María, Libertas populi (Libertad del pueblo). Homenaje al Card. Víctor Fernández
He conocido personalmente y por oficio a los dos prefectos anteriores de la Congregación de la fe: (1) Al Card. Múller, que era signo de un dudoso poder de Dios (=Dios es autoridad de vida en libertad), sobre un pueblo de los sumisos. (2) Al Cardenal Ladaria, signo y portavoz de la Sabiduría universitaria de Dios, gran teólogo, gran persona, pero quizá más para sabios y entendidos (Mt 12, 25-26) que para la gente normal y pequeña de este mundo de gentes sencillas como son los cristianos.
Tras ellos ha venido el Card Víctor Fernández (=Tucho), de la mano del Papa Francisco. No le he tratado personalmente, pero le conozco muy bien, por su entorno de Argentina, y por sus trabajos de colega, compañero, y amigo de buenos compañeros y amigos.
Por él doy gracias a Dios, felicitando a la iglesia católica, por tenerlo de prefecto de la D. de la Fe, como hombre que va abriendo camino de evangelio de libertad, no de poder como Müller, ni de sabiduría universitaria como Ladaria, sino de humanidad liberada por el amor de Dios.
Por eso, culminando mis dos postales anteriores en RD y en FB, he querido reinterpretar el documento del Card. V. Fernández (Mater populi Dei) con el título de "libertas populi", libertad de pueblo, en contra de aquellos que, en diversos medios de poder (con mucho dinero de fondo), siguen atacando de un modo injusto e ignorante al Card. Fernández.
Por él doy gracias a Dios, felicitando a la iglesia católica, por tenerlo de prefecto de la D. de la Fe, como hombre que va abriendo camino de evangelio de libertad, no de poder como Müller, ni de sabiduría universitaria como Ladaria, sino de humanidad liberada por el amor de Dios.
Por eso, culminando mis dos postales anteriores en RD y en FB, he querido reinterpretar el documento del Card. V. Fernández (Mater populi Dei) con el título de "libertas populi", libertad de pueblo, en contra de aquellos que, en diversos medios de poder (con mucho dinero de fondo), siguen atacando de un modo injusto e ignorante al Card. Fernández.
| Xabier Pikaza
Introducción
Este pre-fecto, Card. Fernández, según Mt 11, 25-27, en una línea del evangelio, es un hombre bien instruido en el Reino de Dios nacido el año 1962, es intelectual y hombre de comunión, conocedor de las riquezas y caminos de la iglesia de todos, , que sabe encontrar y sacar del gran “arcón” de la vida cosas antiguas, actuales y nuevas para salvación y plenitud de todo, en la línea del autor del evangelio de Mateo (según Mt 13, 53, al final del capítulo 13, 52 (conclusión del capítulo sobre las parábolas).
Así lo ha mostrado el Card Frnández en su último documento Mater populi fidelis (Madre del pueblo fiel), que he comentado en dos postales anteriores, con la libertad y alegría que me da el sentir que voy su mismo barco de humanidad y de iglesia He sido algo crítico con él en las dos postales anteriores, pero lo he sido porque confío en su buen hacer, porque él mismo me invita a presentar posturas algo distintas a las suyas, para así caminan en sinodalidad, como quiere Mt 11, 25-27, como quería el Papa Francisco, dialogando en la gran ciudad del evangelio y de la Biblia.
En esa línea, con ese convencimiento, pido a Dios para que él (Victor Fernández, y otros como él, desde Buenos Aires o Filipinas y la India, sigan tras él, en su oficio de verdaderos hombres de iglesia que sabe sacar del arcón de Dios que es Cristo. lo antiguo, lo nuevo y lo futuro.
En esa línea, como homenaje de agradecimiento a su saber y a su hacer, retomando el hilo de mis dos postales anteriores sobre María (¡feliz tú porque has creído, Lc 1, 45), publico esta tercer postal teológica y mariana sobre la Virgen como signo y principio de la libertad de los creyentes en Cristo. No quiero que algunos “talibanes” se apoderen del legado y discurso (dis-currir es pensar/correr en caminos convergentes y diversos) del evangelio
MARÍA, LIBERTAD DEL PUEBLO DE DIOS (LIBERTAS POPULI DEI).
