construyen o mejoran nuestra forma de vida. Pues bien, las relaciones que se gestan en la fe y se alimentan de ella no pueden ser más que “valiosas”.

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Si durante los años en que fui niño (doce), los que viví como fraile (diecinueve, incluidos los estudios), los que me tocó trabajar en varias empresas y como autónomo (treinta y cinco) y los muchos que ya llevo de jubilado (diecisiete), la austeridad castellana y la piedad cristiana no hubieran alimentado mis propias raíces, seguro que a estas alturas, en vez de preocuparme de mejorar en lo posible la forma de vida que llevamos y de reivindicar una Iglesia libre de los ropajes doctrinales y rituales que le hemos echado encima a través de los siglos y de los intereses espurios con que la manipulamos incluso en la actualidad, estaría más seco y agotado que una momia y arrastraría mis días como náusea pegajosa, a la espera de que acabe cuanto antes el sinsentido que vivimos.

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Y así como me complace sobremanera contemplar un árbol que crece frondoso, sabiendo que sus raíces, al ahondar en la tierra, le garantizan cada vez más la humedad necesaria para asimilar los nutrientes que le dan frescura y vida, me sosiega e ilumina la evidente constatación de que son muchos los hombres en quienes, a medida que pasan los años, crece frondosa la conciencia de una fraternidad que perdona sin contrapartidas y comparte sin tasas. Afortunadamente, el servicio incondicional a los demás hace que muchos millones de hombres se sientan plenamente realizados. Hombres en definitiva que, incluso en el caso de no ser conscientes de ello, sostienen la humanidad y embellecen el cristianismo viviendo conforme a las preciosas pautas evangélicas. El cristianismo se reduce, en definitiva, a ser las raíces de una forma de vida plenamente satisfactoria y gozosa. Quien la quiera comprar sabe muy bien que tendrá que pagar el precio de cargar con su propia cruz y negarse a sí mismo.

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PD: Descanse en paz Pepe Domingo Castaño, fallecido esta misma mañana. Él y su hermano Antonio, que también emprendió viaje a la casa del Padre hace un tiempo, fueron compañeros míos, en los primeros años cincuenta, en el Monasterio de Corias-Cangas del Narcea (Asturias), entonces Escuela Apostólica de los Dominicos. En aquel tiempo era solo José Castaño. A él y a su hermano los llamábamos cariñosamente Pepé y Popó. Creo que hoy es un buen día para dar gracias al cielo por la enorme alegría que este buen hombre ha compartido a lo largo de su vida. Descansa en paz, amigo, sabiendo que sigues vivo en nuestra memoria, en nuestros corazones y en nuestra oración de cada día. Para mí guardo preciosas anécdotas relativas a lo de "Domingo" y a su entrega apasionada a causas bellas.

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