24.9.25. Virgen de Merced en Gaza: La espada de Cristo cautivo atraviesa su alma (Lc 2, 35).

Gaza está entre Israel y Egipto. Allá en Egipto, hace unos 3.000 años gritaban, sufrían y morían los israelitas/hebreos, pobres, altivos y levantiscos, un peligro para el Faraón de Egipto, pues crecían, se vengaban y en pocos años podían tomar el poder de Egipto y expulsar a los faraones. Por eso, el Faraón decidió oprimirles, matarles poco a poco, exterminando de un modo especial a los niños: ¡Que no nacieran, que les mataran uno a uno, echándoles al Nilo

[10 Noviembre] Situación de la Iglesia Católica en Gaza – P. Gabriel ...

El Faraón tenía la razón: No se podía vivir con aquellos israelitas/hebreos altivos, terroristas. Había que eliminarles, expulsarles, matar a sus niños. En la biblioteca de Tell-Amarna se han encontrado las cartas y documentos del Faraón, “razonando” los hechos ante todas las cortes del mundo, desde Fenicia y Siria a Babilonia: No había más remedio que exterminar a los hebreos/israelitas por el bien del mundo civilizado, del buen orden, la cultura, la buena riqueza: Nadie puede vivir con miles de hebreos levantiscos en el patio de la casa de las Pirámides.

Basilica of Mercy in Barcelona

Pero la Biblia de los hebreos cuenta la historia desde otra perspectiva, diciendo que el Faraón era opresor, los egipcios sanguinarios y que, por encima de este mundo, estaba el Dios verdadero, Yahvé, que había escuchado el grito de los hebreos, que había sentido su dolor como espada en el alma y que venía a liberarles. Este es el argumento hebreo de la Biblia, y así se cuenta en el libro del Éxodo, que trata precisamente de la liberación de los israelitas.

Conforme a la razón política de todas las cancillerías del mundo, como dicen los documentos de Tell Amarna, el Faraón tenía razón, no se podía vivir con aquellos israelitas sanguinarios en el patio de la casa. Pero los israelitas rompieron el cerco del faraón, lograron salvar a sus niños (empezando por Moisés y su hermana Mrian)… Ciertamente, las cosas eran complejas en tiempo del Faraón y Moisés, lo mismo que en tiempos de Jesús y su Madre María/Myrian. Había entonces Faraón, hoy hay Faraón…, hay dolor, hay espada…

Destruida por el ejército de Israel, la iglesia ortodoxa más antigua de ...

Así cuenta hoy la historia un sabio llamado Simeón, el segundo hijo de Israel, dirigiéndose a Myriam/María, la madre de Jesús de Nazaret, hebreo perseguido que tuvo que ser llevado de la tierra de Israel, por la franja de Gaza hacia Egipto, según cuenta el evangelio de Mateo (Mt 2). Esto le dice Simeón, el patriarca “israelita”. a María, madre de Jesús, a la que voy a presentar ahora, como Virgen de la Merced en Gaza,  en su día, 24.9.25, comentando el evangelio de Lc 2, 35: Una espada atravesará tu corazón, para que se manifieste el pensamiento, el dolor y la opresión de todos los cautivos, oprimidos, condenados   a la muerte en vida.

    Esta víspera de la Merced (23.9.25) ha sido día de gran opresión, cautiverio y llanto en Gaza, con más de 60.000 muertos,  por razones que políticamente interpretan de modos distintos, muchos judíos, muchos gentiles, como decía Pablo en Gal 3, 28. Este mismo día, 23.9.25 han discutido en la ONU de Nueva York más de cien presidentes reyes del mundo,  para dictaminar si los cautivos de Gaza son inocentes o culpables, si hay que darles un Estado propio o dejarles morir bajo las bombas y ruinas de Gaza…

          Políticamente se han dado respuestas diversas,  según el dinero y poder de unos y otros, según la forma en que entiendan el sentido de aquella “franja” de tierra de Gaza, como campo de concentración o  campo de refugiados, como “resort/vivienda” de millonarios o como morienda/basurero de condenados a muerte.

    No quiero entrar en el tema político… sino sólo presentar y comentar el evangelio de Lc 2, 25-35 que se ha leído, escuchado, predicado muchas veces, en cientos de años, por las fiestas de la Merced.

   Mi reflexión será sobria,   en la línea de unos argumentos que he desarrollado  muchos días de fiesta de la Merced. A todos los amigos y hermanos de la Merced deseamos Mabel y yo un gran día de fiesta… para los cautivos de Gaza deseamos libertad. Con todos ellos, por todos ellos, una oración de paz, un compromiso de libertad,  con la espada del dolor de la madre, con su esperanza y tarea de libertad.