En ciertos ambientes pseudo-piadosos de la Iglesia Católica (lobbies con más dinero que inteligencia, con más deseo de poder que experiencia de evangelio) se piensa que la figura y la piedad marianas han de emplearse dentro de la iglesia como un medio de opresión. La presencia de María como "esclava del Señor" ha reforzado la exigencia del sometimiento religioso: los hombres tenemos que inclinarnos ante la voluntad poderosa de Dios, como seres indefensos, dependientes, siempre menores de edad ante el misterio.
Se dice que María ha reforzado también la estructura sexista de la iglesia, para mantener a la mujer sometida, en una peana alta… para que no influya en la vida concreta de la sociedad y de la Iglesia. Así quiere que ella que brille como reina muy querida, en nivel de belleza y corazón, de transparencia y de ternura; precisamente por eso debe hallarse resguardada, dentro de un hogar, y protegida, mientras los varones son los que deciden por sí mismos la marcha de este mundo.
En esa línea, ella puede interpretarse como signo de la división social; ella pertenece a las clases más humildes de la tierra, a los pequeños labradores o artesanos; ha realizado su camino de santidad viviendo entre los pobres, sin proclamar jamás de verdad su programa de vida que es el Magníficat (Lc 1, 46-55)
En contra de esa línea de “sumisión” eclesial, que estaría representada por María, pienso que ella no puede ser manipulada al servicio de las clases o grupos opresores, ni al servicio de un tipo de anti-feminismo eclesial o no eclesial. Desde ese fondo he de comenzar formulando dos pequeñas observaciones:
1) La presentación bíblica de María como sierva no puede utilizarse para favorecer ningún tipo de opresión interhumana, sino todo lo contrario: Ella es, como mujer (como persona) e incluso como madre signo original de libertad.
2) La figura y mensaje de María no se puede interpretar en categorías de poder eclesial, de clericalismo teológico, social sacramental. En contra de eso, ella ofrece el testimonio de una reconciliación mesiánica que es signo de la gracia de Dios, una reconciliación en libertad y diálogo, al servicio de la vida de todos, especialmente de los más oprimidos, tal como viene a explicitarse por medio del evangelio de Jesús su hijo, que es para los cristianos el Cristo.
3 María puede y deber signo de un tipo nuevo de clérigos hermanos, amigos… que forman parte del pueblo de Dios, en libertad, libertas populi Dei, en Cristo… es decir, de unos ministerio que no sean poder, ni riqueza, ni autoridad de unos sobre otros, conforme al programa sinodal del Papa Francisco. O María forma parte del proyecto de sinodalidad de Francisco (es decir, de Cristo) o ella pierde sentido y lugar en la iglesia que está naciendo
En esta perspectiva queremos releer y analizar los textos del NT que presentan a María en el espacio semántico de sierva: esclava, servidora, humilde... Partiendo de ellos estudiamos eso que podríamos llamar la inversión significativa del concepto: así pasamos de servicio a libertad, de sometimiento a autonomía, de lucha violenta a fraternidad, etc. María viene a presentarse ante nosotros como signo de ese "proceso de liberación" que ha realizado Jesucristo, el siervo por excelencia, conforme a Flp 2,6-11. Como Cristo es siervo victorioso que ha ofrecido la gracia y plenitud para los hombres liberados, así María es sierva creadora: es la persona que, aceptando su propia realidad de creatura y desplegando el potencial de gracia que Dios le ha regalado, viene a presentarse como principio y modelo de liberación para los hombres.
María creyente con el pueblo de Dios, no poder materno sobre el pueblo.
Una visión generalizada define libertad como independencia respecto a todo influjo exterior y como autorrealización del propio sujeto; en el fondo, sólo es libre el viviente capaz de crearse a sí mismo, en una especie de movimiento inmanente, sin dependencias o influjos exteriores. Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar que el hombre (=ser humano) es libre en la medida en que, acogiendo la palabra de Dios (su mismo ser) y la palabra de los otros, en comunicación con ellos, puede y debe vivir en autonomía, consciente de sí, a través de una opción que va explicitando con los años.
