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El resumen 2025 de RD

30.12.25 Navidad. Primer sacramento de Jesús. Bodas con vino

30,12.25. Primer sacramento de Jesús. Bodas con vino  (Jn 2, 1-12)

 Presenté hace dos días el tema del “celibato” (no matrimonio) de Jesús según el evangelio de Marcos 3, 31-35. En contra de la opinión y deseo intenso de su madre María y de sus familiares, que querían que se casara al modo tradicional (como Adán-Eva en Gen 2-) y como el mesías judío de Sal 44), rompiendo la tradición más sagrada de Israel, Jesús no se casó, sino que creó una nueva familia de madres, hermanos y hermanas, extendida a los pobres y marginados de la tierra.

El evangelio de Juan 2, 1-11 (bodas de Caná) retoma y recrea ese motivo, de forma escandalosa, sorprendente y recreadora, que la iglesia, en general no ha querido entender ni cumplir hasta el momento (año 2025), aunque el evangelio lo dice con meridiana claridad: Este fue y sigue siendo el primero de los signos, sacramentos y obras de (sêmeia) de Jesús: Que la gente se case y viva en vino de amor y de gracia.

Esta es la navidad de Jesús, si se quiere utilizar este lenguaje. Falta el niño (el niño vendrá, o es ya Jesús) que viene a transformar las bodas del mundo. Para entender este signo de identidad del cristianismo quiero empezar situándolo en su contexto:

1. Éste es el comienzo del evangelio de Juan, el evangelio del nacimiento de nueva humanidad. Lo anterior(Jn 1) ha sido un prólogo: Jesús viene de Dios y ha superado la religión penitencial de Juan Bautista, sacando de allí (del bautismo de penitencia ayuno y devociones particulares a sus discípulos, trayéndoles a Cana de Galilea, la ciudad de las bodas sin vino.

2. El evangelio de Juan quiere recrear la historia del principio de la Biblia, tal como se cuenta en Gen 1-3: La creación de Adán y Eva, con sus bodas frustradas, es decir, con serpiente, veneno o demonio. Jesús quiere empezar de nuevo, con un hombre y una mujer, que son signo de toda la humanidad: Quiere que ue hagan casa, que sean paraíso uno para el otro y en el otro, se quieran, que puedan iniciar una nueva humanidad, pero ellos no pueden. Sólo tienen agua de purificaciones.

3. Este es el evangelio de la Encarnación, es decir, del Dios (=de la Palabra de Dios) hecho carne, en la línea de Jn 1, 1-18. Dios se hace carne, es decir humanidad, Adán-Eva, todos los seres humanos. Encontrar a Dios es encontrar la humanidad, vivir en ella descubrirla como “bodas”, comunión de carne-tierra y del aliento de Dios. Estos novios de Caná son toda la humanidad.

4. El camino de Israel, el camino de la humanidad, concretada y culminada en el agua de penitencia de Juan Bautista (Jn 1, 19-51) no ha bastado, no ha llegado a su meta. Jesús ha ido donde Juan, ha estado con él, pero ese no ha sido el camino de Dios. Por eso busca y encuentra con Juan a siete discípulos y los lleva consigo para iniciar el verdadero camino en Caná de Galilea…donde encuentran a la humanidad real, un hombre y una mujer celebrando unas bodas frustradas, sin vino de amor, de vida, de Dios.

5. Discípulos de Jesús, ciegos. La mujer, madre de Jesús descubre el problema. Los discípulos de Jesús (apóstoles, jerarcas…) no tienen mano para resolver el tema, no logran entender lo que pasa. Pero está allí la “mujer” (Gyne), que es la madre de Jesús, principio de nueva humanidad. Esta es la mujer que en el Génesis ha sido tentada por el diablo, esta es la mujer-madre que en el entorno de Jesús (en la gnosis religiosa) ha sido marginada, condenada, separada de la jerarquía de la iglesia, vinculada con el Diablo. Pero el evangelio de Jesús, según Juan, la rescata y presenta como iniciadora de boda.

6. Esta es la mujer de Gen 3, 15, aquella que aparece como iniciadora de evangelio (proto-evangelio), luchadora contra Satán, signo de maternidad (madre de los vivientes, Gen 3, 20). Ella va poner en marcha el movimiento cristiano, asumido, proclamado y realiza por Jesús, el Hijo de Dios. Que los novios frustrados, sólo con agua para purificarse, tengan vino para hacer casa de amor, para poner en marcha la vida de Jesús, el matrimonio, es decir, el amor concreto, como principio de salvación.

