¿Fábrica de Obispos?

Entre las noticias de estos días, la que me ha interesado es la del nombramiento de Mons. Filippo Iannone, de la Orden del Carmen, como Prefecto de la Congregación de los obispos, una Congregación o ministerio del Gobierno Vaticano, que en varios lugares han llamado “fábrica de obispos”.

No me gusta ese nombre por periodística que parezca a no ser que se tome en sentido de humor o de reproche. Los obispos no se fabrican ni  hacen (como Jesús, genitus no factus).

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Además me trae un agridulce recuerdo. He vivido 10 años en una “fábrica de curas”, en Poio, Pontevedra.  Nunca me había fijado en ello, hasta que vino un día mi tío Juantxu para ajustar las  máquinas de una fábrica y comimos en Casa Solla y me peguntó por la Fábrica de Curas de Poio, con toda su buena intención.

Yo no quería estar en una fábrica de curas… ni quiero que hoy (2025) el Dicasterio o Congregación para los obispos en el Vaticano se llame “fábrica” de obispos. A los obispos no se les fabrica, ni se les nombra a dedo, desde un hipotética “arriba”. Antes no quería que a Mons. Prevost (ahora papa) le llamarán fabricante de obispos,  ni ahor a su sucesor F Iannone

Poderes del Papa

La teología de la Curia Vaticana, concretizada a través del Código de Derecho Canónico de 1983 (núms. 360-361)y del Catecismo de la Iglesia católica de 1992 (núms.. 880-887), supone que Cristo ha concedido al Papa toda su autoridad sobre la tierra (conforme a la palabra de Mateo 16, 17-19), de manera que él tiene un poder total y hereditario, pues nombra a los cardenales (que elegirán al nuevo Papa); Papa y cardenales de Curia nombrarán después, en clara endogamia (y siguiendo una escala de responsabilidades y honores),  a los restantes «funcionarios».  

            Quiero que el obispo de Roma, que es hoy Mons. Prevost, León XVI, tenga una gran autoridad moral de fraternidad, sea testigo del amor entre la iglesias, como quería Ignacio de Antioquía, pero no me parece bien que tenga el poder superior de nombrar obispos de todas las diócesis del mundo, como si ellas no fueran capaz de organizarse y convocar obispos. 

Sínodo: borrador del documento final y programa. | Loiola XXI

El Papa tiene Poder Sacramental en el conjunto de la iglesia.

 Ciertamente, los católicos saben que los sacramentos provienen de Jesús, que son los signos de su acción y presencia poderosa (liberadora, sanadora) sobre el mundo, de manera que han de estar abiertos a los momentos principales de la vida personal y social de los creyentes, conforme a la experiencia y creatividad de las comunidades.

 Pero, de hecho, los sacramentos oficiales de la iglesia están regulados por el Papa,  con la ayuda de la Sagrada Congregación para los Ritos. De esa manaera, el Papa define y organiza la liturgia católica romana, fijando las formas exteriores, los gestos ceremoniales y las palabras básicas de todas las celebraciones. El mismo Papa promulga los Rituales para el conjunto de la iglesia, contribuyendo así a la unidad de la liturgia, pero quizá también a su formalismo, de manera que resulta difícil descubrir en ella y por ella la presencia sanadora de Jesús que acoge a los pobres y ofrece su dignidad y esperanza de vida a los pecadores y expulsados de todas las sociedades de la tierra. Esta presencia sacramental de la Iglesia nos sitúa un reto esencial para su vida, un reto que ministros y teólogos deben asumir y resolver unidos, partiendo de los expulsados  y  pobres del mundo  que los que están llamados a celebrar el evangelio.

Poder ministerial, obispos.

En el principio, los ministerios surgían de la vida y creatividad de cada iglesia, capaz de nombrar a sus obispos y presbíteros, que eran portadores de la vida y teología de las mismas comunidades, en comunión con las restantes comunidades de la Gran Iglesia. Pero de hecho, a través de una larga historia, cuyos rasgos más salientes se encuentran vinculados con la crisis del constantinismo y la reforma gregoriana del siglo XI, el Papa se ha reservado el poder de nombrar, dirigir y remover a los obispos de la cristiandad católica (y a través de ellos a sus presbíteros).