En esta perspectiva se comprende la libertad de María: ella escucha la palabra de Dios, asiente desde dentro y dice: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc/01/38). Éste es el testimonio más preciso y más profundo de realización en libertad que hallamos en toda la Escritura (al lado de Jesús).
Dios se desvela ante María como palabra, por medio del Espíritu Santo. No es necesidad cósmica, ni es imposición biológica, ni siquiera es el destino de la vida. Dios es la palabra que saluda, le invita a responder en libertad y, al mismo tiempo, le sosiega; es la palabra que promete, explica y pide colaboración (/Lc/01/28-36); por eso habla sin imponerse, ilumina sin deslumbrar, actúa sin doblegar la voluntad del que le acoge. En el fondo, podemos definir a Dios como aquel principio personal de vida (Padre) que nos capacita para decidirnos y realizarnos como libres. En el fondo, lo que llamamos Dios es la experiencia radical de nuestra propia libertad potenciada, habitada, por el amor, en relación con los demás.
Dios actúa en el hombre como Espíritu, no como un poder o destino biológico que pueda situarse en el nivel de los agentes materiales o aun humanos que determina la concepción y gravidanza de una mujer. Precisamente como Espíritu, vida superior, fundamentante y creadora influye Dios y actúa por medio de María (Lc 1,35; Mt 1,18-21). Pues bien, como Pablo ha descubierto, "allí donde está el Espíritu del Señor está la libertad" (/2Co/03/17): Dios actúa liberando al hombre, Dios le capacita para realizarse libremente sin imposiciones exteriores de carácter opresor.
María es, desde esta perspectiva, la mujer que libremente acepta su condición de persona, mujer que no está dominada por de ningún varón, ni siquiera de unos hijos, y que, sin embargo, precisamente por eso, porque es libre, puede dialogar con un varón, con otros seres humanos, poniéndose libremente al servicio de amigos, compañeros e hijos… María es la mujer que puede decirle a Dios (y decirse a sí misma) que quiere y puede concebir (ser madre), pero en libertad, en comunicación de vida, siendo ella misma. Es mujer “empoderada” por Dios, en sí misma, no es sierva de nadie (en el sentido normal de ese término).
En esta perspectiva se sitúa su respuesta de María, cuando dice que es "la sierva del Señor". Bíblicamente, “siervo de…” no es un sometido, en sentido sociológico, jurídico, ni siquiera religioso…. Sino un colaborador, una especie de ministro plenipotenciario, un portavoz, un amigo, como Eliezer de Damasco, siero/ministro plenipotenciario de Abraham.
En esa línea. María se dice sierva de Dios porque ha escuchado su palabra, libremente, porque se ha descubierto fundamentada y potenciada por un Dios que la respeta en forma plena. Sólo por eso ella se entrega, en gesto de amor, en actitud de alianza, en manos de Dios, para colaborar con él. Porque sabe que Dios ha enriquecido gratuitamente su vida, ella le puede responder en actitud de gracia, ofreciéndole su colaboración (éste es el tema de fondo de Lc 1, 26-38.
Ser sierva, significa aquí, ser “responsable”, capaz de responder, de compartir, de dialogar, de colaborar, de ser presencia de dios en la tierra. En ese sentido, en todo el AT, “siervo” tiene el sentido de “ministro”, el que “realiza un ministerio”, sea “ministro del rey” (de un gobierno) o ministro de una Iglesia (papa, obispo…etc.). Aquel que tiene capacidad de actuar, de realizar una obra, de realizarse a sí mismo, en medio de un mundo complejo, como el que aparece, por ejemplo, en los poemas del 2º Isaías.
De esta forma cesa la dialéctica del amo y el siervo (del jerarca que manda y del dominado que se somete, ominado, como dice Gal 3, 28). Ni Dios es amo que se impone por la fuerza, ni María esclava que no tiene más remedio que entregarse a sus caprichos o mandatos posesivos. Dios es amigo que la potencia y fundamenta con su misma palabra de respeto (con su Espíritu); y María viene a desvelarse al mismo tiempo como amiga que recibe todo lo que tiene, lo hace propio y propiamente (de manera libre) puede realizarlo. Precisamente por eso, porque nadie la obliga, ella afirma que se ofrece como sierva.
