El Papa marca el camino

Roma y el mundo abrazaron por penúltima vez al Papa anciano, tímido y revolucionario. Con una marea de vivas y pancartas. Con el sentimiento y la emoción de la despedida. Incluso, con algunas lágrimas, como las del cardenal Antonelli. Y, sobre todo, con mucha oración y con especial atención a la última lección del Papa Ratzinger.

Y, como siempre, el Papa-teólogo no defraudó. Con una homilía esencialista y con su probada maestría para explicar con palabras sencillas y didáctica profesoral las ideas teológicas más profundas. Como el misterio de la Iglesia y del ejercicio del ministerio petrino. O como la relación entre la lógica del servicio y la lógica del poder en el seno de la Iglesia, a la luz del Evangelio.

El Papa, siguiendo la estela de los Santos Padres, tiene muy claro que el poder es la gran tentación de la Iglesia. Más que el sexo o el dinero. Porque el diablo anida en el poder. Y si algo ha manchado el rostro de la Iglesia universal en estos últimos años ha sido el carrerismo y la búsqueda desenfrenada del poder por parte de algunos curiales. Quizás por eso, eligió, para despedirse, el día en el que Evangelio reza así: "El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor".

Dios en el centro

En este sentido, el Papa explica, en su última intervención pública, que la Iglesia es de Dios y que, por lo tanto, en ella no hay nadie indispensable. Ni siquiera el ejercicio del ministerio petrino. De ahí su renuncia, que no dimisión. No dimite, renuncia al oficio de guiar la Iglesia, pero sigue dentro de ella. Como un padre, porque el Papa no es un mánager de una gran multinacional, sino un padre en la fe. Por eso, no vuelve a la vida privada. Tampoco será un Papa adjunto, sino un Papa emérito. Seguirá siendo Papa, pero sin ejercer como tal.

Y, una vez, fijado su papel futuro, quiere aclarar las razones de esta revolucionaria decisión. "No bajo de la cruz". Se sumerge en su raíz más profunda. "Nunca me he sentido solo" y reivindica su papal de padre, al que le escriben los poderosos del mundo, pero también los más humildes y sencillos.

Confiado en que "la barca de la Iglesia no es mía, ni vuestra, es suya", es de Dios, y que está, por lo tanto, en buenas manos, el Papa da las gracias a todos los que le han ayudado durante estos casi ocho años. Y cita expresamente al "fiel" secretario de Estado, Tarcisio Bertone. ¡Todo un signo!

Ésa es la hoja de ruta que Benedicto XVI marca a la Iglesia y al cónclave: un sucesor que se fíe de Dios, con fuerzas y ganas de seguir haciendo limpieza en la Iglesia. Para que la Roca vuelva a estar limpia y pueda presentarse ante el mundo como espejo seguro de Cristo.

Y, marcado el camino, Benedicto se fue, sonriente, seguro, confiado, relajado, casi feliz. Y se fue estrenando el que puede ser ya su nuevo 'look' de Papa emérito: sotana blanca, sin esclavina, y dulleta blanca. El uniforme que, a partir de ahora, identificará al Papa en oración, columna de la Iglesia dedicado a lo esencial. Como Moisés en el monte. Como Cristo en el Huerto de Getsemaní. Se va el Papa...a rezar.
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