Paso profético que alienta al clero a vivir con radicalidad contemplativa encarnada su ministerio Emotiva carta de un sacerdote bogotano pidiendo ser reconocido como “Monje Diocesano” (CIC, 603)

Fundará formalmente en Colombia, desde 2026, “La Escuela de Monjes Urbanos”
"Con 33 años de ministerio, Víctor Ricardo Moreno Holguín sabe que este paso abre la puerta a una visión mística y más profunda del ejercicio presbiteral diocesano"
El “nuevo monje” que nuestro tiempo necesita no es una imitación del antiguo, sino una “nueva mutación” del arquetipo del monje que hay en cada ser humano, como enseña el místico Raimon Panikkar
Dar un reconocimiento formal a esta figura del “Monje Diocesano” sería un paso profético: una forma de alentar a muchos sacerdotes a vivir su ministerio con una radicalidad contemplativa encarnada
El “nuevo monje” que nuestro tiempo necesita no es una imitación del antiguo, sino una “nueva mutación” del arquetipo del monje que hay en cada ser humano, como enseña el místico Raimon Panikkar
Dar un reconocimiento formal a esta figura del “Monje Diocesano” sería un paso profético: una forma de alentar a muchos sacerdotes a vivir su ministerio con una radicalidad contemplativa encarnada
| RD
Por primera vez en la Arquidiócesis de Bogotá un sacerdote del clero diocesano solicita al arzobispo que sea reconocida su vocación de “Monje Diocesano”. Con 33 años de ministerio y luego de una larga experiencia de vida contemplativa, mientras ha ejercido inmerso en las realidades pastorales de su Iglesia, Víctor Ricardo Moreno Holguín sabe que este paso abre la puerta a una visión mística y más profunda del ejercicio presbiteral diocesano.
Dice que esta solicitud no nace de una crisis, sino de una maduración. Que además es fruto de la convicción de que el “nuevo monje” que nuestro tiempo necesita no es una imitación del antiguo, sino una “nueva mutación” del arquetipo del monje que hay en cada ser humano, como enseña el místico Raimon Panikkar, en su libro “El Elogio de la sencillez. El reto de descubrirse monje”. Este sacerdote dice que seguirá ejerciendo su actual tarea diocesana.
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La intención del sacerdote como nuevo “Monje Diocesano”, es también la de convertirse en semilla viva de una mutación del monacato. Buscará aportar a la formación de esta configuración mística del monacato en medio de la vida secular. Él sabe que, sin lugar a dudas, dar un reconocimiento formal a esta figura del “Monje Diocesano” sería un paso profético: una forma de alentar a muchos sacerdotes a vivir su ministerio con una radicalidad contemplativa encarnada, y de mostrar al mundo que la búsqueda de Dios no requiere una huida de la realidad, sino una inmersión más profunda y transformadora en ella.
Además, anuncia una novedosa sorpresa: fundará formalmente en Colombia, desde 2026, “La Escuela de Monjes Urbanos”. Aludiendo a que estos monjes ya vienen existiendo anónimamente en nuestras parroquias, oficinas y calles, considera que es hora de dar la adecuada formación para que vivan su vocación. En este sentido, esperamos, en próximas entregas sus fundamentos teológicos, su identidad y sus procesos formativos, con el anuncio formal de la “Escuela de Monjes Urbanos”.
Crear esta figura del monje diocesano es, sin duda alguna, una oportunidad para el cardenal Rueda (que seguramente sabrá aprovechar), con el fin de abrir una nueva puerta en la Iglesia en salida y ser pionero en la promoción de una vida sacerdotal más profunda y contemplativa (y menos activista) del clero diocesano.
Auguramos al padre Víctor Ricardo Moreno Holguín que el Soplo del Espíritu lo guíe, fortalezca y consolide en esta misión por una vida sacerdotal cada vez más auténtica. Cuente con nuestra oración.
Más información: monjediocesano@gmail.com

La carta del sacerdote bogotano al cardenal Rueda
Choachí, Cund., 30 de septiembre de 2025
Fiesta de san Jerónimo
Eminentísimo Señor Cardenal
LUIS JOSÉ RUEDA APARICIO
Arzobispo de Bogotá y Primado de Colombia
Presente.
Querido Hermano y Pastor:
Con la humildad de un hijo, la cercanía de un hermano y la convicción forjada en 33 años de ministerio, me dirijo a Usted no para solicitar una dispensa o un cargo, sino para pedir el reconocimiento de una vocación anclada en mi espíritu y, creo firmemente, en el corazón mismo de la Iglesia para nuestro tiempo: la vocación de Monje Diocesano.
La novedosa terminología es solo aparente; y mi petición no se basa en un deseo de innovación, sino en un retorno a las raíces de una dimensión humana y espiritual que precede y nutre a toda institución: el arquetipo universal del monje. Como enseña el místico Raimon Panikkar, ser monje no se limita a una institución, sino que es “una dimensión constitutiva de la vida humana”, una vocación personal que busca “alcanzar el fin último de la vida con todo su ser, renunciando a todo lo que no es necesario”. Es este anhelo primordial, este fuego por lo Absoluto, lo que define al monje mucho antes que los muros de un monasterio.
Mi vida como sacerdote diocesano, inmerso en las realidades pastorales de Bogotá, no ha disminuido este anhelo; al contrario, lo ha intensificado. He llegado a comprender que el mundus del que el monje tradicional buscaba huir (fuga mundi) no son las calles, los fieles o las estructuras de nuestra diócesis. Para el monje de hoy, el “mundo” al que hay que renunciar es “el ‘espíritu mundano’ que hoy toma preferentemente la forma de injusticia social, de manipulación grupal y el sistema dominante de una sociedad competitiva”. Es precisamente en medio de la ciudad y de la Iglesia donde este “mundo” se manifiesta con más fuerza, y es aquí donde siento el llamado a encarnar una respuesta monástica.