En esta línea comprendemos la creatividad de María. Diciéndose a sí misma, esto es, pronunciando su palabra más profunda, ella permite que Dios mismo actualice su Palabra a través de ella. Precisamente en esta transparencia, donde la voluntad de Dios se hace voluntad de María y el amor de María es presencia plena del amor de Dios, se encarna el Hijo Jesucristo. Sólo allí donde Dios ha hecho posible que María le responda de manera personal, profunda y libre puede explicitarse (o encarnarse) su misterio de amor sobre la tierra.
Nos hallamos en el centro de eso que pudiéramos llamar la paradoja del libre y el esclavo: sólo aquel que es libre puede decir humanamente "soy tu esclavo", en actitud confiada, creadora, agradecida. María se pone totalmente en las manos de Dios como sierva, porque se descubre en Dios perfectamente libre; así realiza su obra más perfecta, es creadora de sí misma.
Ésta es la vinculación del amor que se expresa en las palabras del Magníficat: "porque ha mirado la pequeñez de su sierva (de su colaboradora, de su co-redentora)..., ha hecho en mí cosas grandes aquel que es Poderoso" (/Lc/01/48-49). Dios que es palabra que dice (se dice) viene a presentarse, según el Magnifica (ha miradao la pequeñez de su sierva…) como en mirada misericordiosa, mirada amiga, palabra creadora.
Dios es mirada misericordiosa porque se ha fijado en la pequeñez (tapeinosis) de María para levantarla. Es amiga porque contempla sin juzgar ni dominar sin imponer ni doblegar. Es creadora porque la transforma y engrandece, de tal forma que "de ahora en adelante me felicitarán todas las generaciones" (Lc 1,48).
La creación se ha convertido de esa manera en cruce y fecundación de miradas. Ha fijado Dios sus ojos en María, poniendo en ella su fuerza y su ternura Conforme a una experiencia que después ha transmitido Juan de la Cruz: "Cuando tú me mirabas / su gracia en mí tus ojos imprimían" (Cántico espiritual).
María se descubre así mirada, transformada, enriquecida, valorada y liberada por la gracia de unos ojos que no juzgan ni escudriñan ni condenan, sino que animan, dan vida, irradian amor, invitan a colaborar. Ella se sitúa precisamente en el extremo opuesto de eso que una fenomenología de la mirada ha creído descubrir en la presencia de unos ojos siempre vigilantes que destruyen la autonomía y libertad humanas (Sartre). María descubre su valor porque la miran y gozosamente exclama: "se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (Lc 1,47).
Esta mirada de Dios desvela su grandeza creadora: no se cierra en sí para mirarse sin cesar en círculo inmanente; ha creado a los hombres para poder mirarles y complacerse en ellos, con el gozo de un creador y un padre amigo que se alegra en sus propias creaciones. Pues bien, María ya no tiene que esconderse en el jardín, como los hombres han hecho descubriendo la vergüenza de su desnudez pecadora, desde Adán y Eva (cf /Gn/03/07-11); no tiene que poner un velo sobre el rostro, ante los ojos como han hecho los judíos, ante el Dios del miedo que parece hablarles sólo en un lenguaje de terror y muerte (cf2Cor 3,13; cita de Éx 34 33.35); no tiene que cubrirse la cabeza como deberán hacer más tarde las mujeres de Corinto, que retornan a un estadio pre-mesiánico de discriminación y miedo ante el misterio (cf. Cor 11,2-16). María mantiene la mirada, y manteniéndola, en un gesto de amor y transparencia, responde ante el misterio de Dios diciendo en plena libertad: "He aquí la sierva del Señor" (Lc 1,38).
Al llegar a este nivel de la mirada, superamos la dialéctica del amo y de la esclava: el amo mira para dominar, de arriba hacia abajo poseyendo en el deseo a la persona que hace objeto de su mirada. Dios ya no domina ni posee. Precisamente porque es Dios y no un pequeño diosecillo, aprendiz de dictador, puede mirar sin opresión ni dictadura. Estos ojos de Dios son el misterio del amor que crea. Por eso, María ha respondido, sosteniendo la mirada: "ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso" (Lc 1,49). En esa línea, algunos padres de la Iglesia afirmaban que María había concebido (había sido portadora de vida) a través de la mirada, evidentemente, sin negar los otros planos de la vida en plenitud, de la vida como carne, en el sentido radical de Jn 1, 14: Dios se ha hecho carne humana por la carne-carne de María, en relación con José, su desposado, etc.