De esa forma, todos los obispos se han vuelto de hecho delegados de la única diócesis mundial del único obispo real, que es el de Roma, que no solamente les nombra, sino que les da la "investidura" religiosa (ministerial). A través de la Congregación de los Obispos, el Papa puede dirigir la estructura y funcionamiento de todas las iglesias, como si pasara por sus manos la vida y el poder creador del evangelio.

Ciertamente, algunos obispos se sienten autónomos y actúan de forma carismática, al servicio de la libertad cristiana y de la creatividad teológica. Pero otros muchos parecen simples servidores del Papa que les nombra y dirige. De esa forma,   los ministros cristianos parecen desligarse de la fuerza creadora de Jesús, para convertirse en delegados del ministerio total de los papas

Causas de los santos, nuevas reglas sobre los bienes

Lo que importa la fábrica de obispos,   sino la existencia de comunidades.

 Lo más importante es que haya iglesia, es decir, comunidad  responsable y gozosa de personas que comparten la palabra, se ayudan mutuamente y celebran el misterio de la  pascua de Jesús y la fraternidad universal en forma de eucaristía. Por eso es normal que ellos, los cristianos, aprendan a dialogar y escojan a sus propios pastores sin injerencias de política exterior.

Si no son capaces de hacerlo, no pueden llamarse en verdad iglesia de Jesús. Serán misión externa, organizada desde fuera por enviados de otras comunidades, una colonia del Vaticano pero no son iglesia; no podrían tener obispo propio. En el campo de disputas y partidos en las diócesis del mundo,  la iglesia sólo será signo de reconciliación y  utopía evangélica si  ofrece ejemplo verdadero de diálogo interior. Si no lo pueden hacer, si  los cristianos  se encuentran de tal forma divididos o desganados  que resultan incapaces de  escoger y animar a sus obispos desde el mensaje y ejemplo de Jesús, esos cristianos no parecen dignos de llamarse iglesia.  

 Durante muchos siglos los fieles de las comunidades los que elegían a obispo. Sólo a partir del siglo XI empezaron a ser los papas los que nombran a los obispos de cada diócesis.  Sólo eran esenciales dos cosas: (a) La elección por parte del clero y del pueblo de la diócesis (electio). (b) La consagración por parte de otros obispos  del entorno, que recibían en la comunidad episcopal al nuevo obispo (ordinatio)...    

Sin duda el el Papa en cuanto signo y garantía de la unidad de la iglesia es muy importante. Pero  la mayor parte de sus funciones no son suyas, sino de todo el pueblo de Dios. Eso no significaba una renuncia a la unidad sino todo lo contrario,  eso significa el descubrimiento y despliegue de una forma de unidad más alta, recreada y actualizada en forma dialogal, en cada zona concreta (parroquia, diócesis), en cada región más amplia, en la  unidad católica de la iglesia. Precisamente para expresar la autoridad del evangelio (del diálogo hecho encuentro entre personas) resultaba  importante que el papa  dejara diversos "poderes" que actualmente ejerce, para presentarse así como signo y garante de comunión  universal,  en una línea de sinodalidad, no de poder vertical.

El sistema  de comunión católica, el diálogo de las diócesis entre sí y la unidad del conjunto de las iglesias debería fortalecerse, de  tal forma que el  mismo ejercicio  concreto de ese diálogo de amor y palabra  entre cristianos y comunidades pudiera presentarse como signo del Espíritu de Dios sobre la tierra. Actualmente, en lugar de ese  diálogo concreto de amor y palabra compartida entre todos los cristianos e  iglesias, parecía imperar el  poder  superior de un  Papa concreto, concebido a veces como alguien que se encuentra separado (casi por encima) del conjunto de la iglesia.  

