El interrogante al comenzar el año

"¡Ritual del despojo a fin de año!” es título sugerente que leo en “El Listín Diario”, Santo Domingo, República Dominicana cuando estamos a punto de pasar al 2011. Es “un ritual de liberación de las energías negativas en los espacios donde el individuo se desarrolla ; no sólo aleja lo negativo sino que demás se le atribuye la capacidad de atraer la suerte y la prosperidad”. Ese ritual y viendo cómo este pueblo dominicano alegre y ruidosamente se dispone a entrar en el nuevo año, da pie para una reflexión.

Hay en los seres humanos una exigencia tan indefinida como firme de progresar, ser más felices, alcanzar la plena salud sin amenazas de ningún tipo. Queremos dejar atrás lo males que nos humillan y deseamos una prosperidad sin sombras que, cada 31 de diciembre todavía sigue siendo un deseo. Según cuentan, hogares católicos europeos de la vieja Europa en siglos pasados tenían la costumbre de colocar en una lata carbón encendido con incienso y otras hierbas aromáticas; el humo llenaba todos los rincones de la casa, mientras las personas rezaban con devoción esperando al nuevo año. No sé ahora, pero hace años en la noche vieja los italianos tiraban estruendosamente a la calle los enseres que ya no servían. Gestos parecidos en las distintas culturas certifican que es verdad el anhelo común: “año nuevo vida nueva”.

Esta preocupación de cambio para mejor que es denominador común en las distintas manifestaciones culturales, se diluye hoy en las ofertas de cenas, cotillones... para fin de año, que durante los últimos meses traen machaconamente los medios de comunicación en nuestra sociedad española. Sin embargo ese reclamo de cambio y superación, da pie para una lectura y ampliación de horizonte desde la fe cristiana.

Ya es conocida la parábola evangélica del rico hacendado. Tuvo suerte aquel año porque los campos dieron una gran cosecha de trigo. Como no cabía en los viejos graneros, construyó otros nuevos, y se dijo: “¡qué bien! ya tengo el invierno bien asegurado; a descansar, comer, beber y relajarse despreocupadamente”. Pero Dios le dijo: “¡insensato! esta misma noche te pedirán la vida y todo lo que has acumulado ¿para quién será”? Y termina el relato: “así ocurre a todo el que atesora para sí y no es rico para Dios”.

Al hacendado preocupado sólo de su propia seguridad no se le llama inmoral sino “insensato”, estúpido. Sencillamente porque ha falseado su condición de criatura, se ha considerado fin absoluto, y ha olvidado que no es dueño del tiempo. Y el evangelio sugiere otra forma de vivir: “ser rico para Dios”. No se refiere a engrosar méritos para ganar el cielo, pues no saldríamos de la obsesión posesiva que combate la parábola. Se refiere a vivir con los sentimientos de Dios plasmados en la conducta histórica de Jesús, hombre para los demás.

Cuando se habla de “atesorar” no sólo es el dinero sino también, el poder, la ciencia, cargos políticos o eclesiásticos, obras de arte, publicaciones y tantas obras dignas de admiración que realizamos los seres humanos. En nuestra existencia llegan momentos en que uno se pregunta sobre su andadura con cierto miedo a perder el equilibrio: ¿he pasado la vida y he realizado muchas cosas buscando sólo mi protagonismo, mi seguridad, o he trabajado tratando de recrear el rostro humano de Dios que quiere la vida en plenitud para todos? Se nos concede un nuevo año para responder a ese interrogante.
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