Un Padre del desierto contemporáneo ¿Es Carlos de Foucauld un nuevo Padre del desierto?

Carlos de Foucauld, padre del desierto
Carlos de Foucauld, padre del desierto

Carlos de Foucauld fue al Sahara para encontrarse con la gente que allí́ vivía y compartir la vida con ellos

La espiritualidad que caracteriza a los padres del desierto es una «espiritualidad desde abajo», «desde dentro», es decir, aquella que conecta con la propia vida. Hablan de la necesidad de habitar el propio espacio interior, de reconocer las emociones y las pasiones que nos mueven, de convivir con ellas, ya que es ahí donde se juega nuestra vida y donde tiene lugar el encuentro con Dios. Estamos habitados por la Presencia divina.

Foucauld está marcado por el desierto y por la vida de la Sagrada familia de Nazaret en donde se desprende: a) Adoración y amistad con las gentes del lugar; b) la búsqueda del último lugar (humilitas) y c) llevar la buena nueva de Jesús a los últimos. Nazaret es el sello de su vida.

Quizá́s para comenzar hay que afirmar que Carlos de Foucauld no fue al desierto para responder a una “llamada del silencio”, ni para ser ermitaño perdido en la inmensidad del desierto del Sahara. ¡No! El hermano Carlos fue al Sahara para encontrarse con la gente que allí́ vivía y vivir con ellos. y esto lo hizo enviado como sacerdote diocesano de la diócesis de Viviers (Francia) donde fue ordenado.

Para responder a esta pregunta lo vamos hacer en tres pasos:

¿Quiénes eran los Padres del desierto? El ejemplo de san Pablo el Ermitaño.

A finales del siglo III, un cristiano de nombre Pablo que vivía en la ciudad de Tebas, Egipto, se vio obligado a huir al desierto durante la persecución del emperador romano Decio, que trataba no tanto de que los cristianos llegaran a ser mártires, sino de hacerlos renegar de su fe. En el desierto vivió en una cueva a la espera de que terminara la persecución. Estando en esta situación descubrió el valor de la soledad, del silencio, y la libertad para ayunar y rezar. Abrazó la vida en el desierto y vivió en esa cueva durante muchas décadas como ermitaño, dedicado a la adoración de Dios. Cerca del final de su vida, otro hombre en Egipto, Antonio, recibió inspiración del Evangelio para renunciar a sus posesiones y servir únicamente a Dios. Antonio oyó hablar sobre Pablo el Ermitaño y fue a visitarle en su retiro. Antonio quedó inspirado por su modo de vida y se convenció de que Dios también le llamaba a convertirse en un eremita en la naturaleza. Antonio dedicó el resto de su vida a ayunar y orar, a vivir una vida de pobreza por la gloria de Dios. Su santidad se hizo famosa y, durante la persecución de Diocleciano, los cristianos se vieron atraídos al desierto como forma de escapar del mundo y vivir una vida cristiana.

La vida y la sabiduría de Antonio inspiraron a muchos hombres y mujeres a renunciar a sus ambiciones terrenales y a vivir en soledad venerando a Dios. Los monasterios se fueron desarrollando con el tiempo y se extendieron por Egipto. Se formó una norma de vida y otros hombres y mujeres santos empezaron a escuchar la llamada del desierto.

¿Cuales eran los valores centrales de la espiritualidad de los Padres del desierto?

La espiritualidad que caracteriza a los padres del desierto es una «espiritualidad desde abajo», «desde dentro», es decir, aquella que conecta con la propia vida. Hablan de la necesidad de habitar el propio espacio interior, de reconocer las emociones y las pasiones que nos mueven, de convivir con ellas, ya que es ahí donde se juega nuestra vida y donde tiene lugar el encuentro con Dios. Estamos habitados por la Presencia divina.

Evagrio Pontico, uno de los más famosos padres del desierto lo decía así: «¿Quieres conocer a Dios? Aprende antes a conocerte a tí mismo». Para los Padres del Desierto el camino espiritual comienza con una opción por la autenticidad y la honestidad con uno mismo. A través de este descender a nuestra condición de tierra (humus-humilitas en latín) entramos en contacto con el cielo, con Dios.