Ampliación.  Jesús no fue obispo, no fue  “formado” en una fábrica de obispos

No tengo nada en contra de Mons. Filippo Iannone.  Al contrario, me cae bien. No me parecen serias las críticas de aquellos que dicen que el Papa Bergoglio no había querido “promocionarle”, pero no me parece bien que al Dicasterio de los obispos del Vaticano se le llama fábrica de obispos. La iglesia no es una fábrica de obispos, sino una comunidad de comunidades que, en nombre de Jesús, por impulso de su evangelio, va suscitando (no fabricando) obispos y pastores de diverso tipo, varones y mujeres, que acompañan a las comunidad en su tarea del Reino de Dios.

  Es evidente que, i para realizar su misión y perdurar en el tiempo la iglesia ha debido estructurarse, y en parte lo ha hecho bien, al modo romano, como sistema de poder. Pero ese modelo está acabando y ella debe volver al principio para retomar el camino. No defiendo una iglesia invisible, sino bien visible,   pero no en línea de poder, sino de animación/fermento, no como estructura sacral fija, sino como impulso libre y creador de vida, de oración, de amor mutuo, de resurrección.

Muchos tienen la impresión de que un tipo de iglesia establecida tiene miedo al evangelio, a la novedad que supone su fermento de gracia y libertad personal, de comunión y servicio de evangelio.  Y mientras tanto va creciendo el divorcio cada vez mayor entre la jerarquía eclesial (un tipo de “aparato”) y el conjunto del “pueblo cristiano” (y no digamos del pueblo no cristiano, que “pasa” del tema.

Jesús no fue obispo al modo actual, sino un “lego”, hombre del pueblo, que volvió a los símbolos básicos de la vida, el pan y vino compartido, el amor a los necesitados, la gratuidad... No quiso crear instituciones sacrales mejores, ni un orden de ritos nuevos, sino abrir un camino de amor para todos los humanos... 

Pero después, los cristianos hemos creado una iglesia de jerarcas, ratificado la diferencia ministerial entre varones y mujeres; hemos clericalizado las funciones administrativas de la comunidad, hemos elevado sobre el conjunto de la iglesia un orden (o casta) de funcionarios, muy inteligentes y dotados, pero que no responden al evangelio.

Ha terminado un ciclo histórico: estamos ante la última generación de ministros (obispos y presbíteros) clericales o sacerdotales de la iglesia. Y tiene que llegar una generación nueva de cristianos, liberados para un tipo de ministerio no jerárquico, a partir de las mismas comunidades, sin condiciones de celibato, sin discriminación de sexo (obispos varones y obispos mujeres; obispos casados u obispos célibes), una generación de servidores del evangelio que no sean sacerdotes jerárquicos, ni tengan poder sagrado, ni puedan convertirse en grupo o casta por encima de los fieles.

En principio, los cambios no han de venir de la “cúpula” clerical (aunque es tiempo de que ella cambie), sino de la raíz del evangelio, desde el recuerdo del Jesús y las primeras comunidades cristianas, desde la fe del pueblo. Son muchos los buenos cristianos que no se sienten representados ni dirigidos por el tipo actual de jerarquía; no se les puede acusar de rebeldes, ni llamar anti-cristianos, o protestantes, porque la rebeldía protestante debe integrarse en la iglesia católica, para tenga allí fruto. Pero no ha de ser una protesta en contra, sino a favor del evangelio, en la línea del mensaje y camino de Jesús en Galilea, tal como ha sido ratificado en la “pascua”, que nos lleva de Jerusalén a la nueva montaña de Galilea (Mt 28, 16-20) para extenderse desde allí a todas las naciones.

Uno de los miradores más extremos del mundo: una lengua de piedra sobre ...

Tenemos que volver al principio del evangelio.

 Se ha dicho y se dice que ese cambio es imposible, que la iglesia (como todas las instituciones sociales de prestigio) se mantiene por sus jerarquías de poder... Pues bien, en contra de eso, la iglesia ha de mostrar que ella es distinta, que puede instituirse a modo de comunión personal, sin estructuras de imposición fijadas para siempre. No estoy defendiendo un angelismo, la pura improvisación: dejar que cada uno viva y haga como quiera, llamándose cristiano.   Parece que nos da miedo la religión de la vida entera, de la comunicación festiva de los hombres y mujeres en la eucaristía.

