El nuncio avisado y el castigo al mensajero Rafael Vez Palomino: el sacerdote silenciado que desafió a Zornoza
"Rafael Vez Palomino, expárroco de Conil de la Frontera, fue despojado de todos sus cargos por cuestionar lo que consideraba una gestión autoritaria y mercantil de la diócesis gaditana"
"Mientras el obispo Rafael Zornoza afronta una investigación canónica por presuntos abusos ocurridos hace casi tres décadas y sigue en su sede, el sacerdote Rafael Vez Palomino continúa apartado del ministerio, víctima de una sanción fulminante, sin proceso y sin derecho a defenderse"
"Dos realidades que revelan una herida profunda en el corazón de la Iglesia: la desigualdad de trato cuando el poder está en juego"
"La injusticia cometida contra Palomino no era un secreto… El antiguo nuncio Bernardito Auza recibió cartas y quejas documentadas sobre los abusos de poder en la diócesis gaditana, pero su respuesta fue el silencio. El contraste duele"
"Dos realidades que revelan una herida profunda en el corazón de la Iglesia: la desigualdad de trato cuando el poder está en juego"
"La injusticia cometida contra Palomino no era un secreto… El antiguo nuncio Bernardito Auza recibió cartas y quejas documentadas sobre los abusos de poder en la diócesis gaditana, pero su respuesta fue el silencio. El contraste duele"
En la diócesis de Cádiz y Ceuta se vive un silencio que pesa más que mil campanas. Mientras el obispo Rafael Zornoza afronta una investigación canónica por presuntos abusos ocurridos hace casi tres décadas, el sacerdote Rafael Vez Palomino continúa apartado del ministerio, víctima de una sanción fulminante, sin proceso y sin derecho a defenderse. Dos realidades que revelan una herida profunda en el corazón de la Iglesia: la desigualdad de trato cuando el poder está en juego.
La injusticia cometida contra Palomino no era un secreto. Era un clamor que resonaba en los templos y en las calles, una herida abierta que muchos fieles intentaron denunciar ante Roma sin ser escuchados. El antiguo nuncio Bernardito Auza recibió cartas y quejas documentadas sobre los abusos de poder en la diócesis gaditana, pero su respuesta fue el silencio. Quizás porque enfrentarse a Zornoza significaba incomodar a sectores influyentes dentro de la jerarquía. Quizás porque el ruido de la verdad molesta más que el silencio del poder.
Rafael Vez Palomino, expárroco de Conil de la Frontera, fue despojado de todos sus cargos por cuestionar lo que consideraba una gestión autoritaria y mercantil de la diócesis. Defendió a los más pobres, se enfrentó a los desahucios promovidos por el propio obispado y alzó la voz contra el lujo que contrastaba con la pobreza de los fieles. Su testimonio incomodó. Y por eso, fue callado.
"El antiguo nuncio Bernardito Auza recibió cartas y quejas documentadas sobre los abusos de poder en la diócesis gaditana, pero su respuesta fue el silencio"
Mientras tanto, el obispo Zornoza sigue en su sede, amparado en el principio —necesario pero no siempre coherente— de la presunción de inocencia, tras la apertura de una investigación canónica por un único caso de presunto abuso sexual cometido en los años noventa, cuando era sacerdote en Getafe. Nadie discute su derecho a defenderse, pero sí resulta llamativo que la Iglesia no aplicara la misma prudencia y humanidad con Palomino.
Cuatro meses. Ese fue el tiempo durante el cual el Vaticano y la Conferencia Episcopal Española miraron hacia otro lado mientras Zornoza seguía oficiando misas, confirmando adolescentes y publicando fotos con menores en sus redes sociales, pese a que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe ya había abierto la investigación y considerado la denuncia creíble. Ni la Conferencia Episcopal, ni la Nunciatura, ni la archidiócesis de Sevilla —encargada de instruir el caso— aplicaron la mínima prudencia, aunque el derecho canónico permite medidas cautelares inmediatas para evitar escándalos y proteger a los testigos.
Durante esos cuatro meses, Zornoza continuó visitando colegios y participando en celebraciones, mientras Roma prefería esperar. Su renuncia, presentada al cumplir los 75 años, no fue aceptada de inmediato por el Papa León XIV. Ante sus problemas de salud y la obligación de presentar su renuncia, hubiera sido prudente que el obispo Zornoza considerara apartarse temporalmente de su cargo, facilitando así la investigación canónica y evitando cualquier riesgo o malentendido con los fieles. La falta de iniciativa en este sentido refleja, al menos, una descoordinación con los tiempos de prudencia que la situación requería, y subraya el contraste con la sanción inmediata e inapelable que Palomino sufrió años atrás.
El contraste duele. Y más aún cuando recordamos las palabras de Jesús:“No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” (Lc 6,37). En lugar de misericordia, el padre Palomino recibió exclusión. En lugar de diálogo, silencio. En lugar de fraternidad, castigo.
Numerosos testigos hablan de la deriva autoritaria y empresarial del obispado gaditano, donde se tomaron decisiones que provocaron indignación social, como los desahucios de familias vulnerables o el uso del patrimonio eclesial con fines poco pastorales. Todo ello, mientras crecían los rumores sobre un modo de vida poco acorde con la austeridad evangélica.
