"Cómo debería actuar el Papa para caminar los pasos de Francisco" León XIV, entre la prudencia y la profecía

"León XIV ha mostrado desde el inicio de su pontificado una mezcla de continuidad social con prudencia doctrinal"
"Ha anunciado que mantendrá buena parte del impulso pastoral y social heredado de Francisco, pero sin pronunciarse por cambios inmediatos"
"El reto, por tanto, consiste en discernir qué actitudes y decisiones concretas pueden conservar el espíritu profético del papa saliente sin vulnerar la prudencia que el nuevo pontífice parece preferir"
"León XIV tendría que mantener la audacia pastoral que caracterizó a su predecesor: El Evangelio se anuncia con la palabra, pero sobre todo con la presencia arriesgada"
"El reto, por tanto, consiste en discernir qué actitudes y decisiones concretas pueden conservar el espíritu profético del papa saliente sin vulnerar la prudencia que el nuevo pontífice parece preferir"
"León XIV tendría que mantener la audacia pastoral que caracterizó a su predecesor: El Evangelio se anuncia con la palabra, pero sobre todo con la presencia arriesgada"
León XIV ha mostrado desde el inicio de su pontificado una mezcla de continuidad social con prudencia doctrinal: ha anunciado que mantendrá buena parte del impulso pastoral y social heredado de Francisco, pero sin pronunciarse por cambios inmediatos en materias sensibles como la ordenación de mujeres, el matrimonio igualitario o el reconocimiento jurídico de personas trans. El reto, por tanto, no consiste en repetir gestos idénticos, sino en discernir qué actitudes y decisiones concretas pueden conservar el espíritu profético del papa saliente sin vulnerar la prudencia que el nuevo pontífice parece preferir.
En este sentido, León XIV tendría que mantener la audacia pastoral que caracterizó a su predecesor. Francisco puso el foco en los pobres, en la presencia en zonas de conflicto y en gestos que descolocaban la rutina clerical. Esa línea solo puede sostenerse con acciones equivalentes: visitas a territorios en guerra, denuncias públicas contra las injusticias, acompañamiento cercano a migrantes y desplazados. El Evangelio se anuncia con la palabra, pero sobre todo con la presencia arriesgada, con el gesto concreto que incomoda a quienes prefieren una Iglesia ensimismada.
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Junto a ello, la sinodalidad debe convertirse en un método real, no en una etiqueta. Francisco abrió procesos de escucha en todo el mundo, pero el riesgo es que terminen diluidos en documentos que no cambian nada. León XIV necesitaría transparentar los trabajos, dar a conocer los avances de las comisiones y explicar públicamente los debates teológicos, como los que giran en torno al diaconado femenino. Solo así se evitará que la sinodalidad se perciba como un simple eslogan sin consecuencias.

Un ámbito especialmente delicado es el de la inclusión institucional de la mujer. El nuevo papa ha dejado claro que no pretende modificar la doctrina sobre el sacramento del orden, pero sí puede dar pasos significativos en la vida interna de la Iglesia. Ampliar la presencia femenina en órganos de decisión, no de manera simbólica sino con verdadero poder, sería una forma concreta de responder a una demanda legítima. La clave está en no caer en una clericalización forzada, sino en potenciar liderazgos laicales que reflejen la riqueza de todo el Pueblo de Dios.
También resulta esencial trazar con claridad la frontera entre doctrina y pastoral. Que la Iglesia no reconozca oficialmente el matrimonio igualitario no debería significar abandono de las personas que viven realidades diferentes. Aquí se juega buena parte de la credibilidad del nuevo pontificado: mantener la enseñanza tradicional no impide desplegar una pastoral de acompañamiento creíble, que dé seguridad, que reduzca improvisaciones y que muestre, con hechos, que nadie queda fuera del abrazo de la Iglesia.
En la comunicación, León XIV debe recordar que “armar lío” no significa alimentar el espectáculo, sino provocar conciencia moral. Francisco lo logró con gestos que descolocaban y obligaban a pensar: una llamada telefónica, una visita inesperada, una frase directa en una homilía. El nuevo papa puede seguir esa senda con gestos significativos que incomoden a las estructuras de poder y sacudan conciencias, sin necesidad de caer en el ruido mediático que polariza y divide.
La cuestión de los nombramientos episcopales será decisiva. Aquí se juega buena parte de la continuidad con Francisco. No basta con elegir hombres de doctrina sólida; es imprescindible que sean pastores cercanos, que huelan a oveja, como decía Bergoglio. En España, por ejemplo, Fernando García Cadiñanos, obispo de Mondoñedo-Ferrol, se ha convertido en un ejemplo de esa cercanía: un pastor que no teme bajar a la calle, dialogar con la gente sencilla y comprometerse con las realidades sociales de su entorno. Si los nombramientos futuros siguen este perfil, se garantizará una Iglesia más viva y más coherente con el mensaje evangélico.