The good story of the church and the mosque in old Gaza city. - simply ...

EVAGNGELIO. LAA ESPADA DE MARÍA Lc 2, 25-35

25Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. 26Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. 27Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, 28 Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

29«Ahora, Señor, según tu promesa,   puedes dejar a tu siervo irse en paz.30 Porque mis ojos han visto a tu Salvador,31a quien has presentado ante todos los pueblos:32luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel»

(Lc 2, 2 -35).

Esta escena vincula dos ritos del AT que en tiempos de la iglesia parecían superados por el evangelio. Pero Lucas piensa que ambos se han cumplido de manera plena en Cristo y en María. Por eso los vincula y presenta como importante de la encarnación de Dios en el dolor y guerra de Dios entre los hombres [1]. Antes que guerra de pueblos contra pueblos (Mc 13), antes que guerra de Israel contra las naciones, ésta es la guerra de vida y crecimiento, de dolor  y espada en el corazón de los hombres

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Cuando llegaron los días de purificación de ellos (katharismou autôn), es decir, de la madre y del hijo, llevaron al niño a Jerusalén, para presentarlo ante el Señor (Lc 2, 22; cf. Gál 4, 4, nacido de mujer, nacido bajo la ley). Suele decirse que este pasaje está equivocado, pues la ley sólo habla de purificación de la mujer tras el parto, mientras aquí hallamos la purificación madre e hijo. Pero el evangelio de Lucas ha querido hablar de una purificación (katharismos) en dos personas, madre e hijo:

 - Purificación de la madre pues, conforme a Lev 12, 1-8, había quedado impura por la sangre del parto. Pasado el tiempo de peligro (cuarenta días por el niño, ochenta por la niña), ella debía presentarse ante el Señor, ofreciendo un sacrificio (de cordero o de pichones). Sólo así, en dolor de sangre, ratifica ella su maternidad y presentaba ante Dios el sacrificio de su vida. Esto era ser madre: habitar en un dolor fecundo, dar la propia sangre por (con) el hijo.

- Purificación u ofrenda del primogénito varón que, conforme a ley antigua (cf. Ex 13, 1-2.11-16), pertenece en exclusiva a Dios, es santo. Por eso, a fin de que pueda vivir en Dios y en humanidad sobre la tierra, los padres deben rescatarlo, ofreciendo en su lugar un sacrificio (cf Gen 22). Como primogénito que abre la matriz de vida de María (Lc 2, 23; Ex 13, 2), Jesús es santo, pertenece a Dios; por eso hay que ofrecerlo ante su altar, en gesto de donación de vida.

- Espada del alma de Dios, del alma de María. Nace Dios e iniciando su camino asume cumple (ratifica y supera) antiguos ritos de sangre. Los padres de Jesús sacrifican, según ley, en lugar del cordero de los ricos unas tórtolas de pobre, compradas para ello, señalando de esa forma que su misma vida humana ha de entenderse como ofrenda que se eleva al Dios de vida. También su madre ofrece con Jesús (por Jesús) el signo de la sangre que ella ha derramado en su alumbramiento.

Parece que estamos inmersos en un mundo de muertes y sangres. El signo externo de las palomas y de la ofrenda del templo pasa (pierde su sentido), pero queda y se pone en el primer plano el signo del dolor de la madre, que ha cantado en el Magníficat su alegría de alma y espíritu (ἡ ψυχή μου, τὸ πνεῦμά μου, Lc 1, 46) ante el Kyrios). Pues bien, esa alegría y gozo de alma y espíritu de la Madre María (Israel, iglesia) resulta inseparable de su dolor de alma, traspasado por la espada del Cristo que comparte el sufrimiento de los hombres (καὶ σοῦ δὲ αὐτῆς τὴν ψυχὴν διελεύσεται ῥομφαία, Lc 2, 35).

 Madre y niño aparecen de esa forma entrelazados en un mismo signo de doble purificación u ofrenda. El texto sabe que el padre José se encuentra allí,  Como servidor de la vida materno/filial, como protector y garante de la fértil fragilidad del niño y de su madre, pero el texto le deja pronto a un lado y enfoca la atención hacia un anciano llamado Simeón (cf. Lc 2, 25-32).