"Lo que hoy se percibe en la Iglesia —y el caso de Cádiz lo ilustra con claridad— no es solo el error de un obispo, sino una estructura clerical que ha olvidado su raíz comunitaria"
Pero más allá de los hechos, este caso abre una reflexión mayor: ¿qué tipo de Iglesia queremos? ¿Una institución cerrada sobre sí misma, protectora de su jerarquía, o una comunidad viva, transparente y servicial? Jesús no fundó un poder religioso, sino un movimiento de amor y libertad.“El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir” (Mc 10,45).
El poder eclesial, cuando se aleja del Evangelio, deja de ser autoridad moral para convertirse en dominio. Y ahí donde el poder sustituye al servicio, el Reino de Dios se apaga. Lo dijo el propio Cristo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan; entre vosotros no debe ser así” (Mt 20,25-26).
Lo que hoy se percibe en la Iglesia —y el caso de Cádiz lo ilustra con claridad— no es solo el error de un obispo, sino una estructura clerical que ha olvidado su raíz comunitaria. La jerarquía, al cerrarse sobre sí misma, ha convertido el poder en un fin, no en un servicio. Se ha blindado con normas, títulos y privilegios que la separan del pueblo de Dios, y ha creado una teología de la obediencia que sofoca la libertad de conciencia. El Evangelio no legitima ningún poder que no sea el del amor.
La Iglesia de los orígenes elegía a sus obispos desde la comunidad, discerniendo entre los más humildes y justos. Hoy, en cambio, los nombramientos se deciden en despachos lejanos, bajo criterios políticos o de conveniencia, sin voz del pueblo ni transparencia alguna. Esa distancia genera desconfianza, clericalismo y abuso. Cuando el poder no rinde cuentas, inevitablemente se corrompe.
"Para el poder eclesial, la Iglesia parece vacía por culpa de los 'progres' y de personas como Rafael Vez Palomino, que se atreven a seguir el Evangelio con coherencia y justicia"
Y no es la primera vez que esto ocurre. Hace veinte años, en unos congresos de teología celebrados en el Valle de los Caídos, escuché a dos «teólogos» advertir —con voz entre la esperanza y el miedo— que González Faus estaba en la mira del poder eclesial, como lo habían estado otros antes: Jacques Gaillot, Pikaza, Castillo, Queiruga, Leonardo Boff… Aquella conversación me dejó una herida. Recuerdo haber sentido que la Iglesia, que debería acoger a sus profetas, los apedrea. No he vuelto más a esos encuentros, quizá porque comprendí que el problema no era solo doctrinal, sino espiritual: el poder teme siempre a la palabra libre, porque la palabra libre desnuda la verdad.
"Mientras tanto, muchos fieles, al ver estas injusticias, se alejan de la Iglesia, decepcionados por un sistema que prioriza normas, privilegios y números sobre la fe y la compasión"
Para el poder eclesial, la Iglesia parece vacía por culpa de los “progres” y de personas como Rafael Vez Palomino, que se atreven a seguir el Evangelio con coherencia y justicia. Según esa lógica, ellos poseen la verdad: sus confesiones, su dogmática, su cerrazón. Mientras tanto, muchos fieles, al ver estas injusticias, se alejan de la Iglesia, decepcionados por un sistema que prioriza normas, privilegios y números sobre la fe y la compasión. Para esta jerarquía, la gente no es comunidad, sino estadística; y las iglesias se quedan vacías, silenciosas, excepto por las mujeres, que son las únicas que continúan presentes, pero relegadas a tareas menores: cambiar las flores, limpiar los suelos, sostener sin voz ni autoridad real.
Este desajuste evidencia que el poder clerical ha olvidado la esencia del Evangelio, que es servir y cuidar, y no controlar ni castigar. Que este quinto aniversario de la suspensión cautelar de Palomino nos recuerde que la verdadera Iglesia no se construye sobre jerarquía, privilegios o miedo, sino sobre justicia, verdad y amor al prójimo.
El caso de Rafael Vez Palomino encaja en esa misma historia de silencios y destierros. Es la historia de una Iglesia que, cuando se siente interpelada por su propia incoherencia, responde castigando al mensajero. Los profetas —ayer como hoy— no hablan para agradar, sino para despertar conciencias. “Si ellos callan, las piedras gritarán”(Lc 19,40).
"La justicia eclesial debe hablar ahora, con fuerza evangélica, restaurando la dignidad de los que han sido silenciados, y recordando que la Iglesia existe para servir, no para dominar"
La fe sin justicia es una farsa, y el silencio ante el dolor de los inocentes, una blasfemia. “Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cargáis a los hombres con cargas insoportables, pero vosotros no las tocáis ni con un dedo” (Lc 11,46). Este año se cumplen cinco años de la suspensión cautelar de Rafael Vez Palomino, y todavía no se ha hecho justicia. Cinco años de silencio y exclusión que muestran la distancia entre el poder y el Evangelio, entre la estructura y la misión. La justicia eclesial debe hablar ahora, con fuerza evangélica, restaurando la dignidad de los que han sido silenciados, y recordando que la Iglesia existe para servir, no para dominar.
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