7. Lo que sigue se entiende desde este principio. Aquí se hace presente Dios, empieza el vino/amor de las bodas, se celebra la Navidad, comiza en camino de Pascua… Así dice Juan, así comienza al evangelio, éste el el primer signo, el sello y garantía del principio del Cristianismo: Dios está las bodas de vida, no está arriba, fuera, en cada uno de los amigos de bodas, novios y novias, para amarse. El vino son ellos, unos para el otros. La ley de vida es el amor (el monte del amor). Esta es la primera lección de Jesús a sus discípulos, el reino y camino de la nueva humanidad. Puede empezar ya la historia, suban a Jerusalén para decir que el tiempo y lugar del antiguo templo ha terminado.

EXPLICACIÓN DEL PRIMER SACRAMENTO CRISTIANA

         La explicación normal será seguir leyendo el evangelio y celebrando nuestras bodas de vino en la tierra que empieza a convertirse en cielo. Pero si alguno quiere y tiene tiempo puede seguir leyendo y concretando mi explicación, la explicación que sigue.

         Los restantes  sacramentos de la iglesia (bautismo, confirmación, orden, eucaristía… extremaunción…) vendrán después o serán  innecesarios. El sacramento e identidad del cristianismo son las bodas de amor y vino entre hombres y mujeres. El sacramento de la vida de Dios en el mundo es la misma vida, la palabra encarnada en la humanidad, esto es, las bodas de amor de unos hombres y mujeres, bodas de vino de palabra, de auténtica descendencia[1].

         El tema es el punto de partida de la nueva creación y así lo ha sentido el cuarto evangelio. Por eso, tras hablar de Juan Bautista (Jn 1), es decir, de los temas penitenciales y del agua del bautismo pasa a las bodas, un tema importante para este tiempo en que la gente sigue viviendo en pareja, pero quizá sin boda de Iglesia, esto es, sin invitar a Jesús. ¿Qué sentido tiene invitarle o no invitarle Jesús para las bodas? ¿Qué sentido tiene la oración de bodas.         

         Aquí no puedo responder a esas preguntas, sino comentar el texto de Jn 2, 1-12, evocando la opción de Jesús a favor de bodas, con la madre de Jesús presente como iniciadora y la transformación del agua de la Ley en vino del Reino, pasando así de las purificaciones legales a la experiencia Mesiánica del Reino, con la Humanidad como Novia del Cordero (cf. Ap 20‒21).

A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. 2Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. 3Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». 4Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? (Τί ἐμοὶ καὶ σοί, γύναι; οὔπω ἥκει ἡ ὥρα μου.) Todavía no ha llegado mi hora». 5Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». 

HHabía allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. 7Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. 8Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron.

 9El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo 10y le dice: Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora. Este fue el primero de los signos, que Jesús realizó en Cana de Galilea, revelando así su gloria, y los discípulos creyeron en el (Ταύτην ἐποίησεν ἀρχὴν τῶν σημείων ὁ Ἰησοῦς ἐν Κανὰ τῆς Γαλιλαίας καὶ ἐφανέρωσεν τὴν δόξαν αὐτοῦ, καὶ ἐπίστευσαν εἰς αὐτὸν οἱ μαθηταὶ αὐτοῦ.( Jn 2, 1-11)

No tienen vino

Había una boda en Caná de Galilea y la Madre de Jesús se hallaba allí (Jn 2,1). Esta anotación causa cierta sorpresa. Podía parecer en el principio que, según el evangelio de Juan Jesús carecía de padres de la tierra, pues había provenido como Palabra de Dios (Jn 1, 1-18). Después se nos ha dicho casi de pasada que era el hijo de José de Nazaret, en afirmación cuyo sentido no quedaba claro (1, 45; cf. 6, 42). Pero el texto añade: La madre de Jesús estaba allí.

