Visita para homenajear a los gigantes que forjaron la misión a partir de los años 70 En el 80 aniversario del Vicariato San José del Amazonas, gratitud a los misioneros canadienses que dieron su vida

Seres humanos con todas las limitaciones, cuyas peripecias no siempre fueron perfectas, pero que, con valentía, creatividad y mucho amor a estos pueblos, escribieron una página crucial en la misión de San José del Amazonas.
Tal vez solo los que ahora pisamos estos mismos barros podemos ponderar con acierto lo que estos misioneros, y otros muchos, significan para nuestro vicariato. Guardar y contemplar su memoria es una inspiración y un acicate.
El reciente viaje a Canadá tenía como objetivo, más allá de asegurar ayudas y presentar necesidades, el de visitar a los misioneros antiguos que, después de su servicio en estas tierras amazónicas, regresaron a su Quebec natal. Para mí ha sido la parte principal de la celebración del 80 aniversario de nuestro Vicariato, que se cumple justamente hoy, 13 de julio.
Solo a tres de ellos he tratado en persona acá, todavía en activo: el franciscano Jaime Lalonde, único cura que celebra con gorro en la selva, el p. Louis Castonguay y el p. Yvan Boucher. Los dos primeros estaban ya trabajando en el Vicariato ¡cuando yo nací! Al p. Jaime lo hallamos con barba y físicamente bien, pero más silencioso, más decaído y con un preocupante temblor en un brazo. El p. Louis, que vive en una residencia para sacerdotes y religiosos ancianos en Montreal, cree que está en Ottawa, alterna momentos de lucidez con galimatías comunicacionales, y amenaza con volver a la selva cualquier día.
Mención aparte merece Yvan, querido y venerado, un místico que baila, persona afable, de profunda y sencilla humanidad. Encontrarlo en su Comunidad del Desierto ha sido un gustazo. Se le ve menos flaco, pero con más dificultades para recordar, para leer… Esta comunidad es un testimonio valiente y sinodal de compromiso con los vulnerables. Acogen a personas que luchan por superar adicciones, se nutren de la Palabra, cuidan una fraternidad sólida, en la que varones y mujeres prestan por igual el servicio de la autoridad. Conocerlos en su propia casa me ha permitido seguir entendiendo y apreciando la historia y el estilo de nuestro Vicariato.
Los que son religiosos están en residencias de mayores, a menudo con alas enteras ocupadas por una congregación, e instalaciones propias. Las ursulinas nos recibieron en su sala de estar: Desneiges, Gabriela y María de las Nieves, de la que en Yanashi me han contado tantas anécdotas, que es como si la conociera. Como al p. Gastón Harvey, legendario fundador del movimiento de los animadores en Orellana e incansable navegador de las riberas de Indiana. Con él y el resto de clérigos de San Viator pasamos un rato muy agradable: Clemente Larose, párroco de Tamshiyacu tantos años, el p. André Thibault, que fue vicario general…
De pasadita dejamos un regalo conmemorativo a la superiora general de las hospitalarias de San José. Y pudimos compartir una mañana entrañable con los familiares de la hna. Imelda Lossier, brava misionera que se dejó la vida en un choque entre dos embarcaciones cerca de Iquitos en 2000. Su hermano, su cuñada y sus sobrinos se mostraron emocionados de estar con nosotros, y renovaron su compromiso con formación de los jóvenes de Indiana a través de las becas de su fundación.
La hna. Yvonne Cormier, del Santo Rosario, “párroca” de siempre en Pebas, donde todos la recuerdan, está en plena forma y seguro que seguiría en la brecha si su congregación no se hubiera retirado por falta de personal. Los franciscanos p. Diego Lefevre y hno. Andrés Racine también se notan “tiesitos”, y con muy buen humor y amena conversación. Solo al oblato Mauricio Schroeder, sacerdote y médico en Santa Clotilde por décadas, no logramos ver.
Antes no era como ahora: los misioneros venían a la Amazonía para entregar su vida entera, con todas las consecuencias, y permanecían años y años, dejando hondas huellas. Para mí eran nombres míticos al estudiar el archivo vicarial, personajes de leyenda a quienes se dedican calles o eventos, como el Centro de Formación de animadores cristianos “Gastón Harvey”; ahora, he podido abrazar a varios de ellos, escuchar su voz, acaso impregnarme de algo de su espíritu. Todo un privilegio.
En el ocaso de sus vidas, su debilidad actual no les hace perder ni un destello de su valía y de la magnitud de lo que han conseguido. Seres humanos con todas las limitaciones, cuyas peripecias no siempre fueron perfectas, pero que, con valentía, creatividad y mucho amor a estos pueblos, escribieron una página crucial en la misión de San José del Amazonas: integraron la segunda hornada, que continuó a partir de los 70 y 80 lo que los pioneros habían iniciado.
En esta efeméride, sirvan mis sencillas palabras de homenaje nacido de la admiración y el reconocimiento leal. Tal vez solo los que ahora pisamos estos mismos barros podemos ponderar con acierto lo que estos misioneros, y otros muchos, significan para nuestro vicariato. Guardar y contemplar su memoria es una inspiración y un acicate. Como ya escribí en las bodas de brillantes, ojalá yo pueda ser digno, con la ayuda de Dios, de su legado.