En la homilía, monseñor Julián Barrio ofreció un mensaje cargado de ternura, símbolos y profundidad espiritual. A través del relato de un jardín lleno de plantas y unas cebollas luminosas, describió la belleza interior de las personas con discapacidad, su capacidad para atraer, cuestionar y transformar.
También les recordó su valor insustituible para la sociedad y para la Iglesia, subrayando que su vida cuestiona modelos centrados solo en la prisa, la apariencia o la eficacia. Insistió en que las limitaciones no tienen la última palabra, que la última palabra es siempre de Dios y es una palabra de amor, de acogida y de vida.
El mensaje se entrelazó con el sentido del Adviento, tiempo de espera activa, de vigilancia y de esperanza. Monseñor Barrio animó a vivir este tiempo con confianza, con los ojos abiertos y el corazón despierto, recordando que el Señor “vino, viene y vendrá”, y que cada día se hace presente en los gestos sencillos de cuidado, entrega y servicio.
La celebración fue también un momento para dar las gracias. Se agradeció de manera expresa la entrega diaria de las Hermanas Hospitalarias, de los profesionales del centro y de los voluntarios, cuyo trabajo silencioso sostiene la vida cotidiana de muchas personas y de sus familias. No faltaron los gestos de complicidad, los aplausos espontáneos y los abrazos compartidos.
Más allá del acto litúrgico, la jornada se convirtió en un espacio de encuentro entre personas, donde se mezclaron historias de vida, dificultades, superaciones y una fe vivida desde la sencillez.
La celebración concluyó con un mensaje claro: las personas con discapacidad son únicas, irrepetibles y portadoras de una dignidad inviolable. En Betanzos, la Iglesia mostró con hechos que la inclusión no es un discurso, sino una forma concreta de caminar juntos. Y en medio del comienzo del Adviento, la esperanza no fue una palabra vacía, sino una experiencia compartida.