La Madre es importante, se la conoce por su título (Mujer, γύναι; cf. Jn 19, 25-27, lo mism que a Eva), que identifica en el fondo a María, madre de Jesús con Eva, mujer de Gen 3, 15, principio de toda la humanidad, Gen 3 20). Ella pertenece al espacio y tiempo de las bodas. No era necesario invitarla: ¡Estaba allí! Las bodas eran para ella un espacio normal (natural), forman parte de su preocupación y de su historia. No está fuera, como invitada, en actitud pasiva; está muy dentro, actuando como supervisora, atenta a lo que pasa y diciendo a Jesús: “No tienen vino·.

Jesús, en cambio, empieza siendo un invitado, viene de fuera, no pertenece al espacio de bodas antiguas: Él y sus discípulos son de un mundo aparte, están como de paso. Lógicamente, no se preocupan de los temas de organización, al menos en un primer momento. Esta es la paradoja de la escena: Jesús viene como por casualidad, per luego actúa como guía y autor (proveedor) de vino de bodas.

Y faltando el vino le dijo la madre de Jesús: ¡No tienen vino! (2,3). Situemos los rasgos de esta frase. Lo primero es la carencia: ¡faltando el vino! Todas las explicaciones puramente historicistas de ese dato quedan cortas: los novios serían pobres, se habrían descuidado en la hora del aprovisionamiento, habrían llegado (con los discípulos de Jesús) demasiados invitados, diestros bebedores... El mensaje y conjunto de la escena es demasiado importante como para contarlo a ese nivel. El tema es que hay bodas de y que falta vino.

Esa carencia es un elemento constitutivo de la escena en aquella situación de bodas. Hombres y mujeres se casan, celebran bodas, tienen hijos… Pero la madre de Jesús sabe que falta vino, gozo de fiesta, celebración, abundancia feliz. Hombres y mujeres se unen forman casas, se relacionan, pero no son felices, de manera que pasan por la vida sin saberlo, sin saberse (saborearse), conocerse y comunicarse de un modo radical, como ha mostrado la parte anterior de este libro al tratar de la eucaristía de Jesús y del vino de las fiestas de la vida humana

 Como si supera que su hijo es especialista en vida humana (eucaristía, comunión), la madre/mujer dice a Jesús “no tienen vino”, falta vida de evangelio, falta humanidad. Esto es lo que sabe y dice la madre. Si Jesús no hubiera esta allí, si no hubiera sido invitado, no se hubiera notado a falta: ¡Por siglos y siglos los hombres se habían arreglado sin (buen) vino! Sólo ahora, cuando llega Jesús, se nota la carencia, la ruptura entre lo antiguo (bodas sin vino) y lo nuevo (vino de Cristo).

Daba la impresión de que nadie había descubierto esa carencia. Jesús está de incógnito. Rueda normalmente la vida y, al no tener más referencia, los esposos (y todos los invitados) se contentan con poco. Sólo la madre (estando Jesús allí) nota la falta, en gesto de vidente o profetisa, en una línea que se puede comparar con la de Juan Bautista. María pertenece al mundo antiguo, de bodas sin vino, pero sabe que su hijo forma parte de un mundo distinto con vino de boda en las bodas.

En esa línea, ella (la madre de Jesús, mujer originaria) se puede comparar con Juan Bautista, que había descubierto y destacado la carencia de los hombres en plano religioso, a la vera del Jordán (río de purificaciones), para decir a todos que la respuesta era Jesús: ¡Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo! (Jn 1, 29). Avanzando en esa línea, la Madre de Jesús ha descubierto que en las bodas de esta humanidad falta vino (2, 3). Pero ella no ha empezado diciendo eso a los hombres; se lo dice a Cristo en palabra de riquísima advertencia, oración iluminación y velada petición (queriendo que Jesús remedie la carencia).

Para decir ¡no tienen vino! ella, la madre de Jesús,ha de estar (¡y está!) en las fronteras de la vida, entre la humanidad amenazada por la serpiente (sin vino) y la humanidad de Bodas de Dios, en el lugar donde se pasa del día sexto de la creación antigua (bodas sin vino) al séptimo de la plenitud, del día segundo de la muerte al tercero de la resurrección.

Por un lado, la Madre de Jesús es mujer del mundo antiguo, de las bodas sin vino, pero ella conoce y comparte los problemas y preocupaciones de aquellos que no logran gozar el verdadero matrimonio de la vida, el lugar donde debiera desplegarse el vino de las bodas. Ella sabe lo que falta y no lo puede conceder por sí misma, pero sabe que su hijo puede y le dice “no tienen vino.

