El día casi no despierta

El jabalí se ha adueñado de los maizales, el búho y lechuza han colonizado las iglesias, las laderas del Cebreiro no sienten el toque de ánimas, las paredes de las casas están tachonadas de agujas paradas, las ventanas no se iluminan y las vigas de las casas son el descanso de ratones y en las tabernas cerradas el vino se pudre de viejo. Los caminos que desaparecen engullen figuras pasajeras como sombras, los pasos cesan, el día casi no despierta, de noche no hay fuegos que iluminen la lareira, dorada oscuridad sorda de silencio. La gente de alma con el brillo de mármol que le impone los límites estrechos de la ciudad lo rural es una serie de tradiciones y supersticiones desconoce la profunda inmensidad que abisma el alma de la aldea. La aldea es un mundo de instantes irrepetibles que se van, de cualidades guardadas en cajones de silencios, un paisaje muerto que corre extraviado por un camino incierto y escarpado hacia el ocaso sin fulgor. ¡Si la vida fuera como una flor recién abierta y pudiéramos, cada día, pensar como si nunca hubiéramos pensado, como si todo fuera anterior al tiempo!

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