Dios hace las cosas con la mirada de su amor, como nuevamente sabe Juan de la Cruz: "yéndolos mirando, / con sola su ternura, / vestidos los dejó de hermosura" (Cántico espiritual Por eso, cuando dice: "Dios ha hecho en mí cosas grandes", ella confiesa: Dios me hace ser y yo soy por la acción de su mirada; Dios me despierta a la vida y yo puedo despertar, reconocerme y responderle.
Desde esta mirada-acción de Dios surge María como persona creada: surge totalmente de Dios para ser ella misma de una forma plena; Dios la deja en manos de su propia libertad, deja que ella se asuma a sí misma, se reconozca como libre y le responda, colaborando en la propia tarea mesiánica del surgimiento de su Hijo sobre el mundo. Salvadas todas las distancias, debemos afirmar que aquí se ha repetido el mismo esquema que encontramos ya en el paraíso.
Allí Adán se encuentra solo y no tiene una "ayuda semejante", una persona con quien pueda dialogar, confiándole su propia palabra, hasta la creación de Eva (Gén 2,17). Pues bien, de manera semejante, Dios se encuentra solo entre su creación hasta que puede dialogar con María, hallando en ella una colaboradora que, en algún sentido, es "carne de su carne y hueso de sus huesos" (cf. Gén2,23); ella es ahora su "imagen y semejanza" (Gén 1,26); con ella puede dialogar para la realización de su misterio sobre el mundo.
Éste es, a mi juicio, el sentido más profundo del relato de la anunciación (Lc 1, 26-38). El Dios que de nada necesita, ha querido necesitar de María para realizar humanamente (divinamente) la encarnación de su Hijo. Por eso, si la terminología del amo y del esclavo nos valiera, Dios mismo se vuelve "esclavo de María", llama a la puerta de su vida, espera su respuesta. Sin duda alguna, esta manera de hablar sobre Dios y María constituye un símbolo, pero no es un símbolo que pueda tomarse como secundario o reducirse luego al plano del lenguaje conceptual. Ésta es la expresión originaria del misterio. Es la expresión del Dios que habiendo creado seres libres viene a comportarse en libertad con ellos, en respeto y reverencia. Es la expresión del ser humano que, siendo creatura libre, mantiene y explicita su libertad precisamente frente a Dios.
No existe verdadera libertad en los hombres entre los hombres, si ellos no son librea frente a Dios (ante Dios, en sí mismo…). Sólo libremente podemos ser y relacionarnos unos con otros…. No podemos romper y superar la dialéctica del amo y del esclavo. Si Dios continuara actuando como un amo que impone su deseo sin pedir colaboración ni esperar nuestra respuesta…. Seriamos esclavos suyos, y podríamos esclavos unos de otros. La experiencia de Dios, tal como viene a expresarse en el relato de la anunciación de María, es la experiencia de la suprema libertad ente Dios y con Dios, en la línea de Gal 3, 28, el himno de la libertad de Dios en los hombres y con los hombres….
He dicho libertad suprema e infinita porque sólo Dios es infinito y absoluto, en el sentido de que vive desde el fondo de sí mismo, haciéndose presente, en comunión con los hombre. En esa línea, de esa manera, Mría viene concebirse y presentarse como libre en Dios, ante Dios y con Dios. Pues bien, desde el fondo de esa dependencia (como sierva), María puede decir y ha dicho su palabra de suprema independencia y libertad, una palabra que Dios mismo necesita para encarnarse sobre el mundo y para realizar su obra salvadora. De esta forma se han unido libertad y gracia. María es la agraciada de Dios (cf. Lc 1,28) y sólo como tal, gratuitamente, puede responder y realizarse como libre.