Siendo mujer del mundo antiguo, la madre de Jesús es, al mismo tiempo, mujer del mundo nuevo: pues sabe que hay un vino distinto de bodas (=Dios) y sabe quién puede concederlo y así se lo dice. La impaciencia del Reino de Dios late en su vida y tiene que expresarla, diciendo a Jesús reverente: ¡no tienen vino!

Esas palabras de petición velada condensan todas las formas de necesidad humana (incluyendo las que vio y destacó Buda en la India unos siglos antes: Hombres y mujeres enferman, envejecen y mueren sufriendo. ¿Cómo responder? ¿Hacerse monjes, casarse por un tiempo?). Buda se hizo monje y siguió caminando hasta la higuera de Benares (junto al Ganges). Jesús ha ido a las bodas de Caná, donde está su madre, que sabe que en la sala del banquete hay seis vasijas de piedra para el agua de las purificaciones, pero que no hay vino[2].

         Haced lo que él os diga (Jn 2, 5) La Madre conoce el problema, pero no puede resolverlo, no puede conceder por sí misma lo que Dios había querido conceder a los hombres, ahora que culmina el día séptimo de la creación!). Ella sabe que su hijo ha venido a traer plenitud al mundo y por eso le confía reverente ¡no tienen vino! (el vino de la Pascua del día 3º, cf. Jn 15: Yo soy la vid). Recordemos que Jesús no es novio, en contra de una perspectiva que muy pronto (cf. Ef 5) se hará común en el conjunto de la iglesia. Su Madre tampoco es esposa, sino iniciadora mesiánica del Cristo. Los esposos son dos desconocidos cuyo nombre no interesa recordar, dos cualquiera, todos los humanos, judíos y gentiles, que al buscarse y al casarse (para vivir) están buscando plenitud, felicidad, sobre la tierra.

Iniciadora mesiánica. Ella ha vivido, ha sufrido, conoce, Dios le ha confiado el encargo de educar al Hijo eterno en la vida de los hombres, y esa educación culmina precisamente ahora: desde su misma madurez, en el momento primero y más solemne de su iniciación, en el centro de la crisis y pecado (carencia) de la historia, tiene que enseñar y enseña al Cristo, su Hijo, aquello que los hombres necesitan (vino de bodas), algo que Jesús no pudo aprender en el templo (cf. Lc 2, 41-52).

La madre indica el problema enseña a Jesús y parece que Jesús empieza protestando (no necesita que nadie le enseñe, ni su madre ni la mujer siro-fenicia de Mc 7), de manera que parece distanciarse de ella: ¿Qué hay entre yo y tú, mujer? ¡Aún no ha llegado mi Hora! (Jn 2, 4): ¿Qué nos importa a ti y a mí! ¿Qué tenemos en común nosotros?... Es normal que en una situación como ésta Jesús se distancie de su madre a quien llama, de forma significativa, mujer del primer paraíso de Gen 3,  como la mujer celeste de Ap 12, 1-7 en la culminación de la historia).  

- Jesús parece distanciarse de de su madre para marcar su autonomía mesiánica: ¡El Hijo de Dios no depende de una madre de la tierra! Él tiene su propio tiempo y verdad, como aparece en el texto convergente de la sirofenicia (Mc 7, 27; cf también Mc 3, 31-35). En un determinado nivel, la madre pertenece aún al pueblo israelita y Jesús tiene que romper con ella y superarla para ser auténtico mesías.

- Jesús la llama ¡Mujer! en palabra que, aludiendo al principio de la creación (Gén 2-3), ilumina y encuadra el sentido de la escena. La madre de Jesús es la verdadera Mujer/Eva de este día séptimo de la creación pascual; por eso, ella no puede apoderarse de la voluntad de Dios, ni encauzar la vida de su Hijo, pero su Hijo tiene que es escuchare, si es Hijo del Dios que escucha las peticiones de los hombres, como he puesto de relieve en la parte anterior de este libro, al centrarme en ese tema (oraciones de petición).

