"Podrá gritar y amenazar, pero América Latina ya no se arrodilla" Trump contra los pueblos: cuando el imperio desafía al Evangelio

Donald Trump
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"La reciente amenaza de Donald Trump de cerrar el espacio aéreo de Venezuela es un acto que revela con brutal claridad la vieja enfermedad imperial que atraviesa la política estadounidense"

"El presidente colombiano Gustavo Petro lo denunció de inmediato: ¿con qué derecho un mandatario extranjero puede cerrar los cielos de otro país? La respuesta es simple, y también terrible: con ninguno"

Venezuela, mientras tanto, denuncia ante la OPEP+ que Estados Unidos busca apoderarse de sus reservas petroleras "por medio del uso de fuerza militar letal". Y no es una denuncia exagerada: es la constatación de un patrón histórico

"Pero algo cambia. Algo se rompe en la maquinaria del miedo. Los pueblos están recordando… cuando los pueblos recuerdan, dejan de obedecer. Y cuando dejan de obedecer, el imperio empieza a caer"

La reciente amenaza de Donald Trump de cerrar el espacio aéreo de Venezuela es un acto que revela con brutal claridad la vieja enfermedad imperial que atraviesa la política estadounidense: la convicción de que el mundo es un tablero propio, donde los pueblos existen para obedecer y los recursos para ser apropiados.

El presidente colombiano Gustavo Petro lo denunció de inmediato: ¿con qué derecho un mandatario extranjero puede cerrar los cielos de otro país? La respuesta es simple, y también terrible: con ninguno, salvo con la arrogancia de un poder acostumbrado a dictar órdenes al resto del planeta. Una vez más, Estados Unidos se sitúa por encima del derecho internacional, afirmando que la soberanía ajena es un obstáculo cuando no se somete a sus intereses. El imperio actúa, y después busca la justificación. Es la misma coreografía de siempre.

Creemos. Crecemos. Contigo

Esta actitud no es un accidente histórico. Es la continuación de una larga cadena de intervenciones, golpes, invasiones y desestabilizaciones que han marcado a fuego la memoria de América Latina. Basta recordar cómo España, bajo José María Aznar, se arrodilló ante Washington para participar en la farsa de Iraq. Una guerra construida sobre una mentira que ellos mismos fabricaron. Armas de destrucción masiva que jamás existieron, miles de muertos, países destrozados, regiones enteras sumidas en el caos. Y, al final, la confesión implícita: no era la “libertad” lo que buscaban, sino el control de recursos y posiciones estratégicas. Cuando un país es pobre, no molesta; cuando un país es rico y quiere decidir por sí mismo, se convierte en enemigo.

Buques de guerra cerca de Venezuela - The New York Times

América Latina conoce bien esa lógica. En El Salvador, la sangre de los jesuitas asesinados —Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes y tantos otros— sigue clamando justicia. No fueron asesinados por error ni por azar: fueron eliminados porque decían la verdad. Porque denunciaban la pobreza, la opresión, la injusticia institucionalizada. Porque exigían una paz cimentada en la dignidad humana. Ellacuría repetía que había que “bajar de la cruz a los pueblos crucificados”. Y por esa frase, por ese Evangelio vivido, el imperio decidió que era peligroso. El ejército que los mató fue armado, financiado y entrenado por Estados Unidos. Esta es la realidad que Trump hoy pretende borrar con un discurso de amenaza y castigo.

Y mientras golpea a América Latina desde fuera, Trump golpea también a los suyos desde dentro. Persigue inmigrantes como si fueran delincuentes, los busca en hospitales, en escuelas, en calles donde solo intentan sobrevivir. Construye muros físicos y muros simbólicos. Divide, demoniza, humilla. Sus discursos están impregnados de una violencia fría, calculada, electoral, que nada tiene que ver con los valores cristianos que algunos en su gobierno afirman defender. El Evangelio no deja lugar a dudas: “Fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35). No dice “me expulsasteis”. No dice “me señalasteis como amenaza”. Jesús jamás cerró fronteras, jamás persiguió al que huía, jamás condenó al que luchaba por vivir.