La iglesia no es un “sistema de poder”, sino una experiencia de libertad y vida compartida, desde el evangelio. Nadie es en ella función de nadie; no hay en la iglesia una clase de tropa, como no hay clase de jerarquía. Pero puede y debe haber en ella un tipo de “servicios”, en línea de evangelio. 

Los servidores o “ministros” de la iglesia han ser hombres y/o mujeres que han tenido experiencia de Jesús. Por eso, la autoridad de los ministros eclesiales sólo puede interpretarse y vivirse como un “don”, una forma de regalo de vida. Los ministros de la Iglesia son “expertos” de Jesús, quieren ser y vivir como él, como portadores de su Palabra y servidores de su Vida, gratuitamente, por llamada o vocación de Jesús (del Dios de Jesús).

Por eso, los ministros de la iglesia  han de ponerse al servicio de los demás, en especial de los pequeños y excluidos, necesitadosNo consagran o defienden lo que existe, sino que quieren cambiarlo, como Jesús en una línea de acogida, animación sanación, con palabras y con obras. En esa línea se ha dicho que los primeros en la iglesia son los apóstoles (cf. 1Cor 12, 28): enviados de Jesús para ofrecer palabra y pan, esperanza y dignidad a los excluidos del orden familiar y social, sacral y económico del mndo.

Plano horizontal: delegados de la comunidad. Conforme a lo anterior, todos en la iglesia son (debemos ser) ministros de evangelio. Pero es normal que las iglesias (las comunidades cristianas) elijan y “empoderen” a ministros “oficiales”, imponiéndoles las manos como signo de confianza, de presencia del Espíritu de Cristo, confiándoles así unos servicios establecidos, por un tiempo determinado o mientas puedan realizarlos. Dentro de una iglesia instituida, esos ministerios brotan de la fraternidad y están a su servicio, tanto en el aspecto externo (misión, apostolado) como en el interno (cuidado pastoral de los creyentes). Por eso, siendo enviados de Jesús y servidores de los pobres, actúan como portavoces y animadores de una comunidad que les envía y escucha.Los clérigos no son representantes de un poder superior (¡Dios no es poder!), ni funcionarios de un sistema sacral, sino representantes de Jesús y de la iglesia, en cuyo  nombre actúan, y han de hacerlo de un modo gratuito, generoso, transparente. No tienen poder ninguno, pueden y deben tener mucha autoridad pero no como separados, por encima de los otros, sino dentro de la fraternidad, que no es un bien abstracto, una idea general, una noción de propaganda política, sino la comunión concreta de los miembros de una iglesia, que dialogan desde el Cristo y comparten pan y vino (eucaristía).

            Ciertamente, las iglesias se vinculan entre sí, formando una "comunión de comuniones" en el Cristo. Pero cada una de ellas viene a ser lugar de diálogo y comunicación donde los hermanos comparten y resuelven en amor y responsabilidad  su vida.  

 Dos momentos inseparables

La comunidad “nombra” a sus representantes u obispos. Antes que los obispos está iglesia, esto es, una comunidad responsable y gozosa de personas que comparten la palabra, se ayudan mutuamente y celebran el misterio de la pascua de Jesús y la fraternidad universal en forma de eucaristía. Por eso no se puede hablar de Iglesia si sus miembros no saben dialogar, si no dialogan y escogen sus propios “ministros” o animadores. Si no son capaces de

  1. Es normal que se comunique el nombramiento al obispo de Roma, no para que Roma “nombre”, sino para que acoja el nombramiento, no en gesto de sometimiento sino de comunión. Es evidente que el ministerio episcopal está fundado en Dios, brota de Cristo. Pero esa fundamentación no significa que lo deba nombrar el Papa. También los cristianos que lo eligen dentro de la diócesis actúan como portadores del Espíritu, no como simples ciudadanos de una democracia formal.
  2.  La iglesia se sitúa en el nivel de la comunicación personal directa. Ella no es sistema social, ni organización de burocracia para aportar servicios espirituales a quienes lo pidan, sino comunión directa de personas que escuchan la voz de Dios y dialogan sin más finalidad que vivir humanamente, en amor y contemplación. Por eso, todas sus estructuras están al servicio de la comunión personal. Eso significa que ella ha de crear espacios donde los creyentes, animados por la gracia y el perdón de Cristo, puedan compartir el amor y dolor de la vida, dialogando desde la Palabra de Jesús (que es de todos, no de algunos solos), en comunicación encarnada  (eucaristía).  