 

La alusión queda velada y debe interpretarse (recrearse) desde el fondo de lo que sigue. Estamos, sin duda, en un momento de suspense. El lector normal no habría esperado esta respuesta de Jesús; es más, la encuentra escandalosa. Pues bien, sólo penetrando en ese escándalo (que en perspectiva teológica resulta necesario)se entiende lo que sigue.

este pasaje puede situarse en el trasfondo de Mc 7, 24-30 donde Jesús y la madre pagana dialogan y aprenden (van cambiando) uno del otro, en diálogo también escandaloso: Jesús rechaza primer a la mujer, para escuchar y realizar después, en un nivel más alto, lo que ella le pedía, como Dios que escucha las peticiones de los hombres.

           -Parece que Jesús rechaza aquello que su madre le ha pedido, marcando su propia independencia mesiánica, distanciándose de ella con palabras que parecen marcadas de dureza: ¿Qué tenemos que ver nosotros? (2,4)

- La madre a quien Jesús llama ¡mujer! acepta su respuesta y cambia de actitud. No puede exigir nada, no argumenta ni polemiza, pero tiene a su lado a los servidores, diáconos de las bodas, y como primera de todos los ministros de la iglesia les dice: ¡Haced lo que él os diga! (2, 5).

- Por su parte, Jesús, que parecía haberse distanciado de su madre como “mujer” del principio y meta de la historia de la salvación, cumple luego, de modo distinto, por su propia voluntad, que lo que ella le pedía: ¡Ofrece vino abundante y muy bueno a los invitados de bodas! Así realiza y desborda el deseo más profundo de María (2, 6-10)

 

De manera paradójica, desde el mutuo movimiento de gestos y palabras, debe interpretarse la escena, como descubrimiento y más hondo compromiso de la mujer María/en la lucha contra la serpiente,  proclamada por Dios en Gen 3, 15 (el llamado proto-evangelio. Precisamente allí donde pudiera parecer que la madre quiere dominar al Hijo (¡no tienen vino!) ella viene a presentarse como servidora de ese Hijo, pidiendo a los servidores de la boda que escuchen a Jesús y cumplan su voluntad (como en el Padre-Nuestro: Hágase tu voluntad).La palabra de María (¡haced lo que él os diga!) nos sitúa dentro de la teología de la alianza, conforme a la cual los antiguos judíos se comprometían a cumplir la voluntad de Dios (¡haremos todo lo que manda el Señor!: Ex 24, 3).

Ha culminado la historia antigua, ha llegado el tiempo de la alianza nueva,  del vino de Jesús (cf. Lc 22, 20; 1 Cor 11,25), el tiempo de las bodas que vinculan para siempre a Dios con los hombres, y a los hombres y mujeres entre sí, en celebración y fiesta de vino. Pues bien, como ministro (diácono entre diáconos) de esa alianza está María, Madre mesiánica, ocupando el lugar que en tiempo antiguo, ante el monte Sinaí, tenía Moisés (Ex 24)..

María ha debido renunciar a la palabra directa, que podría sonar a imposición (¡no tienen vino!), para mostrar su voluntad de manera suplicante, indirecta, más profunda. Había empezado educando a Jesús (es su Madre); pero ahora debe hacerse educadora de los servidores de las bodas, pedagoga de los hombres, en la fiesta de la nueva alianza:

 

- Renuncia a dominar a Jesús después de haberle engendrado (siendo como es su Madre). Renuncia a imponerse y dirigirle, como si Jesús no supiera lo que debe hacer, como si ignorara que a los hombres falta el vino.

-No domina porque confía en él: escucha gustosa su respuesta (¿qué hay entre nosotros?) y en amor total acepta lo que él haga. Ha llegado la hora de Jesús, ella queda atrás, está tranquila.

- Por eso se vuelve servidora de la obra de su hijo, pidiendo a los ministros de las bodas que cumplan lo que él diga. Así viene a presentarse como el personaje primero y más valioso de aquellos que preparan las bodas mesiánicas del Cristo sobre el mundo.

Ella no es simple Eva/caída, bajo la serpiente que, conforme a una interpretación extendida (poco fiable) de Gen 2-3); no es la mujer que  tentado a Dios, que ha rechazado su mandato,  comiendo la “manzana”  y dándole a comer a Adán, que come también, rechazando el mandato de Dios. Ella es la mujer que abre el camino de Dios, que es Jesús.

