Lo inteligente de verdad

Ante la posibilidad, ya real, de crear máquinas dotadas de inteligencia cuasi humana, y la incógnita de si una máquina extremadamente inteligente podría reprogramarse a sí misma, la cuestión ética cobra gran importancia para garantizar que no se produzca ningún daño a los seres humanos ni a otros seres vivos. Lo cierto es que el desarrollo tecnológico y científico avanza a tal velocidad que la inteligencia artificial del siglo XXI supone también un importante impacto en todos los campos, para bien y para mal, con las nuevas amenazas en forma de la desinformación y manipulación informativa, la falta de transparencia, la concentración de poder o la pérdida de privacidad, entre otras amenazas.

La inteligencia racional avanza más rápidamente que la inteligencia emocional y la espiritual del amor. En estas se invierte bastante menos. ¿Hacia dónde vamos? Los beneficios innegables tapan la mayor concentración de codicia que hoy se pueda dar. Crecer más, más y más, corriendo como pollos sin cabeza, solo genera desigualdades en aumento  y daños muy graves al ecosistema. Y no será porque no tenemos datos y señales de alarma como nunca los tuvieron en otros momentos de la historia; además de la experiencia acumulada de lo que ocurre cuando nos gobiernan con determinadas actitudes, y se confunde progreso con crecimiento desaforado…

Si la sociedad de consumo es líquida (Z. Bauman dixit), el individuo también debe ser líquido para poder seguir el ritmo consumista. Es la consecuencia de que nadie está dispuesto a renunciar a nada. Entonces la vida se convierte en una lucha entre individuos, y la libertad tiende a ser patrimonio de los más fuertes. El profeta que es el Papa Francisco no para de advertirnos sobre el estilo de vida que nos hemos dado; y está siendo criticado duramente por ello, incluso entre cristianos que se dicen guardianes de las esencias católicas.

Mi intención no es recordar, sin más, un escenario distópico. Lo que pretendo, precisamente en estos momentos, es que tengamos presente el capital interior extraordinario que atesora cada ser humano para vivir bien si lo hace desde su compromiso ético impulsando en nuestro interior la inteligencia integral, no solo la parte racional. ¿De qué sirve arrugarse dentro de la actitud decadente de vivir en la indiferencia y gozar de manera despreocupada e insolidaria?

Por eso mismo es importante recordar que la IA puede plantear desafíos éticos y espirituales que requieren una reflexión profunda. Por ejemplo, ¿cómo deberíamos entender la dignidad humana en el contexto de la IA? ¿Cómo se puede incardinar esta ventana tecnológica con las enseñanzas cristianas? ¿Es posible aprovechar la IE para cultivar una mejor solidaridad, o una espiritualidad más rica? Al menos puede servir de recordatorio de la importancia de la humildad y la confianza en Dios más que en la ciencia. Existe un riesgo real cada vez que tecnología avanza y nuestras capacidades se expanden, de sentirnos tentados a creer que somos autosuficientes o que tenemos control total sobre nuestro mundo. Existen límites a nuestro conocimiento y poder, líneas rojas a no traspasar para no causar más daño que producir bien.

Ya que los cristianos tenemos la suerte de tener la experiencia de fe en Alguien que nos creó por infinito amor y para el amor, urge que recuperemos en nuestro interior el potencial transformador del Evangelio, nuestra espiritualidad dormida capaz de generar Reino de amor a nuestro alrededor. Sin asustarnos por la nueva era tecnológica (“No tengáis miedo”). Escudarse en que no puedo arreglar el mundo porque a mi nivel no puedo cambiar nada, solo aporta un plus de desesperanza; pero si cada uno limpiara su acera, la calle, y la ciudad entera, estarían limpias. Y viviríamos menos tristes y con sensación de pertenencia; menos solos en nuestra pequeña acera, de manera más humana.

Hemos perdido la fe en la oración, como si orar fuera un instrumento utilitarista más. Nos falta confianza en el amor que podemos dar, fe en lo que no podemos controlar y esperanza en la semilla de amor que ponemos a germinar. Seamos conscientes de que nuestras obras y omisiones mejoran o empeoran la vida nuestra y la de los demás; ese limpiar nuestra acera amorosamente todos los días, es mucho más inteligente, importante y necesario que la inteligencia artificial. Pidamos a Dios luz y fuerza para lograrlo. Lo digo ahora que se acerca Pentecostés…

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