Su libertad se define así como autonomía para colaborar en el misterio creador de Dios, que culmina su obra encarnándose en el mundo que ha creado. Esa libertad de María no es indiferencia para el bien y para el mal, para la colaboración y el rechazo, como algunas veces se ha supuesto en la línea de la escuela teológica de Luis de Molina, autor clave en la controversia del siglo XVI sobre la colaboración de Dios y de los hombres.
María es libre porque puede asumir como propio el plan de Dios, el sentido y esperanza de la vida, en comunión con José, su desposado. Así lo asume y de esa forma se realiza, respondiendo gratuitamente a la gracia y colaborando con ella. En ese sentido, de un modo muy profundo, podríamos decir que ella posee y despliega la misma libertad de Dios, en creada, hecha persona dentro de la historia.
- María mujer: persona liberada
La Visión de la mujer dentro de la biblia está profundamente determinada por la maldición del paraíso: «Sufrirás en tu preñez y parirás hijos con dolor; necesitarás a tu marido y él te dominará" (Gn/03/16). Ésta es la condición de sometimiento de la mujer tras el pecado, el signo más sangrante de la “caída” histórica de la humanidad, conforme a la visión de Génesis 3.
De hecho, históricamente, en contra de la voluntad original de Dios, la mujer se ha convertido una sierva del varón: lo anhela y necesita como madre que quiere un hijo, que desea una descendencia suya (como en situación de “celo”, una situación por la que se puede sentir sexual y socialmente dominada por el “macho.”, en contra de la voluntad de Dios.
En esa línea, en un contexto de “pecado”, conforme a la visión del Génsis, la mujer empieza siendo sierva del varón/esposo y termina siendo servidora del hijo: lo gesta en inquietud, lo pare en sufrimiento, lo educa en temor, puesto que un día el hijo crece y termina dominando a su misma madre, conforme al mito mesopotamio de Marduk que tiene que matar a Tiamat, su madre, para sentirse libre.
No ha hecho falta que la crisis feminista nos descubra este pecado, la biblia lo sabía desde antiguo. Pero lo que nosotros, ordinariamente, no hemos sabido es que la misma biblia nos presenta un modelo de liberación de la mujer por medio de María, una mujer que no es sierva/esclava de Dios, sino colaboradora; una mujer que no es sierva/esclava de su de su desposado/ marido, ni sierva de su hijo Jesús.
José, Desde el s. II d.C., partiendo de Justino de Siquem/Roma y de Ireneo de Lyon, los padres de la iglesia han destacado la antítesis que existe entre Eva, mujer-sometida a Adam (mujer esclava de su deseo sexual), y María, la mujer agraciada-liberada, libre ante José, libre ante Jesús, su hijo…
María, la sierva Doulê del Señor Dios (Lc 1, 38.48), viene a descubrirse como libre ante el marido y libre de manera especial ante su hijo Jesucristoe s decir, en Cristo y con Cristo. Lc 1
El evangelio la presenta antes que nada como virgen, parthenos (Lc 1, 27), en el sentido de, párthenos, persona libre, compañera, en una comunidad que podríamos llamar Parthenia, lugar o iglesia de personas liberadas, todas libres, autónomas en amor. Esa palabra (parthenos, Virgen). Esta palabra incluye diferentes matices, muchas veces discutidos y que ahora no podemos precisar con más detalla. Aquí sólo queremos indicar su significado en relación con María, mujer joven a la que presenta como persona libre, dueña de sí misma, dialogando con Dios, de libertad a libertad, de persona a persona.
María virgen, virginidad como libertad
La virginidad es precisamente expresión de libertad personal, de autonomía, como ahora mostraremos. En ese sentido radical (evangélico) la virginidad no es un tipo de condición sexual negativa, una condición biológica (de tipo físico). Quedarse en ese plano (prius ventre quam mente, en contra de la gran tradición teológica) me parece simplemente vergonzoso), simplemente reactivo, reduccionista, contrario a princpiode encarnacion, tal como aparece en Jn 1, 14 (y en el fondo de Gal 3, 28 y 4, 1-2).