La iglesia es comunidad de persona, no sistema de poder sagrado. Ella existe solamente en el nivel de las relaciones personales, de conocimiento, comunicación y amor concreto. Nadie es iglesia por carta o ficha, internet o delegación, sino por experiencia de fe en el Dios de Cristo y comunión de amor con otros creyentes, que cultivan esa fe en diálogo mutuo. De manera consiguiente, una iglesia a la que nombran desde fuera sus obispos y/o presbíteros no es comunión de creyentes responsables, encuentro de personas, sino delegación sagrada de una dictadura, que sólo puede (podría) aceptarse para períodos breves de crisis, como sabían los juristas de la república romana (para poner un ejemplo vinculado al sistema que intentamos superar). La presencia de Cristo y la "autoridad" apostólica de la iglesia se expresan a través de la comunidad, que es portadora de un don y palabra trascendente. Pues bien, esa verticalidad (nivel contemplativo) se expresa por la mediación comunitaria, a no ser en los fundadores (puros apóstoles) que evidentemente no pueden brotar de la comunidad (que aún no existe).  De aquí se deducen

Tres consecuencias: 

Siendo comunidad de creyentes de Jesús, la Iglesia tiene el poder y autoridad de nombrar obispos, delegados de Jesús y/por la iglesia, varones o mujeres, por un tiemplo (o mientras puedan hacerlo rectamente. Pero si tiene el poder de crear, tiene, al mismo tiempo, el poder de limitar la autoridad de los obispos, trazando para ellos unos tiempo y estilos de animación oficial (en nombre de la comunidad entera) y así puede “agradecer” al obispo (varón o mujer) sus servicios, pidiéndole que se retire de nuevo a su vida normal cristiana, pues en el momento en que no hay “diócesis” comunidad que le agradezca y acepte sus servicios el obispo deja de ser obispo.

  1. Este servicio debe “organizarse” con un tipo de normas establecidas, de forma que no quede en manos de la espontaneidad o dictadura de algunos… Por eso es necesario que haya instituciones “mediadoras”, conferencias de obispos, que sirvan para garantizar el buen orden del conjunto… Sin que se entienda como castigo el hecho de un obispo deje de serlo tras unos años de servicio, pues no hay jerarquía superior, ni un orden de personas episcopales por principio (por ordenación, por ontología) por encima de los simples fieles. La división permanente de jerarcas y simples fieles, de claro y laicado va en contra del evangelio de Jesús.
  2. Carece de sentido que el Papa, el obispo de Roma, tenga el poder de nombrar (y controlar a todos los obispos…). Ese “poder” ha podido tener un sentido para superar la crisis de muerte eclesial del siglo X-XI, con la Reforma Gregoriana (del Papa Gregorio)… Pero actualmente, si no hay otra reforma que podríamos llamar “franciscana” (del papa Francisco) o leonina (del Papa León) ls iglesia del siglo XXI morirá de asfixia de poder. Ciertamente, la autoridad del Papa como signo de unidad y animación me parece esencial, y debe recrearse, pero no en línea de infalibilidad separada de las iglesias de y de primacía de poder sobre ellas
  3. A modo de colofón   Cada iglesia-comunidad sólo existe en el diálogo directo de sus miembros: es comunión de personas que sienten el gozo de juntarse en fe y amor, sobre la base de Jesús, cuya memoria han transmitido los apóstoles (Pedro y Pablo, los evangelistas etc). Cada una expresa y realiza los diversos aspectos del misterio: anuncio de la Palabra y Bautismo, Eucaristía y Perdón de los pecados, Matrimonio y celebración de la Vida, ministerios y servicios fraternos. Las comunidades no son delegaciones de la iglesia-universal, ni partes de un todo superior, sino asambleas autónomas de creyentes que comparten la fe y celebran el amor (eucaristía),  en federación con las restantes del entorno y del mundo, conforme a  la tradición apostólica. Por eso, pueden y deben anunciar la Palabra y celebrar el Misterio, suscitando los ministerios convenientes, conforme al esquema  indicado (don de Jesús, comunión fraterna, servicio a los excluidos del sistema).

