Mondoñedo- Ferrol clausura el Jubileo bajo el impulso pastoral del obispo Fernando García Cadiñanos
La clausura del Año Jubilar deja también una lectura clara del momento que vive la diócesis bajo el ministerio de monseñor Fernando García Cadiñanos. A lo largo de este tiempo, el obispo ha mostrado un estilo pastoral marcado por la sencillez evangélica, la cercanía humana y la capacidad de llegar a las personas, con una visión de Iglesia en comunión con la Iglesia universal y un compromiso constante con los más vulnerables.
La Catedral de Mondoñedo acogió el domingo 28 de diciembre la solemne clausura del Año Jubilar de la Esperanza, una celebración de gran relevancia eclesial que reunió a fieles procedentes de toda la diócesis de Mondoñedo-Ferrol. El acto puso el broche final a un año intenso de oración, peregrinación y compromiso, vivido como un tiempo excepcional de gracia y renovación espiritual para la Iglesia diocesana.
La jornada estuvo presidida por el obispo diocesano, monseñor Fernando García Cadiñanos, cuya figura ha marcado de manera decisiva el desarrollo y la orientación pastoral del Jubileo. Bajo su guía serena y cercana, la diócesis ha recorrido este camino con una clara conciencia de pertenencia a la Iglesia universal y con el firme propósito de llevar esperanza a una sociedad herida por la fragilidad, la exclusión y la incertidumbre.
El acto dio comienzo frente al Nacimiento monumental de la Catedral, desde donde se inició una peregrinación por el interior del templo, signo del pueblo de Dios que camina unido. A continuación, los fieles participaron en la renovación de las promesas bautismales, recordando que el Bautismo es el fundamento de la vida cristiana y la puerta de entrada a la comunidad eclesial. La jornada incluyó también una celebración del perdón, poniendo de relieve la centralidad de la misericordia como uno de los grandes ejes del Año Jubilar.
El momento central fue la celebración de la eucaristía, presidida por monseñor García Cadiñanos en una Catedral completamente llena. En su homilía, el obispo articuló un mensaje de gran hondura evangélica y humana, partiendo de una afirmación sencilla y profundamente significativa: «es hermoso estar en familia». Desde esta clave, presentó a la Iglesia como una familia, llamada a construirse desde la cercanía, el cuidado mutuo y la calidad de las relaciones humanas.
El obispo agradeció la presencia de sacerdotes, comunidades religiosas y fieles laicos, y subrayó que a lo largo del Año Jubilar el Señor ha ido derramando muchas bendiciones, como la lluvia sobre la tierra buena, utilizando una imagen de clara resonancia bíblica. Recordó los numerosos encuentros vividos durante el año, en los que se ha podido percibir la gracia y la misericordia de Dios: la labor constante de Cáritas, las celebraciones jubilares de los arciprestazgos, las reuniones parroquiales y diocesanas, y los múltiples espacios de comunión y servicio.
Uno de los ejes centrales de la homilía fue la centralidad de Jesucristo. El obispo recordó que el Jubileo ayuda a redescubrir que Cristo es quien conduce a la salvación y que Él es la piedra angular sobre la que se edifica la Iglesia, como recuerda el Evangelio. Cuando el creyente se aleja de Cristo, camina en la oscuridad; cuando vuelve a Él, recupera la luz y renace la esperanza, una esperanza que no se guarda para uno mismo, sino que se abre a los demás.
La clausura del Año Jubilar deja también una lectura clara del momento que vive la diócesis bajo el ministerio de monseñor Fernando García Cadiñanos. A lo largo de este tiempo, el obispo ha mostrado un estilo pastoral marcado por la sencillez evangélica, la cercanía humana y la capacidad de llegar a las personas.
Desde esta clave evangélica, la celebración lanzó una invitación clara a abrir puertas en una sociedad donde con frecuencia se levantan muros. El mensaje cristiano llama a acoger al diferente, al extranjero y a quienes no piensan igual, recordando que la dignidad de la persona está por encima de cualquier diferencia. La Iglesia está llamada a ser espacio de diálogo y encuentro, no de exclusión.
Este mensaje encontró una resonancia especial en la realidad de la emigración, una de las grandes cuestiones humanas de nuestro tiempo. La celebración jubilar invitó a mirar con mayor hondura el sufrimiento de quienes se ven obligados a abandonar su tierra, su familia y su cultura, y a comenzar de nuevo en lugares distintos, donde no siempre encuentran acogida. Desde la fe cristiana, se subrayó la necesidad de una mentalización humana y solidaria, capaz de reconocer que el dolor del otro nos concierne a todos.
Desde esta perspectiva, la tradición evangélica ofrece una imagen especialmente elocuente: la Sagrada Familia obligada a huir a Egipto para proteger la vida del Niño Jesús. Este pasaje ilumina el drama de tantas personas migrantes y recuerda que Cristo mismo conoció desde su infancia la condición del extranjero. La Iglesia, entendida como familia, está llamada a ser hogar y refugio, espacio de acogida y esperanza para quienes llegan con miedo, cansancio e incertidumbre.
Tras la eucaristía, la celebración incluyó un gesto solidario a favor del proyecto Oblatas y un testimonio de las Oblatas de Ferrol, centrado en la realidad de la trata de personas, una de las expresiones más graves de la vulneración de la dignidad humana. Se puso de relieve la situación de muchas mujeres, especialmente migrantes, víctimas de explotación y violencia, y la importancia de un acompañamiento paciente y continuado, que no juzga ni abandona, incluso cuando los procesos son largos y complejos.
La jornada concluyó con un momento de convivencia fraterna en el seminario diocesano, compartiendo una chocolatada, como expresión sencilla de una fe que se celebra y se prolonga en la cercanía cotidiana.
Con este acto se da por concluido el Año Jubilar de la Esperanza, iniciado en la concatedral de Ferrol y vivido intensamente con numerosas celebraciones: la Fiesta de la Misericordia, los jubileos de los arciprestazgos, los encuentros de religiosos, sacerdotes, familias, niños, enfermos, cofradías, catequistas, voluntarios de Cáritas y la peregrinación diocesana a Roma, en la que participaron jóvenes y diversas pastorales.
La clausura del Año Jubilar deja también una lectura clara del momento que vive la diócesis bajo el ministerio de monseñor Fernando García Cadiñanos. A lo largo de este tiempo, el obispo ha mostrado un estilo pastoral marcado por la sencillez evangélica, la cercanía humana y la capacidad de llegar a las personas, con una visión de Iglesia en comunión con la Iglesia universal y un compromiso constante con los más vulnerables. El camino jubilar vivido no se cierra como un punto final, sino como un impulso renovado para seguir construyendo una Iglesia que sea familia, luz y esperanza en el mundo actual.