Reflexión sobre la ponencia del obispo de Mondoñedo-Ferrol en las XXIV Jornadas de Divulgación de la Doctrina Social de la Iglesia Monseñor Fernando García Cadiñanos: Cristianos en medio del mundo, la fe hecha presencia viva

Monseñor Fernando García Cadiñanos
Monseñor Fernando García Cadiñanos

"Su intervención no fue solo un análisis sobre la presencia de los cristianos en el mundo, sino una invitación a vivir la fe como compromiso transformador, encarnado en la realidad cotidiana"

"Su figura se consolida como la de un obispo que acompaña, que escucha y que camina con su pueblo, un pastor que se deja tocar por la vida de la gente"

"Denunció la tentación de una fe encerrada en sí misma, espiritualista o intimista, que se desentiende de los problemas del mundo"

"El cristiano auténtico es un puente: lleva los dolores del mundo a la Iglesia y la esperanza del Evangelio al mundo"

La jornada enmarcada en las XXIV Jornadas de Divulgación de la Doctrina Social de la Iglesia organizadas por la Facultad de Teología de Burgos, dejó una huella profunda en todos los asistentes. La ponencia de Monseñor Fernando García Cadiñanos, obispo de Mondoñedo-Ferrol, no fue una conferencia más, sino una auténtica experiencia de fe compartida. Desde el primer momento se percibió que no hablaba un académico, sino un pastor cercano, sencillo y profundamente humano, alguien que cree lo que dice, vive lo que predica y transmite lo que lleva dentro.

Con la serenidad y calidez que le caracterizan, Monseñor García Cadiñanos supo conectar con el auditorio desde el corazón. Su intervención no fue solo un análisis sobre la presencia de los cristianos en el mundo, sino una invitación a vivir la fe como compromiso transformador, encarnado en la realidad cotidiana. “De mí me gustaría que recordasen que siempre estuve al lado de la gente”, ha dicho en más de una ocasión, y lo cierto es que ya lo está consiguiendo. Su figura se consolida como la de un obispo que acompaña, que escucha y que camina con su pueblo, un pastor que se deja tocar por la vida de la gente.

Creemos. Crecemos. Contigo

Cadiñanos en Burgos

El obispo partió de una idea fundamental: la vida cristiana implica una doble ciudadanía, la de la Iglesia y la del mundo. Citando a Jacques Maritain, recordó que “el cristiano no entrega su alma al mundo, pero debe estar en el mundo para desentrañar cristianamente su oficio de hombre.” Esa tensión fecunda entre la fe y la vida pública es, según explicó, el espacio donde el cristiano encuentra su verdadera vocación: transformar el mundo sin dejarse arrastrar por la mundanidad, vivir la encarnación en la historia y ser signo del Reino en medio de las realidades temporales.

Subrayó con fuerza la urgencia de redescubrir la dimensión pública de la fe. En una sociedad que tiende a relegar la religión al ámbito privado, recordó que el cristiano está llamado a implicarse activamente en la construcción del bien común. Denunció la tentación de una fe encerrada en sí misma, espiritualista o intimista, que se desentiende de los problemas del mundo. Frente a ello, propuso un equilibrio entre mística y profecía, entre la profundidad interior y la acción comprometida. “Una fe sin compromiso social —advirtió— corre el riesgo de convertirse en un refugio cómodo, pero estéril.”

También hizo una llamada de atención sobre la escasa participación social y política de los católicos, a menudo por miedo o por desafección hacia lo público. En un contexto marcado por la crisis del bien común, el desprestigio de la política y la creciente inequidad social, recordó que “el gran problema de nuestro tiempo es la injusticia” y que el Evangelio no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de los más débiles.

La reflexión de Monseñor Fernando García Cadiñanos se apoyó firmemente en el espíritu del Concilio Vaticano II, especialmente en Gaudium et Spes. Recordó que todos los bautizados son Pueblo de Dios y corresponsables de la misión de la Iglesia, que esta no existe para sí misma sino para evangelizar, y que la unidad entre fe y vida es una exigencia esencial. Separar la fe de la vida cotidiana —dijo— es uno de los errores más graves de nuestro tiempo.

García Cadiñanos
García Cadiñanos

Desde esa base conciliar, explicó el para qué, el dónde y el cómo de la presencia cristiana en el mundo. El objetivo no es otro que hacer presente el Reino de Dios, lograr que el mundo “sepa a Evangelio”. La misión del laico consiste en dar forma, alma y sentido cristiano a las realidades temporales, buscando no solo el progreso material, sino el desarrollo humano integral: “no basta con tener más, hay que ser más”. Y para ello es indispensable estar dentro del mundo, no dando vueltas a su alrededor, sino implicándose de lleno en la vida social, política, económica, cultural y educativa.

Sobre el modo de estar, el obispo insistió en que la presencia cristiana debe estar arraigada en Cristo y animada por la caridad y la misericordia. No se trata solo de amar a quienes nos rodean, sino de llevar ese amor a las macro relaciones, a las estructuras que modelan la sociedad. Esa es la caridad política, la forma más alta de caridad social, que busca el bien común con justicia y ternura. Y añadió: “La misericordia consiste en amar cuando no hay razones para amar; es hacer lo que Dios hace con nosotros”.

En el tramo final de su intervención, Monseñor García Cadiñanos describió el estilo del cristiano y de la Iglesia. El creyente —dijo— debe tener una fe madura y eclesial, comprometida con los pobres, racional y dialogante. El cristiano auténtico es un puente: lleva los dolores del mundo a la Iglesia y la esperanza del Evangelio al mundo. Por su parte, la Iglesia está llamada a educar la conciencia social, formar en la Doctrina Social y acompañar los procesos de discernimiento, para que los laicos puedan ser verdaderos testigos en todos los ambientes.

En el diálogo posterior con los asistentes, se abordaron temas de gran actualidad: la escasa formación social en la fe, la ideologización de la religión y la necesidad de custodiar la dignidad humana como tarea central. Monseñor Cadiñanos invitó a no temer al diálogo con el mundo, a reconocer en él las “semillas del Verbo” presentes en muchos movimientos que buscan la justicia, la igualdad o el cuidado de la creación.

Su palabra fue serena, profunda y llena de esperanza. Cada frase respiraba autenticidad, cercanía y evangelio. En él se reconocen los rasgos del pastor con olor a oveja del que habla el Papa Francisco: un obispo que no se guarda en su palacio, sino que camina con su pueblo, lo escucha, lo comprende y lo acompaña. Su ponencia no solo dejó ideas, sino también consuelo y ánimo. Porque cuando un pastor habla con el corazón, se nota. Y en Monseñor Fernando García Cadiñanos se nota que su corazón está donde debe estar: con Cristo y con su gente, siendo un obispo que vive el Evangelio tal como Jesús lo quiere.

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