La peregrinación arquidiocesana, diezmada como nunca Cardenal Aguiar, el afianzamiento del autoritarismo

Cardenal Aguiar, el afianzamiento del autoritarismo
Cardenal Aguiar, el afianzamiento del autoritarismo

Arzobispo busca legitimarse: “He sido fiel en seguir las indicaciones de los Papas”

“El custodio de la tilma de san Juan Diego” ya no camina con su pueblo, sólo lo recibe.

Por segundo año consecutivo, los fieles de la arquidiócesis de México peregrinaron sin pastor. Y fue el nerviosismo lo que tuvo a los organizadores al borde de la desesperación por saber cómo sería la respuesta del clero y fieles en el corto arzobispado de Carlos Aguiar que se encuentra en la cuenta regresiva cuando a estas alturas, en enero de 2025, haya entregado su renuncia por motivos de edad.

Dos años han sido suficientes para ver los resultados de la improvisación, la desorganización pastoral, de ausencia de planes, salvo los económicos, por los que el clero todavía está bajo una gran presión que origina la resistencia de grandes sectores negándose a la entrega del control absoluto de las economías parroquiales a los funcionarios aguiaristas.

Y los nervios estuvieron a flor de piel previo a la peregrinación del 18 de enero puesto que la arquidiócesis de México no contó más con dos fuertes bastiones de la religiosidad popular de la capital del país: Xochimilco e Iztapalapa. En la segunda edición del caminar hacia Basílica de Guadalupe en la etapa de Aguiar, se ha tomado muy en serio eso de “ser custodio de la tilma de san Juan Diego” para abandonar a sus fieles y someter al clero.

La peregrinación inició bajo la dirección de los dos obispos auxiliares, de los funcionarios aguiaristas además de un trastocado seminario conciliar de México seguido de las vicarías territoriales contadas en cientos de fieles al iniciar. Muchos recordaron nostálgicamente la época de las peregrinaciones realmente multitudinarias donde Calzada de Guadalupe y de los Misterios eran ocupadas literalmente. De la música, chinelos y danzantes. De la peregrinación de globos, pancartas y rezos. La fiesta arquidiocesana.

Cada vicaría encabezada por sus encargados ya no competía por ser los contingentes más celebrativos, alegres o coloridos. Competían por tener siquiera presencia. Quienes se han mantenido fieles a la tradición, caminaron convencidos de ir al Tepeyac hacia la Virgen de Guadalupe sin importar estos tiempos tristes. Desde luego, las burdas imágenes de los medios arquidiocesanos quisieron hacer de la peregrinación como esa de “miles” de personas, pero al final, a ras de tierra, quienes atestiguaron la marcha de los diezmados contingentes constataron la ausencia de clero y de vida consagrada, de espacios muertos entre vicarías, de gente confundida porque esa no era su peregrinación.

Era el caminar de una arquidiócesis sin cabeza, bajo el fantasma de la aparente autoridad. Eso hizo Carlos Aguiar cuando recibió a los peregrinos a las puertas del recinto. Un arzobispo fuera de sí, rodeado de un dispositivo de seguridad irreal, absurdo y ridículo. Eso no salió en las fotos y deberían preocupar seriamente. Las guaruras de Aguiar destacaban en ese morboso espectáculo de cuasiagentes de lentes oscuros y audífono en la oreja, reflejo de la prepotencia e impotencia de un arzobispo cada vez más aislado y lejano.

Sólo el agua aspergida por su Eminencia fue el único contacto con sus fieles. Acompañado de los canónigos que le son empáticos y sus obispos auxiliares, Carlos Aguiar ingresó a Basílica en la parafernalia de sus hábitos y en el caminar que recordaba la de las rancias formas del clericalismo que ensalzaban al inalcanzable príncipe de la Iglesia, el de las formas lejanas y caminar parsimonioso, que reparte bendiciones correspondidas con las sospechosas miradas de los fieles que no reconocen al pastor sincero y límpido. Era el momento de Aguiar Retes, el del autoritario, bajo la máscara de la cálida apariencia de la obediencia cuya homilía fue el discurso más de legitimación como no había pronunciado en tiempos recientes un arzobispo de México.

Los avezados saben lo que significan esas palabras en el trasfondo de la política eclesiástica donde se manipula la autodesignación de voluntad divina: “el Papa San Juan Pablo II me llamó para servir como Obispo de Texcoco… me llamó el Papa Benedicto XVI para servir en la Arquidiócesis de Tlalnepantla… y hace dos años el Papa Francisco me pidió venir a servirles a Ustedes como Arzobispo de México. Así he vivido la obediencia al Señor… En el servicio he sido fiel en seguir las indicaciones de los Papas…” Y es el velado mensaje para que la Iglesia arquidiocesana acepte su estilo autoritario como una Iglesia… asumiendo “en filial obediencia las decisiones y propuestas de su Pastor”.

Aguiar Retes sabe de los problemas que no ha podido resolver. Su estilo contrasta con la realidad de una arquidiócesis que ya no está en dentro de los grandes temas que conmueven a la Iglesia católica del país. Su principal ambición, el de la economía, lo ha distraído de lo verdaderamente esencial. Y en eso se ha empecinado mientras que la demostración más patente fue el repudio del clero, de los grandes ausentes, apenas un puñado de decenas en la peregrinación. Por eso el cardenal quiso medir la temperatura al final de la misa. Repasando vicaría por vicaría pidió a los fieles gritar si estaban presentes. Ese era el nivel de nerviosismo que, de manera sorpresiva, sacó a su Eminencia de sus obtusos esquemas celebrativos, pero la abarrotada Basílica no le pertenecía. Una diócesis más pequeña un dimensiones y grande en fe, comenzaba a ocupar su lugar. Era la diócesis de Tula que peregrinaba en ese momento al Tepeyac cuya fiesta, danzantes, bucólicas devociones populares y pueblos indígenas que contrastaban con la sequedad del pretendido camino sinodal del acartonado cardenal.

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