Lejos de buscar un retiro, aspiro a vivir lo que Panikkar llama la “secularidad sagrada”. Se trata de la convicción de que la salvación se encuentra en la existencia cotidiana y que la construcción de este mundo es un quehacer religioso e incluso contemplativo. Mi deseo no es abandonar la diócesis, sino sumergirme en ella para ofrecer una transfiguración desde dentro, practicando una consecratio mundi en el corazón mismo de la polis.
Este reconocimiento formal como “Monje Diocesano”, (CIC, 603), me permitiría estructurar mi vida y ministerio en torno a los principios del arquetipo monástico, reinterpretados para nuestro contexto urbano, en medio de la vida diocesana:
Una vida centrada en la “Bendita Sencillez”: no mediante la simplificación reduccionista, sino a través de la integración. Integrar mi oración con la lectura espiritual de los periódicos, mi servicio pastoral con una profunda consciencia de mi corporalidad y mis relaciones personales, mi vida sacramental con un compromiso político entendido como el cuidado de la comunidad humana y mi unidad con la creación entendido como el cuidado de la Casa Común.
El primado del ser sobre el hacer y el tener: mi actividad pastoral no sería un fin en sí misma, sino una consecuencia de mi ser contemplativo. Entiendo que “la verdadera acción es contemplativa, y la auténtica contemplación es activa”. Buscaría liberar mi ministerio del lastre del “tener” para ponerlo al servicio de su finalidad última: la manifestación de Dios en medio de su pueblo. La primacía de mi identidad cristofánica será mi paz.
El silencio Originante en medio del ruido: no aspiro a huir del ruido de la ciudad, sino a “encontrar el silencio también al final de cada palabra” y a escuchar el mundo, aunque esto luego turbe mi silencio, para que mi silencio y mi palabra sean más fecundos para quienes me han sido confiados. La primacía de la contemplación se mantendrá más viva.

Una consciencia transhistórica: busco vivir y testimoniar la “tempiternidad”, descubriendo y ayudando a otros a descubrir la plenitud de la salvación “en el tiempo y a través del tiempo, no en un futuro idealizado”. Es un llamado a encontrar el Reino de Dios aquí y ahora, en las realidades de nuestra Arquidiócesis. La primacía del presente será mi anclaje.
Una vocación de “no-conformista”: el monje “no participa de ese juego” del sistema, pero sí “se pone manos a la obra” para cambiar las reglas desde dentro, sin violencia, con una fe inquebrantable en la armonía de la Realidad. Es un llamado a ser un signo profético en medio de la sociedad y de la Iglesia, desde un compromiso radical dentro de ella.
Eminencia, esta solicitud no nace de una crisis, sino de una maduración: 15 años dedicado a la vida contemplativa, mientras he ejercido con fidelidad mi servicio diocesano. Es el fruto de la convicción de que el “nuevo monje” que nuestro tiempo necesita no es una imitación del antiguo, sino una “nueva mutación” del arquetipo del monje que hay en cada ser humano. Este monje ya existe anónimamente en nuestras parroquias, oficinas y calles. Dar un reconocimiento formal a esta figura del “Monje Diocesano” sería un paso profético: una forma de alentar a muchos sacerdotes a vivir su ministerio con una radicalidad contemplativa encarnada, y de mostrar al mundo que la búsqueda de Dios no requiere una huida de la realidad, sino una inmersión más profunda y transformadora en ella.
En cuanto a mi apostolado específico, seguiré ejerciendo mi actual ministerio como director de la Escuela de Contemplación .S.A.L.M.O.S., principalmente liderando su nuevo programa: “La Escuela de Monjes Urbanos”. Como “Monje Diocesano”, me convertiría en semilla viva de una mutación del monacato para la formación en esta configuración mística.
Con filial obediencia y esperanza, pongo esta profunda aspiración de mi corazón en sus manos de Padre y Pastor, y quedo a su entera disposición para dialogar sobre esta propuesta y demás implicaciones, cuando lo considere oportuno. Le pido su bendición,
Víctor Ricardo Moreno Holguín Pbro.
Arquidiócesis de Bogotá
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