Por su forma de habitar en el templo y de bendecir  a la madre con el niño  (cf. Lucas 2, 27-28), Simeón parece sacerdote, pero su manera de acoger la palabra del Espíritu Santo, esperando al mesías (cf 2, 25-26), le hace profeta. Por su nombre es un patriarca, representante del principio israelita (uno de los Doce de Jacob). Parece sacerdote, actúa como profeta, lleva nombre de patriarca, pero el texto no ha creído necesario precisar su identidad y le introduce simplemente como anthropos, un israelita justo y piadoso, que mantiene y despliega su vida en actitud de esperanza mesiánica. No tiene más tarea que aguardar la llegada del Cristo: esperar es toda su existencia (2, 26).

Madre e Hijo han cumplido según ley los sacrificios de sangre (2, 27) y así lo ratifica anciano Simeón, de quien en principio no se dice nada pues, conforme a la visión del Lucas evangelista, vive tan sólo para desplegar su sacrificio de esperanza. Nada le mantiene atado al mundo antiguo que termina; no tiene cosa que defender, ni ley que cumplir, ni patrimonio social o familiar que mantener. Es un israelita a quien sostiene sólo en vida la promesa del mesías. Así  Toma al niño en brazos y canta la más bella canción de despedida: Ahora, Señor, puedes

dejar a tu siervo irse en paz...,

  1. porque han visto mis ojos tu Salvación,
  2. luz para revelación de los gentiles
  3. y gloria de tu pueblo Israel (Lc 2, 29-32)

Esta es una confesión de muerte y esperanza del pueblo de Israel. Al decir a Dios que quiere (puede) morir, Simeón hace suya la historia del pueblo de la alianza: Ha cumplido su tarea de vigía mesiánico, ha mantenido por siglos (milenios) la espera y por fin ha visto y ha palpado al portador de la salvación que es gloria de Israel y revelación, luz para los gentiles, cumplimiento de la esperanza universal judía.

Todo final es muerte y Simeón lo sabe, está dispuesto a morir, sabiendo que esa muerte (la del Cristo, la suya como israelita) es para bien/luz de los gentiles y gloria de Israel (las dos cosas en una, los dos bienes unidos). Por eso, su canto de bendición de Dios con el niño en brazos es un culto de amor y vida universal, de israelitas y gentiles a la vez, no de unos en contra de otros. Está dispuesto a morir ya, en amor colmado de esperanza, con todo lo que ha hecho y ha sentido a lo largo de los siglos el pueblo israelita, con todo lo que han buscado y sufrido los gentiles. Con él termina el templo, se han cumplido ya los ritos de preparación particular de Israel, ahora sólo queda el por-venir universal de Dios en Cristo que nace como niño, para empezar la nueva humanidad desde la infancia

Sabe morir tras una vida cargada de esperanza: Deja todo,  acepta su muerte, para que se eleve la luz mesiánica del Cristo, para iluminación de los gentiles, para gloria de Israel. Esta es la palabra y canto, es la actitud de Simeón, que se vincula (se identifica9 con María, la madre, no con José el padre israelita, que queda a un lado. Lo que muere así no es sólo Simeón; sino una forma de ser israelita; un tipo de templo, una experiencia de historia y nacionalidad particular judía, tal como lo muestra toda la obra de Lucas (Lucas y Hechos). Jesús suscita así una crisis de muerte y nuevo nacimiento.

The Great Mosque of Gaza | Sacred Footsteps

Para que el camino de la promesa se cumpla de un modo universal), Simeón (lo mismo que José), representantes varones de Israel, tienen que morir y con ellos mueren (terminan) todas sus guerras.  En esa línea, dirige sus palabras finales a la Madre: -y a ti misma una espada te traspasará el alma para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones (Lc 2, 35).

Esta será la verdadera purificación de la madre de Jesús (no la de Lc 2, 22-24): el momento más duro  de su sangre, gesto y culmen de su maternidad redentora. Ha nacido el Cristo, los ángeles de la Navidad han cangado: Gloria a Dios en la altura y paz en la tierra a los hombres de la buen voluntad de Dios (Δόξα ἐν ὑψίστοις Θεῷ καὶ ἐπὶ γῆς εἰρήνη ἐν ἀνθρώποις εὐδοκίας., Lc 2, 14). Así han cantado los ángeles y en un sentido comienza la paz final para los hombres para todos los hombres de la tierra. Pero en otro sentido, desde la visión de la historia de Dios el nacimiento de Jesús es principio y argumento de una lucha sangrienta, gran dolor en el alma de María

 1) Dolor de María, división  de Israel. El signo de Jesús divide a los judíos: les enfrenta (les hace discutir) a unos con otros, les escinde (hace que caigan o se eleven), rompe por dentro al pueblo).