En cambio, Trump levanta su política sobre la negación del otro. Dice proteger a su país, pero lo hace rompiendo el mandamiento más básico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,31). ¿Qué queda del Evangelio cuando el gobernante desprecia al pobre, al inmigrante, al refugiado? ¿Qué queda de la verdad cuando el poder se alimenta de la mentira diaria? Jesús enseñó que “la verdad os hará libres” (Jn 8,32). Trump ha demostrado que la mentira hace esclavos: esclavos del miedo, de la manipulación, de la propaganda, de la idea de que el mundo es un botín.

Tras la muerte del papa Francisco, muchos temían que la voz moral del planeta quedara debilitada. Pero el nuevo pontífice, León XIV, ha hablado con una contundencia inesperada: “Quien utiliza la fuerza para someter a un pueblo ha renunciado al Evangelio”. No se limitó a denunciar la violencia directa; señaló también la violencia económica, la violencia diplomática, la violencia silenciosa de las sanciones que empobrecen a millones. Y añadió, con una firmeza que estremeció a muchos gobiernos poderosos: “Dios entregó a cada nación lo necesario para su dignidad. Nadie tiene derecho a apropiarse de lo que pertenece al pueblo”. No hacía falta mencionar nombres. El mensaje iba directo al corazón del imperio.

Tiembla Donald Trump | El contundente mensaje del Papa León XIV a sus  políticas: "Jesús es migrante"

"Cada vez que un país latinoamericano intenta gestionar su riqueza en función del bien común, el imperio responde con bloqueos, amenazas y castigos. Lo hizo en Guatemala, en Chile, en Nicaragua, en Cuba, en Honduras"

Venezuela, mientras tanto, denuncia ante la OPEP+ que Estados Unidos busca apoderarse de sus reservas petroleras “por medio del uso de fuerza militar letal”. Y no es una denuncia exagerada: es la constatación de un patrón histórico. Cada vez que un país latinoamericano intenta gestionar su riqueza en función del bien común, el imperio responde con bloqueos, amenazas y castigos. Lo hizo en Guatemala, en Chile, en Nicaragua, en Cuba, en Honduras. Lo hizo con gobiernos progresistas, democráticos, elegidos por sus pueblos. Y lo vuelve a hacer ahora, sin disimulo, sin excusas, sin pudor.

"Tras la muerte del papa Francisco, muchos temían que la voz moral del planeta quedara debilitada. Pero el nuevo pontífice, León XIV, ha hablado con una contundencia inesperada"

Pero algo cambia. Algo se rompe en la maquinaria del miedo. Los pueblos están recordando. Están recordando las dictaduras impuestas, los martirios silenciados, los saqueos maquillados como ayuda humanitaria, las promesas vacías de democracia exportada. Están recordando el Evangelio que siempre estuvo del lado del pobre, no del poderoso. Están recordando que Jesús dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5,6). Y esa sed vuelve a crecer en América Latina.

Trump podrá tener aviones, sanciones, dinero y propaganda, pero no puede detener un continente que despierta. No puede silenciar la memoria de Ellacuría ni la voz profética de León XIV. No puede borrar el Evangelio que exige justicia, verdad y dignidad. No puede impedir que los pueblos se alcen para decir basta.

Porque cuando los pueblos recuerdan, dejan de obedecer. Y cuando dejan de obedecer, el imperio empieza a caer.

Trump podrá creerse dueño del mundo, podrá levantar muros, disparar amenazas y manipular mentiras, pero jamás podrá arrebatar la dignidad de los pueblos, ni silenciar la memoria de los mártires, ni impedir que la verdad del Evangelio se imponga sobre la injusticia. Porque un imperio que se construye sobre el miedo y la mentira siempre está condenado a caer. La historia está del lado de los humildes, de los que luchan por la paz, de los que defienden su tierra y sus derechos. Y como dijo Jesús: “Los humildes heredarán la tierra” (Mt 5,5). Trump podrá gritar y amenazar, pero América Latina ya no se arrodilla. América Latina se levanta, con memoria, con fe y con justicia. Y cuando un continente que despierta dice basta, ni el más poderoso de los imperios puede ignorar.

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