Dios ñukanchiwan, Dios con nosotros

Navidad en Pakayaku, en las riberas del río Bobonaza, Amazonía ecuatoriana

Nunca había visto una navidad de gente tan feliz...

Desde el principio comprobé que no había extraños y que hasta los venidos de afuera entraban en el baile, nadie encerrado en sí mismo, todos en el círculo, todos en éxtasis, unos al ritmo de los otros...

Y pensé en Jesús, que traía el bautismo del Espíritu y del fuego y, antes que afanarse a darlo, aceptó el del profeta Juan y se dejó sumergir en el Jordán (Mt 3, 13-17; Mc 1, 9.11; Lc 3, 21-22), para dar dones del cielo recibía los de la tierra...

Al festejar la navidad con el pueblo indígena de Pakayaku, anhelo que se haga realidad uno de los sueños del Sínodo de la Amazonía, el rito amazónico, que estos hermanos y hermanas puedan celebrar su fe desde la riqueza de su cosmovisión y que la fiesta que hemos vivido juntos y de la que algo les he contado enriquezca a la Iglesia una y diversa...

Repartiendo la chicha
Repartiendo la chicha

Estos días han sido buenos aquí en Pakayaku, en las riberas del río Bobonaza, Amazonía ecuatoriana; nunca había visto una navidad de gente tan feliz; antes de la fiesta, los hombres se habían ido a la cacería, mientras las mujeres preparaban la chicha y tejían las mukawa, las vasijas para darla a beber. Después que llegaron los cazadores con la carne de monte, un derroche de generosidad de kawsak sacha, la selva viviente, la ista warmi, mujer de la fiesta, vino a la “iglesita”, acompañada de danzas y tambores y de multitud, y se llevó al “niñito” a su casa y allá lo puso en una cuna hecha de bejucos, hojas y ramas y lo alumbró de velas y así arrancaron las celebraciones; y después pasábamos por las casas, a danzar, beber y comer. 

Niño Jesús en casa de la mujer de la fiesta
Niño Jesús en casa de la mujer de la fiesta

Desde el principio comprobé que no había extraños y que hasta los venidos de afuera entraban en el baile, nadie encerrado en sí mismo, todos en el círculo, todos en éxtasis, unos al ritmo de los otros, como en la Trinidad, esa danza desde siempre y para siempre en la que ninguna persona está dentro de sí y sí en la otra (Jn 1,1; 10,30;14, 10); ninguno tomaba de sus manos la chicha, eran siempre otros los que nos la acercaban a los labios, asegurándose de que la tomáramos en abundancia, como en la gloria de Dios, en la que cada persona esta embriagada de la otra, ninguna dice su nombre, todas dicen el de la otra (Jn 14,19; Jn 14,34)  . Este es el milagro, en la navidad que todavía gozamos, vi el cielo en la tierra, en esta tierra linda, en la que también hay dolor e injusticia, enfermedad y muerte; aquí, como en Belén de ayer y Gaza de hoy, vi a Dios nacer. Fue gozosa la misa de navidad, con bodas y bautismos, en la capilla de madera se hacía rito lo que habíamos vivido en las casas de la gente, por los caminos y por el río: Dios ñukanchiwan, Dios con nosotros, Emanuel (Is 7,14; Mt 1,23).

Me pedían que bendijera la chicha antes de repartirla a chorros de abundancia; ella es bebida sagrada, es su sustento y al ser masticada por las mujeres tiene el aliento de la vida, también es “samayuk”. En cada casa había tinajas por montones que rebosaban para dar de beber a los otros y, no solo eso, también para bañarlos: todos iban a llenar sus “mukawa”, hombres y mujeres, y salían apurados buscando a quien dársela a beber y bañar, y esto acompañado de hurras y afecto; así, no era solo mojar al otro con chicha, era calarlo de inclusión, amistad, confianza, ternura, perdón, dicha; un rito feliz para hundirnos en “ayllu”, familia.