            Debemos recuperar la raíz judía y pascual del evangelio, superando el sistema imperial (romano), que se impuso desde antiguo, convirtiendo a las comunidades en una sola iglesia romana, donde todos los asuntos importantes se resuelven desde un vértice administrativo   que habría recibido de Dios el poder pertinente para ello. El sistema imperial había impuesto sobre la república una ideología de unificación militar, propia de tiempos de crisis; cayó aquel imperio, pero ha sido copiado y recreado en forma sagradas por la iglesia de Roma, que ha realizado así grandes servicios culturales. Pero el ciclo de esa iglesia-sistema ha terminado y tenemos que volver a la verdad del evangelio (no a la república romana), de manera que las iglesias puedan presentarse como experiencia y fruto de comunión cristiana.

            Conforme al sistema imperial el mismo Emperador nombraba a sus delegados o funcionarios a lo largo y a lo ancho del imperio. En contra de eso, el modelo de federación o comunión de iglesias  pone de relieve la unión dialogal: los fieles de cada iglesia comparten y resuelven sus problemas; las diversas iglesias se unen en la misma comunión (Cuerpo del Cristo), en diálogo fraterno, para bien de los más pobres. Se suele decir que cada iglesia tiene derecho a unos  ministros que expresen y celebren en ella el Don de Cristo. Ese lenguaje me parece inexacto: no es que cada iglesia tenga derecho, sino que sólo es iglesia verdadera si acoge y expresa, si celebra y expande en forma comunitaria el misterio de fe y comunión de Cristo, nombrando para ello los ministros (obispos, presbíteros) que fueren necesario.

            No es que cada iglesia tenga derecho a que le concedan desde arriba o desde fuera, por condescendencia o control de otra iglesia, unos ministros, sino que ella misma, como expresión de la gracia de Cristo, puede y debe expandir y celebrar la fe y esto implica necesariamente ministerios. La elección y nombramiento de ministros no es asunto de simple democracia, pero la praxis de las iglesias debe ser ejemplo de transparencia participativa y dialogal, pues los ministerios no brotan sólo de un poder horizontal del pueblo (=demo-kracia), sino que de la gracia  Cristo; por eso, cada iglesia nombra a sus ministros desde el de don Cristo y para bien de los excluidos del sistema.

 [1] Cada iglesia es comunidad autónoma y debe resolver sus problemas, incluso los de admisión y ruptura de sus miembros (cf. Mt 18, 15-20). Sólo en casos muy contados ella debe buscar una "suplencia", pidiendo la ayuda de expertos  de fuera, para plantear y resolver algunos temas. Allí donde, como sucede en la actualidad, la suplencia se convierte en norma y los temas principales (ministerios, asuntos organizativos) se resuelven desde una instancia externa o "superior" (obispados, Vaticano), las iglesias dejan de ser lugar de comunión personal directa, para convertirse en delegaciones impersonales de un sistema administrativo. 

[2] Desde ese fondo, la eucaristía, que ha sido señal y presencia de Cristo en el grupo cristiano (entre los puros), debe abrirse hacia los pobres (no creyentes), como expresión del pan multiplicado. Así debemos superar un "ciclo" de eucaristía exclusiva de creyentes puros y retomar la inspiración de Mc, tanto en los relatos de multiplicación (Mc 6, 34-44; 8, 1-9), como en signo del pan en la barca, que no debe estropearse con la levadura del poder-sistema (Herodes) y de la pureza-fariseísmo (Mc 8, 14-21). Perspectiva convergente  en Werbick, Chiesa, 178-203; 251-255; 377-396.

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