Tate Cabré: "Cuando Gaudí viajaba no se movía de la órbita de la Iglesia, como si fuera un sacerdote o un monje"
En La Selva del Camp, en el Baix Camp, el eco remoto de unas composiciones gregorianas que sonaban a menudo en la casa de la bisabuela de la periodista Tate Cabré parece haber modelado, casi sin darse cuenta, una vocación futura
Aquellas piezas del sacerdote Josep Maria Cogul (“familia de mi bisabuela y, en casa, conocido como el tío cura”, recuerda Cabré) impregnaban el ambiente con una solemnidad cotidiana, como si la música se hubiera convertido en una manera de estar en el mundo
En aquel universo doméstico en el que la fe, el arte y la memoria oral convivían con naturalidad, se escondía una semilla: la amistad entre ese religioso y músico y un joven Antoni Gaudí
Ese origen doméstico y sagrado planeó el pasado miércoles 19 de noviembre sobre la sede de los Amics de Reus, donde la periodista y guía de la Sagrada Familia ofreció la conferencia “Gaudinismo y gaudinistas en la demarcación de Tarragona
(Agencia Flama).- En La Selva del Camp, en el Baix Camp, el eco remoto de unas composiciones gregorianas que sonaban a menudo en la casa de la bisabuela de la periodista Tate Cabré parece haber modelado, casi sin darse cuenta, una vocación futura. Aquellas piezas del sacerdote Josep Maria Cogul (“familia de mi bisabuela y, en casa, conocido como el tío cura”, recuerda Cabré) impregnaban el ambiente con una solemnidad cotidiana, como si la música se hubiera convertido en una manera de estar en el mundo.
En aquel universo doméstico en el que la fe, el arte y la memoria oral convivían con naturalidad, se escondía una semilla: la amistad entre ese religioso y músico y un joven Antoni Gaudí, curioso, fascinado por el ritmo de las campanas y decidido a convertir el templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona en un inmenso instrumento sonoro. Con el tiempo, aquella atmósfera temprana revelaría su sombra fundacional: la sensibilidad de Cabré hacia la obra de Gaudí había comenzado, sin saberlo, en una casa donde las melodías y las historias que rodeaban al maestro ya formaban parte del paisaje afectivo.
Ese origen doméstico y sagrado planeó el pasado miércoles 19 de noviembre sobre la sede de los Amics de Reus, donde la periodista y guía de la Sagrada Familia ofreció la conferencia “Gaudinismo y gaudinistas en la demarcación de Tarragona”, impulsada por los Amics de Gaudí de Reus en el marco del centenario de la muerte del arquitecto de Reus.
Una constelación de discípulos
Cabré desgranó con voz cálida y documentada la estirpe de hombres —arquitectos, artistas, sacerdotes— que, junto a Gaudí, conformaron un auténtico mural espiritual. Una especie de santoral civil, como el que la propia periodista esbozó en 2002 en La Vanguardia bajo el título “Los diez apóstoles de Gaudí”, cuando otro Año Gaudí conmemoraba el 150 aniversario del nacimiento del arquitecto.
Aquellos “apóstoles” formaban el primer círculo: Francesc Berenguer, “hijo de un profesor de Gaudí en Reus… tan absorbido por el magisterio del genio que ni siquiera pudo acabar la carrera”; Domènec Sugranyes, “hijo de una tendera de ultramarinos de Reus donde compraba Gaudí, y quien asumió la dirección de la Sagrada Familia tras su muerte”; Joan Rubió; Cèsar Martinell; Isidre Puig; Joan Bergós; Lluís Bonet; Josep Francesc Ràfols, “primer biógrafo de Gaudí, que se sumergió en el obrador durante unos días justo después de la muerte del maestro”; Francesc Quintana, y Josep Maria Jujol, “mano derecha de Gaudí”.
“De los 10, seis estaban vinculados a las tierras de Tarragona”, subrayó Cabré, para luego apuntar una clave: “Gaudí siempre intentaba rodearse de gente que le era afín, por paisaje, por ideología…”.
Los otros oficios del milagro
Tarragona también aportó pintores y escultores que entraron en el círculo creativo del maestro con la naturalidad de una llamada interior. Iu Pascual —cuya madre “insistía en que fuera a ver a Gaudí y con quien acabó quedándose”—; Carles Mani; Joaquim Mir; Francesc Gimeno; y Ricardo Opisso, “que fue enviado allí por su padre porque era demasiado travieso, y que dejó unas caricaturas muy bonitas de Gaudí”.
Este mosaico, que en otros lugares podría parecer disperso, en el Camp de Tarragona adquiere la solidez de una genealogía tenaz. De un extremo al otro de este árbol espiritual aparecen figuras como Eufemià Fort, autor de un volumen fundamental sobre Gaudí y la restauración de Poblet, y, en el otro extremo, “mosén Fonts, hijo de cal Pastelero”, que se encontraba en el seminario de León justo cuando Gaudí levantaba allí la Casa Botines y el Palacio Episcopal de Astorga. Entre estos dos polos —el estudioso y el testigo— se dibuja la continuidad de un legado compartido, vertebrado por la proximidad emocional e intelectual al maestro.
Cabré recordó un detalle revelador: “Gaudí, cuando viajaba, no iba nunca a ninguna pensión, sino a seminarios, casas de sacerdotes, obispados…, y no se movía de la órbita de la Iglesia; era como si fuera un sacerdote o un monje”, insistió. De su paso por León había quedado incluso una puerta en el claustro del seminario, “igual que la capilla del Roser de la Sagrada Familia”, reconoció la periodista.
Maestros de un legado vivo
Esta tradición gaudinista no se ha extinguido. Entre los nombres contemporáneos, Cabré destacó a Armand Puig —“convertido, con 3 libros, en el gran gaudinista del momento”—, decisivo para explicar hoy la carga teológica de cada símbolo del templo barcelonés. También Josep Maria Guix, Joan Torres y Jaume Massó, estos dos últimos sentados en primera fila, compartiendo con el público la atención de un silencio que solo rompían las imágenes y los matices que la ponente desplegaba.
Filiaciones de un arte en familia
La conferencia avanzó con un ritmo pausado y claro, como un relato que se despliega a medida que aparecen nombres y episodios. Cada personaje, cada anécdota y cada conexión entre generaciones ayudaban a dibujar un mismo panorama: el gaudinismo no es solo una corriente de estudio, sino una red de complicidades que comparte maneras de mirar el mundo, de entender la fe, el paisaje y la arquitectura.
A la salida, el público parecía compartir una misma impresión: que la constelación de gaudinistas tarraconenses, lejos de ser un invento historiográfico, sigue viva. Y que, quizá, la raíz de aquella comunión espiritual se parecía mucho a la imagen final que Cabré había evocado: Gaudí, sentado en un seminario desconocido, trabajando una puerta como si fuera un monje más, iluminado por la misma quietud que años después se convertiría en piedra, luz y oración.