Los ojos del alma

La abuela colocaba las cosas en su sitio casi sin tocarlas, se movía sin hacer ruido, cantaba sin abrir la boca. El ciego pasaba muchas horas en la cocina mirándola. Abuelo, el ciego no veía. La veía con los ojos del alma. Cuando el ciego se callaba, la abuela respetaba su silencio, aunque estuviera allí, sentado a su lado toda la mañana sin decir nada, no le hacía preguntas. El ciego le confiaba sus cuitas y sus angustias. La abuela lo escuchaba. El ciego le dijo un día: “No haré jamás ni un trozo de camino al lado de quien no pueda caminar en silencio”. ¿Cómo puede ser eso? -, pregunté al abuelo. Cuando dos personas que se conocen hace tiempo necesitan más tiempo de charla que de silencio es que no se han dicho lo que tenían que decirse. El ciego dejó de venir por aquí antes de que la abuela se hubiera muerto. Alguien le dio la noticia en una feria y su zanfona enmudeció.

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