Sin duda, según Gen 3, ella ha iniciado el camino del pecado, pero no se ha mantenido en el pecado, sino que ha recibido la amonestación de Dios, obedeciéndole e iniciando una historia de enemistad, en contra de la serpiente… Esa enemistad no es sólo de la mujer contra la serpiente sino de la semilla/descendencia de la mujer, esto es de su nezer, contra la serpiente (=Dragón) y la descendencia de la serpiente, es decir, los demonios (contra los que ha luchado Jesús, con sus exorcismos).

Eso significa que mujer como tal (Eva y su descendencia) no se  han cerrado enel pecado, sino que se han mantenido en lucha constante contra la serpiente (Dragón, Diablo) y sus demonios. En medio de su comienzo de pecado, como auténtica Eva, la mujer (gynai, ahora es María, madre de Jesús) ha sabido educar a los humanos (varones y mujeres) para el descubrimiento mesiánico del Cristo, es decir, para las bodas.

Esta Mujer/María, nueva Eva, le dice a su Hijo (Cristo de Dios) que hombres y mujeres no tienen vino de bodas, no pueden culminar el camino de la vida, volver al paraíso.  Ella está en las bodas, como invitada importante, como responsable del buen camino de la vida, de la culminación del camino de Dios en los hombres. Ella le habla a Jesús, ella le enseña a descubrir la carencia de la vida (no hay vino de bodas…)y a pesar del primer rechazo aparente de Jesús sigue organizando las bodas

 .Sabe organizar y organiza la tarea de los servidores, diciéndoles que pongan lo que tienen (lo que saben) para que Jesús realice su tarea mesiánica. No es mujer silenciosa que calla en la asamblea (en contra de la glosa anti-paulina de 2 Cor 14, 34 y de carta pastoral también anti-paulia 1 Tim 2, 9-10). Al contrario, la madre de Jersús, en cuanto mujer es la que mejor conoce la carencia de la humanidad diciendo a Jesús ¡no tienen vino!.

         En un primer momento puede parecer que Jesús se opone (¿Qué tengo que ver yo contigo?, pero inmediatamente después hace lo que ella le pide): convierte el agua de las purificaciones legales, el agua del bautismo de Juan Bautista en vino de bodas, esto es, de plenitud humana y de Reino de Dios sobre la tierra

 Del agua de purificaciones al vino de la fiesta, Había seis ánforas de piedra, colocadas para las purificaciones de los judíos (2, 6). Eran necesarias  según ley, y debían encontrarse llenas de agua, para que los fieles de la ley se purificaran conforme al ritual de lavatorios y abluciones. Eso significaba que el matrimonio (las relaciones matrimoniales se consideraban como signo de pecado, en un contexto cercano al de la gnosis

Pues bien, el tiempo de esas ánforas (¡son seis! ¡el judaísmo entero, el tiempo de preparación y penitencia!) ha terminado, pues cuando llega el día séptimo de las bodas mesiánicas, que se expresan e inician en las bodas de este mundo, en el amor pleno entre hombres y mujeres..

         Desde aquí se entiende lo que sigue. Cumpliendo la palabra de Jesús (que anuncia y anticipa el misterio de su Pascua), los ministros de las bodas antiguas (bodas de agua y para el agua) ofrecen a los comensales el vino bueno de la vida convertida en fiesta.

Este es el comienzo (en sentido más profundo de la iglesia, experiencia de la vida como bodas de amor. Así lo declara con máxima solemnidad el evangelista diciendo el primero de los signos mesiánicos, divinos de Jesús (ἀρχὴν τῶν σημείων). Esta es la “puerta” del Evangelio, el punto de partida del mensaje y camino de Jesús. Aquí comienza el camino de la salvación, que seguirá con la subida de Jesús a Jerusalén, para a decir abiertamente a todos que el tiempo del judaísmo ha terminado, que ha llegado el Reino (Jn 2, 13-22).

 Nota final. Manifiesto de conversión cristiana

María, la mujer, la madre de Jesús, sabe aquello que los otros desconocen. Ella es la “mujer llena de la gracia de Dios”, servidora de la Iglesia mesiánica que dice a los restantes servidores de las bodas: ¡haced lo que él os diga! Como mediadora de la alianza, ella pide a los servidores hombres que cumplan lo que Cristo les enseña. Ella ocupa de algún modo el lugar del Dios de la Transfiguración, cuando decía desde la nube a los seguidores de Jesús: ¡Éste es mi Hijo querido, escuchadle! (Mc 9,7 par).

