(Ferede).- Hoy, quienes nos dedicamos al noble oficio de informar, especialmente dentro de nuestro ámbito protestante y evangélico, estamos de luto. El fallecimiento de nuestro compañero, hermano y amigo, Manuel López, deja entre nosotros un vacío muy grande, tanto en lo profesional como en lo humano.
No abundaremos en el breve espacio de estas líneas en el extraordinario currículum profesional y en el valor del legado fotográfico, bibliográfico y periodístico de Manuel López. (Quienes no le hayan conocido, pueden hallar información detallada en el obituario que le hemos dedicado en esta misma revista).
Nuestro recuerdo al compañero y amigo, está indivisiblemente unido a la admiración que le profesamos a ese profesional que supo llevar el testimonio y la ética de su fe protestante al mundo del periodismo secular y, en sentido inverso, trabajó por traernos el periodismo profesional de calidad a nuestro ámbito evangélico, con generosidad y entrega... Y, ¡por qué no decirlo!, con algún que otro "tirón de orejas" cuando nos reprochaba, en su doble condición de periodista y creyente, lo poco que cuidábamos -y aún cuidamos-, algo que para él era sagrado: la comunicación de calidad, dentro y fuera de nuestro ámbito eclesial.
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