2) Dolor creyente, noche de fe,  la mayor alegría encarnada en la historia, expresada a través del don supremo de la vida, de la muerte a favor de los demás.

(3) Dolor de su hijo, dolor por Jesús. María no puedo mantener a su hipo para ellas; Jesús se fue de su casa, ella tuvo que dejar que marchara, pues todos eran su familia, su madre, su hermano, su hermana (Mc 3, 31-35).

(4) Espada de muchos, por muchos judíos que rechazaron y negaron a Jesús, al que terminaron expulsando fuera de templo y la ciudad de Jerusalén,  declarándole maldito.    

Intermedio. Quién era Simeón,  por qué habla así a  María.

           La tradición cristiana ha presentado a Simeón, hombre de la profecía “mesiánica” del dolor de María como anciano, pero el texto dice sólo que eran un anthropos (ser humano, un hombre), añadiendo que se llamaba Simeón (= Dios ha escuchado, cf .Gen 29, 33), como el segundo de los doce patriarcas de Jacob/Israel (Rubén, Simeón, Leví, Judá…). Su figura está asociada con dos gestos significativos:

 - Simeón es el patriarca violento y justiciero que tomó la espada para vengar a los extranjeros que violaron a la “virgen” Dina, siendo reprochado por el padre Jacob (cf. Gen 34, 30-31; 49, 5-7). La nueva teología judía (cf Jubileos 30) rehabilita su figura y le presenta como vengador de sangre, patrono de los que luchan con la espada en contra de los opresores de su pueblo. En esa línea ha recreado Judit 9, 2-15 su hazaña sangrienta, pues ella aparece como hija de Simeón, renovando su gesto de venganza, matando a Holofernes, opresor del  pueblo[2].

- Conforme a su Testamento, Simeón era  envidioso (tema esbozado por Gen 37: Tiene celos de José, quiere matarle). Pero superando aquella violencia juvenil, el anciano Simeón, , pide a sus descendientes que eviten la envidia, que amen y acojan a los otros. Así acaba su mensaje: Obedeced a Leví y a Judá; no os levantéis contra estas dos tribus, porque de ellas surgirá la salvación de Dios; porque el Señor suscitará de Leví como un sumo sacerdote y de Judá un rey... que salvará a todas las naciones y al pueblo de Israel. No es ya Simeón hombre de espada o envidia sino patriarca de conversión y esperanza mesiánica[3].

 El nuevo Simeón de Lc 2, 25-35 se entiende desde  esas evocaciones que suscita el antiguo, como portador de esperanza mesiánica, signo del pueblo que aguarda la llegada del salvador (en la línea de su Testamento). En esa línea, Semeón es un hombre convertido: No pondrá la espada vengadora en manos de Judit, su descendiente, para que mate al enemigo, sino que enseñará a María, madre mesiánica, a sufrir su alma el dolor de la espada mesiánica de Jesús, transformando la guerra interior en oración del alma, la lucha contra los demás en principio de libertad y pacificción, como proclama la carta a los Hebreos:  Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de dos filos, que  penetra hasta el centro donde se dividen alma y espíritu… de manera que todo  está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas  (Hebr 4, 12-14  

Ésta es la espada que, conforma a la profecía de Simeón (Lc 2, 34-35) ha penetrado en el alma de María, la Madre de Jesús, de forma que ella conoce y comparte el dolor de la opresión, del cautiverio y de la muerte de millones de personas,  por las que vive (como su hijo Jesús), por las que impulsa a los cristianos para que puedan compartir el sufrimiento y opresión de los demás, para liberarles.

Simeón personifica la justicia y piedad israelita: es el pueblo que escucha a Dios, que recibe su Espíritu y espera la llegada de Cristo. No tiene edad, no es ahora ni de antes, es de siempre: es la plenitud de la esperanza. Ha recibido la promesa de ver al Cristo-Señor antes de morir y vive solamente para ello. Por eso, cuando llegan los padres de Jesús, él se presenta, toma al niño en brazos y bendice a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz... (2, 29).

Ha esperado, sabe morir. Su vida ha culminado, ha tenido sentido lo que ha hecho. Por eso bendice a Dios; ha cumplido su función israelita, ha recibido al Cristo, redentor universal, puede morir. De esa forma, el verdadero Israel, representado por Simeón ha cumplido su tarea, puede acabar, porque ha llegado el salvador en el que  se vinculan todos los pueblos (pantôn tôn laôn). Desaparece ya la división entre ethnê (gentiles) y laos (judaísmo); la gloria (doxa) de Israel es que su Cristo sea luz (phôs) de los pueblos.