 ¡Sólo ella, la mujer, gynai, puede decir y dice: ¡No tienen vino! (2, 3). Esta es una palabra central del NT y del conjunto de la Biblia. La Madre se la dice en primer lugar al Hijo, pero luego la podemos y debemos aplicar a nuestra historia. ¡No tienen libertad, están cautivos! ¡No tienen salud, están enfermos! ¡No tienen pan, están hambrientos! ¡No tienen familia, están abandonados! ¡No tienen paz, están, enfrentados!

         Nosotros podemos sentirnos ajenos a esa boda judía, que no es todavía la del Cristo de Dios: ¿Qué nos importa a ti y a mí? ¡No es nuestra hora! Pero la Madre conoce a Jesús,  nos conoce a nosotros, y sabe que nos falta vino y que sólo Jesús puede resolver nuestra carencia. Y en ese contexto proclama su palabra: María: ¡Haced lo que él os diga! (2, 5). Esta es la hora marcada por la sabiduría de la Madre de Jesús. Se ha dicho a veces que ella nos separa del auténtico evangelio, que nos lleva a una región de devociones intimistas y evasiones. Pues bien, en contra de eso, ella nos sigue diciendo lo que dijo a Jesús y a los servidores de la historia humana: No tienen vino, haced lo que Jesús os diga. En ese contexto. La palabras de la Madre de Jesús es un manifiesto de conversión cristiana en siete momentos:

1. Un presente estéril. La iglesia/sociedad actual se encuentra en la misma situación de los novios y los invitados de la escena: No tenemos vino. Anunciamos con trompetas nuestra fiesta, pero lo ofrecemos nada. Sólo la apariencia de unas bodas, fiesta externa, incluso músicos pagados, pero nos falta vino. Y sin vino ni los novios pueden pronunciar su palabra de amor, ni los amigos compartirla y celebrarla. Para ellos ha escrito Juan evangelio.

2. Toma de conciencia, la Madre de Jesús sabe… Lo primero es conocer la situación... Nadie se daba cuenta de ella. Los convidados hablan, quizá discuten, pero no logran comprender que su fiesta está vacía. Han preparado seis grandísimas tinajas de agua (leyes, normas para purificaciones, sólo eso: Normas, leyes, prohibiciones, purificaciones y nuevas purificaciones, con leyes nuevas… Una vuelta obsesiva a las normas de poder, simbolizadas por el agua de una liturgia vacía. Sin fiesta de vino, la boda no es boda

3. Primera resistencia de Jesús, de una parte de la Iglesia: No ha llegado mi hora, no ha llegado nuestra hora, mi vino no es tu vino. ¿Quién le dice a Jesús que falta vino? ¿Quién puede decirle ¡es tu hora!? El evangelio concede ese “oficio” a la madre de Jesús, que es el signo de las promesas del judaísmo. No es tiempo de purificaciones, tinajas de normas y normas, y ella se lo dice Jesús parece resistirse, y dejarnos con el agua de los ritos, como si nada hubiera pasado (con templos externos, rituales vacíos, aguas de prohibiciones). Es como si nos hubiera abandonado, dejándonos en manos de nuestros cenáculos vacíos, de bodas que no son bodas, de vino que no es vino… Parte de la Iglesia actual parece resistirse, diciendo que no es todavía la hora.

4. Aceptación de Jesús. Llenad las tinajas… Jesús descubre que ha llegado la hora, Jesús escucha de vedad lo que María, la Mujer, la madre, le dice, en un plano verdadero y pone en movimiento a todos los servidores de las bodas, para que el agua de las urificaciones y leyes se convierta en vino de bodas vino. Por eso pide a los servidores que llenen hasta arriba las tinajas, rebosantes… para que el agua del antiguo rito (purificación, gloria vacía…) se convierta en vino de fiesta. Éste es oficio de todos, de los servidores de la boda y del architriclino. Sólo este paso del agua que nunca limpia del todo al vino del renacimiento a la vida se expresa la novedad de Jesús

5. Celebración. Es vino de “novios”, para celebrar la fiesta de su vida, para beber juntos de una misma copa el vino del amor que crece y crece… Es la fiesta de todos los invitados, entre ellos los discípulos, que deben transformar el mundo a base de buen vino. Cuando abunda el vino, y se aprende a beber en comunión de gozo, la vida renace (Jn 15). Este es el motivo central de la fiesta de los casados por Jesús, hombres y mujeres, invitados al banquete de bodas, sin que nadie quede excluido, sin que nadie lo acapare. Es tiempo de pasar del vino malo al buen vino de fiesta, amor generoso, e bodas de vino para todos, superando las viejas leyes y las purificaciones, para ponernos al servicio de la vida.

