"La clausura está al servicio de la vida. Pero la vida es libre" Martín Gelabert, op: "La puerta de los conventos debe estar siempre abierta"

(Martín Gelabert, op).- Dos hechos recientes, muy distintos, me han hecho pensar. El primero ha sido el gesto del estado italiano de ocultar determinadas esculturas para que el presidente de Irán y su séquito se sintieran más cómodos durante su estancia en Roma. El segundo es la noticia de que tres monjas mercedarias del convento de Santiago de Compostela estarían allí retenidas contra su voluntad. Esta segunda noticia ha sido posteriormente matizada y, en parte, desmentida. Comparto una reflexión, que va más allá de los hechos y no se ciñe a ellos, aunque haya sido por ellos provocada.

Me parece muy bien que, ante la visita de un huésped, el anfitrión haga todo lo posible para que se sienta a gusto y su visita resulte cómoda, incluso si detrás de este deseo de quedar bien hay intereses por parte del anfitrión, como es el caso de los contratos que Italia iba a firmar con Irán.

Ahora bien, en estos asuntos en los que subyace un choque de culturas y, a veces, un choque de religiones, es importante que la recíproca sea siempre verdad. Solo esforzándonos en la reciprocidad y buscando tender siempre a ella, pueden desenterrarse para siempre los peligros de violencia entre las religiones.

La reciprocidad construye una paz duradera y plena. El criterio de la reciprocidad tiene múltiples aplicaciones: en los matrimonios interreligiosos, en las presidencias de los coloquios, en la oraciones comunes, en la construcción de templos, en la búsqueda de ayudas estatales, en apoyar al otro en aquello mismo que me gustaría que él me apoyara a mi.

En asuntos religiosos la reciprocidad es importante cuando se trata de dialogar con el distinto. Pero cuando se trata de asuntos que conciernen a la situación de uno dentro de la propia religión, la libertad es un principio fundamental. Porque sin ella no hay religión que pueda vivirse en la verdad. Hay una diferencia fundamental entre una cárcel y un convento de clausura. En la cárcel, los que están allí quieren abandonarla cuanto antes, pero no pueden hacerlo; han ido allí contra su voluntad, y están allí retenidos mediante la fuerza. En los conventos llamados de clausura, los y las que están allí pueden abandonarlo cuando quieran; ocurre que no quieren abandonarlo, precisamente porque están allí libremente.

La puerta de los conventos debe estar siempre abierta. Un buen signo de esta apertura sería que cada uno de los residentes tuviera llave de la puerta que da a la calle. La clausura está al servicio de la vida. Pero la vida es libre. Las puertas cerradas son siempre una mala señal. Y tanto en la cárcel como en los conventos, la sensación de puertas cerradas o de sentirse permanentemente vigilados, en muchos casos, perturba la mente y destruye a las personas.

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