Simeón puede morir porque ha llegado Cristo, porque ha venido en brazos de María, su madre. Él ha realizado su función,  ha esperado y se ha cumplido su esperanza. Ahora queda ella, María, la madre, con Jesús, y Simeón, el patriarca antiguo, que había sido violento y que se ha convertido en profeta de la paz de Jesús,  que es luz para iluminar a los gentiles y gloria del pueblo de Israel (Lc2, 32), puede pasar su antorcha mesiánica a María, la Madre de Jesús, confiándole su más honda tarea, diciéndole: 

  • Y a ti, María, te digo: Este nil ha sido puesto
  • para que muchos en Israel caigan y se levanten;
  • y será un signo de contradicción 35
  • y a ti misma una espada te traspasará el alma
  • para que se pongan de manifiesto
  • los pensamientos de muchos corazones (Lc 2, 34-35)

  ((Ἰδοὺ οὗτος κεῖται εἰς πτῶσιν καὶ ἀνάστασιν πολλῶν ἐν τῷ Ἰσραὴλ καὶ εἰς σημεῖον ἀντιλεγόμενον… — καὶ σοῦ δὲ αὐτῆς τὴν ψυχὴν διελεύσεται ῥομφαία).

Ser madre de un pueblo cautivo es tener una espada clavada el alma, sufrimiento israelita[4].

Hasta aquí todo ha podido parecer normal para José y María , que participan de la suerte y tarea del niño al que han presentado en el templo. Pero de pronto Simeón se centra en el destino y suerte de la madre, asociándola   a su hijo, que será causa de caída y resurrección de muchos en Israel, una señal controvertida: Unos se alzarán en Cristo, descubriendo el sentido de la verdadera resurrección israelita. Otros caerán, rechazando el mesianismo y perderán al fin su vida (su esperanza).

Así se expresa la experiencia más sangrante de la iglesia antigua, la historia que Pablo ha vivido de forma muy dura y que Lucas recoge luego en Hechos. Jesús será (ha sido y es) bandera o señal discutida; ante ella se alzarán, litigarán unos con otros (contra otros) los judíos. De esa forma, lo que antes fue gozosa esperanza y motivo de canto viene a convertirse en voz de llanto, profecía de desdichas.

En este contexto resulta significativo el tema de la caída y elevación, como en el Magníficat: «derriba a los potentados..., eleva a los oprimidos» (Lc 1,52). El canto de María insistía en el poder y la opresión, la riqueza y la pobreza que nos tiene a todos divididos (1,51-53). La profecía de Simeón se centra en Cristo y decide el gran cambio (caída-elevación), relacionándolo con su Madre María (Lc 2, 3-35).

De una forma muy precisa, el texto llama a Jesús señal de contradicción: signo o bandera donde vienen a expresarse y dividirse las suertes de los hombres. Pues bien, la batalla de (por) Jesús viene a librarse dentro del alma de María. Es como si ella debiera padecer una guerra civil en sus entrañas de madre mesiánica. En este contexto podemos empezar hablando del sufrimiento israelita de María.

El signo de Jesús divide a los judíos: les enfrenta (les hace discutir) a unos con otros, les escinde (hace que caigan o se eleven). Pues bien, ella no puede quedar indiferente ante esa gran ruptura y crisis: es madre Israel, representante del pueblo mesiánico, como indicaba el Magníficat (Lc 1, 45-55). Por eso sufre: revive en sí el dolor entero de su pueblo.

Cada persona es un pequeño micro-cosmos: lleva en sí la vida y muerte del conjunto de la humanidad, cada persona es una guerra interior. En esa línea, María es un micro-Israel y una micro-humanidad.  Ella: reasume en sí la historia, la esperanza y la tragedia del pueblo de la alianza y de la humanidad entera. En nombre de su pueblo ha dicho fiat (Lc 1, 37): se ha comprometido a encarnar y culminar en su persona la tarea que iniciaron la ley y los profetas.  

Resonarán en sus entrañas los lamentos de Israel, retumbarán incesantes los tambores de la guerra israelita desatada en torno al Cristo, bandera discutida, las batallas de la humanidad entera. Ella ha isto y cantado la gloria de Dios en Cristo, el futro de salvación de la humanidad entera (Lc 1, 46-55). Ahora comparte su dolor, el llanto de cortante espada que divide a los judíos para que se revelen los pensamientos de muchos corazones (2, 35),  la espada que divide en guerra a la humanidad entera.  