6. Expansión: discípulos. El evangelio dice que ellos creyeron y le acompañaron, poniéndose en marcha. Pues bien, también los nuevos ministros han de creer y convertirse en servidores de la fiesta del vino, ellos, los que ahora existen y muchos nuevos. Por eso ha de darse un cambio radical. Ciertamente, muchos ministros de las iglesias (varones y mujeres) siguen siendo portadores de vida. Pero muchos parecen cerrados en leyes de purificaciones, en normas ya antiguas a diferencia de aquello que empezó a realizar Jesús en Caná de Galilea.

7. Compromiso gozoso, siempre vino: Transformar el templo . Las tinajas de las purificaciones no son algo del pasado, forman parte del presente de una Iglesia, hecha de ritos, envidias, cansancios, normativas… que no dejan que el vino se expanda y que corra por todos los sarmientos y cepas de Iglesia y de savia de Jesús (cf. Jn 15).

8. Transformar el templo. La escena estrictamente dicha de Caná (2, 1-11) termina con un breve comentario sobre el sentido del signo (2, 11) y una indicación sobre la estancia “eclesial” de Jesús en Cafarnaúm (con madre, hermanos y discípulos: 2, 12). Luego, sin ninguna preparación, como si fuera obvio, , se añade que era Pascua de los Judíos y que Jesús subió a Jerusalén, para expulsar a los compradores y vendedores, en escena de dura polémica y fuerte simbolismo, referido a su muerte y resurrección (2, 13-22). Las dos narraciones (bodas de Caná y signo del templo de Jerusalén) forman un doblete: dicen lo mismo en perspectivas diferentes; ambas se completan, ofreciendo una preciosa introducción al ministerio de Jesús.

           

         Las bodas de Caná presentan el cambio de Jesús en perspectiva positiva: cumpliendo de un modo más alto el deseo de su madre: Que sea tiempo vino para todos, tiempo de bodas La “parificación” del templo nos sitúa de nuevo ante el agua de los ritos (negocios de templo), ante la necesidad de una transformación social, religiosa, personal (orante) de todos los judíos; se trata de purificar el templo (de cambiar la forma de vida de los hombres y mujeres, su más honda vocación) para que puedan darse bodas de amor.          De esa forma, el evangelio de Juan ha trazado una línea que lleva del vino de Caná al amor supremo de Jesús en la cruz donde dará su sangre como alimento de reino (comparar Jn 19, 34, con 6, 52-59) y hablará nuevamente con su madre, diciéndole, refiriéndose al discípulo amado, ése es tu hijo (19, 25-27). Al decirle a Jesús ¡no tienen vino! ella misma le ha colocado en camino de cruz[3].

[1] Las bodas siguen siendo campo de disputa en la iglesia: (a) Si son sólo de hombre-mujer, o de dos seres humanos, varones o mujeres. (b) Si hay sólo bodas o también divorcio. (a) ¿Qué significa invitar a Jesús, es decir, que se hagan bodas por amor de Jesús, en oración, en un tiempo éste, año 2025, cuando muchos viven en pareja sin casarse por la iglesia.

[2] Las bodas humanas con agua de purificaciones constituyen una promesa de futuro,, libertad y cielo, pero al fin nos dejan en un mundo de opresiones, recelos, envidias y muerte.

[3] Éste ha sido el evangelio de bodas y por eso en el fondo de todo sigue estando la alegría de un varón y una mujer que se vinculan en amor y quieren que ese amor se expanda y que llegue a todos, expresado en el vino de fiesta y plenitud gozosa de la vida. El judaísmo era religión de purificaciones y ayunos (cf Mc 2, 18 par); por eso necesitaba agua de abluciones. Pues bien, en contra de eso, el evangelio empieza siendo (unir Jn 2, 1-12 con Mc 2, 18-22) experiencia mesiánica de fiesta. En medio de ella, como animadora y guía, como hermana y amiga, hemos encontrado a la Madre de Jesús.

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