- En primer lugar, parthenos, virgen, es una mujer sexual y humanamente ya madura. No es niña que crece y que no tiene todavía la experiencia de vida y madurez del propio cuerpo; no es niña que juega y va aprendiendo, mientras deja que el curso de su vida lo decidan y lo fijen otros. Virgen es aquella mujer que ha madurado, descubriendo de forma experiencial la vida de su cuerpo (cf. Gén 3,20) y sabiendo que ella misma es la que debe decidir sobre esa vida en libertad en diálogo con Dios y con los otros seres humanos, desde sí misma
- En esa línea, en segundo lugar, parthenos es una mujer que actúa como dueña de sí misma. No se define simplemente como objeto de deseo para el macho, conforma a la limitación y condena de Gén 3,16; tampoco se limita a desplegarse como vientre-pechos para el hijo conforme a la palabra popular de Lc 11, 27 (y a un tipo de matriarcado de cuerpo, no de vida entera). Al presentarse como virgen, la mujer trasciende el plano de la vitalidad sexual, biológica….(cf. Gén 3,20), entendida como relación con el marido y con los hijos. María Parthenos es más que una función reproductora, al servicio del deseo del varón y de la vida de su prole. María parthenos empieza a ser ella misma, con un nombre propio (No temas María, Μὴ φοβοῦ, Μαριάμ·, le dice el ángel de Dios: Lc 1 34),. María es libertad personal ante Dios, con una personalidad irrepetible, con su propia identidad ante Dios . En esta perspectiva nos sitúa el término de virgen en Mt/01/23 y Lc/01/27.
- Pero María es una virgen desposada (Lc 1,27), es decir, vinculada a otros y con otros, no Virgo Potens, Virgen potente, en el sentido negativo de ese término, como las mujeres guerreras, amazonas, mata-hombres de la literatura castellana del siglo XV. No es la virgen miedosa, de ciertas neurosis, que se mantiene en soledad por miedo hacia un marido; no es tampoco la virgen egoísta, que prefiere hacer la vida a solas, sin tener que compartirla con otros en el camino (como Luis de León, poeta al final solitario, reprimido, que se define diciendo: Vivir quiero conmigo, a solas, sin testigo, libre de amor, de celos, de odio, de esperanzas, de recelos).
No es la virgen miedosa, medrosa, melindrosa, de ciertas leyendas, ni virgen dura de otras,, que se mantiene independiente por despecho o por rechazo, para oprimir mejor a los varones; no es, finalmente, la virgen amazona, defensora violenta de su libertad, que combate a los varones opresores (como la Serrana de Gargantaa la Olla de Extremadura). Ella es virgen desposada, es decir, abierta al diálogo con un varón, llamado José, con quien proyecta compartir su vida.
Esto significa que María se ha situado en el camino de Israel: ha nacido a la libertad y como mujer libre pretende comprometerse con un varón, en el camino mesiánico de las promesas patriarcales, ligadas precisamente al matrimonio y a la descendencia. No es una virgen lesbiana, que rechaza como desagradable o negativa (para ella) la relación genital con un varón. Tampoco es virgen vestal, que haya decidido consagrar su castidad a Dios, como sacerdotisa de un culto que prohíbe las uniones sexuales de la tierra. María es virgen desposada: se sabe dueña de sí misma y, como tal, ha decidido compartir con un varón el camino de su vida, conforme a la palabra más sagrada del AT.
Pues bien, desde el fondo de esa decisión le ha salido al encuentro la palabra creadora de Dios, elevándola para un nivel más alto de compromiso esposan, de comunidad de casa y de maternidad. Este Dios de Lc 1 Dios no habla en este plano a una casada, que ha realizado ya su opción afectiva dentro de un matrimonio consolidado, aunque ese matrimonio fuera estéril, como en el caso de Isabel y Zacarías (cfLc 1,5-25). Tampoco sale al encuentro de una virgen vacilante, que no sabe cómo responder con su virginidad ni cómo comprometerse.
Dios habla al corazón de una "virgen desposada", introduciéndose en el ámbito de su decisión y liberándola para un tipo de compromiso superior, que será único en la historia de la humanidad. Lucas y Mateo nos presentan, con gran delicadeza y sobriedad, los elementos fundamentales de este compromiso superior de María. Ella puede realizarlo porque es virgen desposada: porque es dueña de sí misma y se halla abierta hacia el misterio del amor que es espacio de surgimiento de la vida. Precisamente en ese espacio le habla Dios y ella le responde de manera afirmativa, "concibiendo por la fe al mismo Hijo de Dios", como ha destacado sin cesar la tradición cristiana; ella ha concebido "por la palabra", es decir, en plena libertad, como persona que escucha y que responde en nivel de totalidad personal y no sólo en un plano de ideas.