La transparencia y la reparación también son ineludibles. No puede haber pausas en la gestión de los abusos, ni en la rendición de cuentas económicas. Una Iglesia que denuncia la corrupción y la injusticia en el mundo, pero que no limpia a fondo su propia casa, pierde toda autoridad moral. La continuidad profética pasa por la coherencia interna.
A este panorama se suma un desafío cada vez más urgente: la falta de sacerdotes. En muchos lugares se han creado unidades pastorales que, lejos de revitalizar la vida cristiana, terminan siendo estructuras frágiles que desgastan a los curas y dispersan a los fieles. El riesgo es reducir la misión a una mera gestión administrativa. Para afrontarlo, el Papa tendría que recuperar con fuerza la visión conciliar: todos los bautizados participan del sacerdocio común. Esto no borra la diferencia con el ministerio ordenado, pero sí recuerda que la misión evangelizadora no depende solo del clero.
La respuesta pasa por formar laicos y laicas con una preparación seria en teología, espiritualidad y pastoral, para que puedan animar comunidades, acompañar procesos y sostener la fe incluso sin la presencia constante de un sacerdote. No se trata de suplencias improvisadas, sino de ministerios estables y reconocidos, que ya existen en la Iglesia y que podrían ampliarse con creatividad. Del mismo modo, el futuro exige comunidades vivas más que grandes estructuras: grupos pequeños, pero comprometidos, capaces de orar, servir y anunciar. Que cada comunidad, aunque no tenga misa dominical, sea un núcleo de Evangelio.
Esto implica asumir una corresponsabilidad real. Los laicos no están para “ayudar al cura”, sino para compartir con él la misión. Eso significa tomar decisiones, planificar la pastoral, gestionar recursos y llevar el Evangelio a la vida diaria. La Iglesia debe dejar de pensarse como una red de parroquias gestionadas por curas y empezar a vivirse como un pueblo en misión, donde cada bautizado se sabe responsable de anunciar la fe y de sostener la comunidad.
En paralelo, es necesario acompañar la reflexión teológica con medidas institucionales. No basta abrir debates; hay que generar recursos y espacios para que teólogos, pastores y laicos trabajen juntos. Y la comunicación debe ser franca y pedagógica: explicar por qué se mantienen ciertos límites doctrinales, pero también qué ofrece la Iglesia a quienes se sienten en los márgenes.
La continuidad prudente puede dar estabilidad, pero si se percibe como tibieza, el pontificado perderá fuerza. La única manera de seguir a Francisco es recuperar su criterio de coherencia entre palabra y vida: valentía pastoral, fidelidad teológica y escucha efectiva. Si León XIV logra combinar gestos que movilizan,diálogo que no se cierra y transparencia que restaura confianza, podrá honrar el legado franciscano sin reproducirlo servilmente. Y demostrará, al fin, que la profecía cristiana no depende de la velocidad del cambio, sino de la hondura del testimonio.

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