Bañándose con chicha
Bañándose con chicha

Y yo ahí sentado, mirando todo y no perdiéndome detalle; pero era una celebración y  no me querían solo curioseando, y entonces, me entregaban sus tambores y me invitaban a tocarlo, y a acompañar el baile de las mujeres; ponían la chicha en mis labios y me bañaban con ella; gozosamente forzado a vencer mi tiesura, a salir de mí mismo, a ponerme en éxtasis, en el círculo de todos en todos, me sentía con ellos en la danza de Dios, Dios que no es tanto en el que piensan, sino en el que viven, el que hacen presente en el estar ahí los unos por los otros… y también me bañaron con chicha, me sentí bautizado, en su bebida tradicional empapado en el misterio, en lo que une a unos con otros y con todo, en lo que todo tiene consistencia (Col 1, 17).

Y pensé en Jesús, que traía el bautismo del Espíritu y del fuego y, antes que afanarse a darlo, aceptó el del profeta Juan y se dejó sumergir en el Jordán (Mt 3, 13-17; Mc 1, 9.11; Lc 3, 21-22), para dar dones del cielo recibía los de la tierra, porque para él, unos y otros son la misma gracia y no hay distinción entre el cielo y la tierra, entre lo de arriba y lo de abajo, entre lo sagrado y lo profano, él es cielo hecho tierra, es altísimo en lo bajísimo, en su carne, la nuestra, desaparece lo profano, todo es sagrado; ofrecía divinidad recibiendo humanidad; y creo que esta es la misión y tiene que ser la espiritualidad que aquí en este pueblo viva como misionero, no puedo permanecer “limpiecito” según mis criterios de higiene y religión: sí quiero bautizar aquí, es decir, sumergir a los que encuentre en el amor del Padre, el Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19), tengo yo mismo que dejarme bautizar de estos hermanos y hermanas y con esta chicha llena de Espíritu.

El abrazo de la fiesta
El abrazo de la fiesta

El último día de la fiesta, fue la quebrazón de las “mukawa”, vasijas de barro, delicadas y bellas que habían tejido las mujeres; no entendía por qué había que hacerlas pedazos si eran tan lindas, si las habían hecho con tanto amor, si las habían pintado con gusto y arte, sí habían plasmado en ellas toda su espiritualidad; y, sin embargo, esa es la costumbre, así lo hacían los ancestros y así hacen ellos; es que, me explicó alguno, cuando llegue otra fiesta aunque sea la misma tendrá que ser nueva, no será repetir todo lo de  esta por más buena que haya estado, no se celebra con cosas viejas, el ritual habrá de ponernos siempre en la primera vez; y mientras me hacían entender, me vino a la mente la palabra inspirada: “las cosas viejas pasaron, he aquí, todas son hechas nuevas” (1Cor 5, 17) “he aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap.21,5) y la de Agustín en sus Confesiones hablando de Dios: “hermosura tan antigua y tan nueva”; y ya, cuando lanzaban las vasijas al techo y  gritaban vivas a los que lograban que estas atravesaran el entramado de la paja, yo pensaba que la tradición, lo que permanece, es la fiesta, y que las cosas con las que se celebra han de renovarse  siempre; el rito no puede salir de un museo, brota de la vida; una lección para nosotros que en el afán de guardar cosas viejas poco a poco nos alejamos de la fiesta y la Buena Noticia y confundimos tradicionalismo con  tradición.

Al festejar la navidad con el pueblo indígena de Pakayaku, anhelo que se haga realidad uno de los sueños del Sínodo de la Amazonía, el rito amazónico, que estos hermanos y hermanas puedan celebrar su fe desde la riqueza de su cosmovisión y que la fiesta que hemos vivido juntos y de la que algo les he contado enriquezca a la Iglesia una y diversa: ¡Por una Iglesia con rostro amazónico!

WhatsApp Image 2025-12-29 at 4.06.50 PM
WhatsApp Image 2025-12-29 at 4.06.50 PM

También te puede interesar

Lo último

stats