Desde este momento, por intervención especial del Espíritu de Dios que ella asume libremente, María se convierte en virgen mesiánica, en madre creyente del salvador de los hombres (cf. Mt 1,23; Lc 1,31-35).María es virgen en todo este proceso, en un camino donde, de manera algo convencional, pueden distinguirse tres momentos.
- 1. Es virgen desposada: porque es dueña de sí y se encuentra abierta al misterio de la vida, en plano israelita.
- Es virgen creyente (cf. Lc 1,45): porque acepta la palabra de Dios y a partir de ella concibe a su hijo Jesucristo.
- Es, en fin, virgen cristiana: porque vive plenamente desde el Cristo que ha engendrado y sólo desde Cristo realiza (define) su existencia. En esta última perspectiva, ella se sigue presentando como persona liberada que supera la doble "esclavitud" que señalaba para la mujer el texto ya citado de Gén 3,16.
María no se define ya como mujer poseída por el deseo de un varón que la domina. Ella tiene vida propia, tiene su misterio, en libertad para el amos y la palabra. Por eso puede quedar en silencio respetuoso ante el varón que no la entiende (Mt 1, 18-25) . De esta forma se invierten los papeles ordinarios de la historia. Normalmente es el varón el que domina y la mujer, de hallarse dominada, debe darle explicaciones.
María no tiene ya que dar explicaciones ni se debe justificar ante un marido desconfiado o celoso. Ella tiene su su libertad (cf. Lc 1,26-38) y lo mantiene. Ahora es el marido (en este caso el prometido José, Mt 1,18-25) ) quien debe recorrer el camino de la fe respecto de su esposa: debe confiar en ella y aceptarla en ámbito de Espíritu, dentro de una línea superior de intervención de Dios y de dignidad femenina (cf. Mt 1,18-25).
La providencia evangélica ha querido que junto a la anunciación de María (Lc 1,26-38) se conserve la conversión esponsal del varón (cf Mt 1,18-25). José, el heredero de la promesa de David (cf Mt 1,20), debe superar el plano de los celos, el nivel de carne (cf. Rom 1,3-4), para asumir el camino creyente de María. Sólo en ese nuevo espacio de la fe compartida de María y de José, enriquecido por la fuerza del Espíritu (cf Mt 1,20), se unirán los dos en matrimonio virginal, al servicio de la vida mesiánica del Cristo que nace de la fe María, enriquecida por el amor esponsal de José (como ha puesto de relieve el Papa Francisco (Patris Corde 2020).
En este aspecto, la libertad virginal de María, a la que ya hemos aludido, resulta inseparable de la decisión y acompañamiento virginal de José, que recibe como don de Dios a la madre con el niño (cf. Mt 1,24), recorriendo con ellos un camino de solidaridad esponsal libre y creyente. Es claro, según esto, que María ha dejado de ser la sierva ansiosa y dominada de un marido, como parecía exigir Gén 3,16.
María tampoco se define ya como dominada por el dolor del hijo (o de los hijos), en contra del mismo Gén 3,16. Ciertamente, ese dolor existe, como ha resaltado Lc 2,34-35; pero se trata de un dolor liberador que ella asume libremente, como espacio de maduración, al servicio de los hombres. Algunas feministas con escasa sensibilidad para el símbolo cristiano han rechazado la figura de María porque dicen que ella es la mujer-madre sometida al hijo varón al que debe acabar adorando. En contra de eso, María no está sometida a un varón, ni siquiera a su hijo, sino que responde a Dios libremente, poniéndose en libertad al servicio del despliegue de la vida sobre el mundo (seguirá)
(Texto reelaborado a partir de Xabier Pikaza, Libertad, en S, de Fiores, S. Meo y Eliseo Tourón, Diccionario de Mariología, Paulinas, Madrid 1988, págs.