Por esto, para ellos, permanecer en la soledad les ofrecía la posibilidad de habitarse y ser habitados por el Dios que buscaban. Para los Padres del desierto ser capaces de guardar silencio les hacía posible el conocimiento más claro de uno mismo, con la convicción de que por muy golpeados que se esté por la vida, existe en el interior de cada persona un espacio sano, el santuario sagrado donde Dios habita. Por eso, en medio del desgarro podemos sentir la presencia de Dios que sana. Y al darse cuenta de la propia herida interior, callaban y no juzgaban. Tenían la contemplación como camino de sanación. Y la mansedumbre les distinguía como seres espirituales.

El desierto de los padres significa, sobre todo, un nuevo punto de partida, un recomenzar o, dicho de otro modo, un nuevo «nacimiento» , que comporta ciertas etapas. Esto es lo que diferencia, por ejemplo, al Antonio joven del Antonio anciano, que, después de una tentación singularmente dura, el Antonio «anciano» ya no siente turbación ni necesita preguntar a la voz divina que le guía al desierto interior: «¿Quién eres tú?». Antonio ha aprendido a distinguir, sin riesgo de autoengañarse, la presencia del Señor, a reconocer su voz y a sentarse en su presencia.

Semejanzas y diferencias de los Padres del Desierto con la espiritualidad del hermano Carlos.

Lo que comienza a trastocar la vida disoluta de Carlos de Foucauld es la adoración de aquellos hombres del desierto islámico, cinco veces al día, en su viaje de reconocimiento de Marruecos. Más tarde, vive un tiempo ascético de crisis y de búsqueda hasta su conversión. Impacto de Nazaret en su viaje a Tierra Santa antes de su ingreso en la Trapa (vida monástica). Tiempo de profundización y pobreza siendo recadero de las monjas clarisas de Nazaret. Ordenación y misión a las tierras del desierto.

Foucauld está marcado por el desierto y por la vida de la Sagrada familia de Nazaret en donde se desprende: a) Adoración y amistad con las gentes del lugar; b) la búsqueda del último lugar (humilitas) y c) llevar la buena nueva de Jesús a los últimos. Nazaret es el sello de su vida. En su pueblo natal, o en el desiero o en Palestina, Jesús es el «pobre y humilde obrero de Nazaret». Y nosotros sus seguidores, la Iglesia nazarena, debe ser la «humilde y pobre servidora de la humanidad».

Así, la matriz de la esposa de Cristo, que es la Iglesia, tiene que ser la de la pobreza a imagen de Jesus de Nazaret, el Cristo. Debemos anunciar el Evangelio con medios pobres, comenzando por el testimonio de la propia vida. Que escándolo sería ver, por ejemplo, un monasterio con lujos, riquezas y sirvientes, o anunciar el Evangelio a bombo y platillo con toda clase de recursos tecnológicos, al estilo de una empresa multinacional

Cuando Foucauld construye la ermita en la montaña del Asecrem no lo hace esclusivamente para retirarse como ermitaño, sino para situarse también en un lugar estrategico de las caravanas de los tuaregs y poder entablar relaciones fraternales con ellos. Es verdad que valora el desierto como lugar de silencio, como bien dice:«Hay que pasar por el desierto y permanecer allí para recibir la gracia de Dios». No hay que olvidar que estas palabras las escribe después de pasar nueve años en la Orden Trapense (1890-1897), y en concreto en la Trapa de Akbés (Siria), lugar desertico y de suma pobreza. Para Foucauld esto es indispensable: «El desierto es un tiempo de gracia. Es un período por el que debe pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto, es necesario este silencio, este recogimiento, este olvido de toda la creación, en medio de la cual Dios establece en el alma su reino, y forma en ella el espíritu interior, la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad».(Carta al padre Jeronimo el 19 de mayo de 1898). En esto tenemos a un nuevo Padre del Desierto. Pero este silencio interior poco a poco lo fue transfigurando para pasar de serCarlos Eugène de Foucauld de Pontbriand, en Carlos de Tamanrasset, otro Cristo, como Francisco de Asís, dando su vida por sus hermanos tuareg, por el testimonio,la amistad y desbrozando el terreno para el Evangelio. Ejemplo de santidad para toda la Iglesia. Hermano universal, que es lo que pronto vamos a celebrar en su canonización.

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