Cobo, en la Misa del Gallo: "La historia de la Humanidad se ha decidido en Belén"
El cardenal de Madrid preside la misa en La Almudena, con un recuerdo a los migrantes desalojados en Badalona: "Dios sigue naciendo cerca de los invisibles, cerca de quienes no encuentran puertas abiertas. Allí Dios ha venido a ennoblecer a los excluidos y a sembrar caminos de paz verdadera"
«Hoy os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor». Así arrancó el cardenal José Cobo Cano, arzobispo de Madrid su homilía en la Misa de la noche de Navidad —Misa del Gallo—, en la catedral de Santa maría la Real de la Almdena, cuando el reloj marcaba las 00:30 horas este día de Navidad. Al inicio de la ceremonia, en preparación a la Eucaristía, han sido leídos algunos pasajes bíblicos que anunciaban el nacimiento del Salvador. En la celebración, en la que ha estado acompañado por el obispo auxiliar, Vicente Martín, vicarios y sacerdotes, el cardenal Cobo ha ecordado que «en la noche ha brillado una luz», pero no una luz que impone ni deslumbra, sino «una luz amable, silenciosa», capaz de entrar sin hacer ruido en la historia herida de los hombres.
El arzobispo de Madrid ha situado a la asamblea en Belén, allí donde el anuncio ha roto siglos de espera: «Hoy os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor». Y ha subrayado que lo verdaderamente desconcertante no ha sido el anuncio, sino la señal: «Encontraréis a un niño, envuelto en pañales, acostado en un pesebre». Un niño, nada más. Sin lecciones, sin discursos, sin poder. Solo humanidad.
Ha insistido en que ahí ha estado Dios: «en la fragilidad de lo humano que Él mismo ha querido abrazar y envolver con su gloria». Y ha advertido que ese modo de revelarse no siempre ha sido entendido. Dios se ha hecho pequeño, mientras nosotros hemos seguido buscando grandeza; Dios se ha abajado, mientras nosotros hemos querido subir al pedestal; Dios ha ido al encuentro de los pastores, de los invisibles, mientras nosotros hemos perseguido visibilidad, eficacia o aplauso.
Para reconocerlo —ha dicho— hemos tenido que aprender a leer los contrastes. «La historia de la humanidad se ha decidido en Belén, en un lugar pequeño, sin prestigio, donde no hay más que un niño pobre». Allí ha esperado Dios ser acogido, revelando que «no cabalga en la grandeza: desciende en la pequeñez; no se impone: se confía; no conquista: se ofrece».
Acoger el camino de Dios
La Navidad, ha afirmado el cardenal, nos ha colocado ante un desafío concreto: acoger el camino de Dios. Y para ello ha pedido una gracia exigente. La primera ha sido «saber reconocer los signos pequeños, valorar lo sencillo como camino de Dios», creer en la fuerza de los pañales y del pesebre. «¿Creemos de verdad en la sacralidad de los pañales y del pesebre, o lo adoramos pero no como Él se manifiesta?», ha preguntado. Ha sido un mensaje de esperanza: si Él está con nosotros, ¿qué nos ha podido faltar?». Ha llamado a dejar atrás la queja constante, la ambición que nunca sacia, y a recuperar el asombro ante aquel Niño pequeño. Ese —ha dicho— ha sido el verdadero mensaje de la Navidad.
Jesús no solo ha querido venir a lo pequeño, también ha querido entrar «en nuestros portales de belén», allí donde hay fragilidad, cansancio y fracaso. «Cuando la noche se vuelve espesa, cuando la indiferencia enfría el corazón», Dios ha respondido con una sola palabra hecha carne: «No tengas miedo. Te amo tal como eres. Tu pequeñez no me asusta. Me hice pequeño por ti». Acoger la pequeñez, ha continuado, ha significado también abrazar a Jesús en los pequeños de hoy. Amarlo en los últimos, servirlo en los pobres. Ha resonado entonces una advertencia clara: «Que esta noche nos invada un único temor: no abrir la puerta cuando llame Dios en forma de pobre». Porque abrir la puerta al que necesita espacio ha sido abrir la puerta a Cristo.
No mirar hacia otro lado
En ese punto, el cardenal ha puesto rostro concreto a sus palabras y ha citado a los migrantes de Badalona, recordando su situación, sus noches sin refugio seguro, su dignidad tantas veces puesta a prueba. Ha sido un llamado directo a no mirar hacia otro lado, a entender que Dios sigue naciendo «cerca de los invisibles, cerca de quienes no encuentran puertas abiertas». Allí —ha dicho— Dios ha venido a ennoblecer a los excluidos y a sembrar caminos de paz verdadera.
No ha sido casual —ha subrayado— que los primeros en llegar al pesebre hayan sido los pastores: los humildes, los que trabajan de noche, los que no tienen seguridades. Y junto a ellos han llegado los magos, los de lejos, los que buscan. En torno a Jesús, todo ha vuelto a la unidad: pobres y ricos, los que trabajan y los que estudian. Cuando Él ha sido el centro, la fraternidad ha vencido a cualquier clasificación.
La homilía ha concluido como una invitación a ponerse en camino. «Volvamos a Belén», ha pedido, a lo esencial de la fe, a la adoración y a la caridad. Como Iglesia peregrina, ha animado a caminar hacia ese lugar donde Dios está en el hombre y el hombre en Dios, donde la paz no es un eslogan sino una presencia. Y ha cerrado regresando a la imagen inicial: «Esta noche ha brillado una luz». No ha sido una luz que deslumbra. Ha sido una luz amable. Y —ha asegurado— nadie ha podido apagarla nunca: la luz de Jesús, que desde esta noche ha resplandecido en el mundo.
Al final la celebración, el cardenal ha querido agradecer a los numerosos fieles que han acudido a la catedral y ha podido saludarles, tras adorar al Niño Jesús.