Espada de fe, una crisis mesiánica de opresión y libertad.

 María ha sido introducida en la noche oscura de la fe, pues quien quiera salvar su vida la perderá; quien pierda por mí su vida la ganará (Lc 9, 24), en la noche oscura de la opresión, millones de cautivos en el mundo, miles y miles de parientes y amigos suyos de gaza, a los que cazan como a conejos en sus madrigueras… Mucho de ellos no son santos, como no eran santos los hebreos levantíscos de Egipto, junto a las pirámides, pero son hijos de Dios, no como conejos a los que mata, son mujeres y niños, con madres no pudiendo dar a luz.

María de Merced    ha querido a mantenerse siempre, para renacer así en Jesús, para ganar y recibir la vida verdadera. Ha sabido hacer el fuerte camino de la fe, en andadura que le ocupará la vida entera. Ella ha dado luz y carne humana al Hijo de Dios. Pero, a su vez, su hijo mesías abrirá para su madre un programa y misterio de humanidad doliente, que ella de llevar siempre en su entraña, como como madre, amiga, hermana  de cautivos

. Podría haber vivido más tranquila sin este hijo, como madre normal entre las madres y mujeres de la tierra. Pero ella ha respondido a Dios con fiat y se ha comprometido mantener su gesto, a dar su vida por (con) el hijo de sangre y espada de su entraña. De ahora en adelante llevará en el corazón la espina fuerte de su pasión[5].

          La espada de Jesús es, al mismo tiempo, la espada de su pueblo; ella refleja el dolor de los judíos que se pierden, conforme a la palabra radical de Pablo: «llevo una tristeza fuerte, un dolor de parto que no cesa; quisiera ser yo mismo un anatema en Cristo en favor de mis hermanos, compatriotas en la carne, los israelitas...» (Rom 9, 2-3).  

Ella ha iniciado la andadura de la fe y sólo al fin (al interior) del sufrimiento que ella ha compartido con su hijo puede descubrir el gozo de la gloria de Jesús resucitado. Por eso debe padecer con Pablo y más que Pablo (cf. Gal 4, 19) este dolor de parto (odynê) que parece inútil, porque los judíos que se niegan a aceptar al Cristo destruyen su esperanza y vida . Este es, mirado en otra perspectiva, el mismo fuerte llanto y gran gemido de Raquel, la madre israelita, que llora inconsolable desde el fondo de su tumba por los hijos muertos, pues no quieren renacer, hallar la vida (cf. Mt 2, 16-18).

María es en Lc 2, 34-35 la verdadera madre israelita muy adolorada por la muerte de sus hijos. Ciertamente, ella no llora inconsolable como Raquel en Mt 2,18, pues la ruina de unos hijos significa el nacimiento en Cristo de otros muchos, conforme al sentido más profundo de la cita de Jer 31, 15 ss (que está al fondo de Mt 2,18). Pero es evidente que ella sufre el dolor de una espada en el alma: también eran sus hijos aquellos judíos que se pierden; cuando acepta por su fiat el amor del Cristo, ella asume también el gran dolor de todos los que pueden perderse al rechazarle.

  1. Espada personal de María,

Su dolor y compasión de Madre le mantiene ante la Cruz de su Hijo (Jn 19, 25-27), y ante la inmensa cruz de Gaza, donde han muerto crucificados a fuego lento unos sesenta mil contando mujer y niños.   Ordinariamente, la madre sólo experimenta el nacimiento; no ve morir al hijo. Esta profecía, en cambio, este cautiverio de Gaza….ha vinculado Navidad y Pasión, la madre engendradora y la que sufre por la muerte de su hijo.

Estamos ante un nacimiento de sangre: precisamente allí donde la vida brota y salta, en promesa radiante de futuro, viene a abrirse la más fuerte profecía o, mejor dicho, promesa de muerte. Simeón es profeta de amor y de gozo, como indicaba su canto; pero, al mismo tiempo, parece un agorero de dolores. Revivamos la escena. Estamos en el centro de una liturgia gozosa de nacimiento.

Todo son parabienes a la madre, promesas de ventura para el hijo, al que María y José llevan al templo Pues bien, sobre ese coro, creando un gran silencio de expectación admirada y de y miedo, se eleva la voz de Simeón que dice: ¡este niño morirá de muerte dura y tú, su madre, has de sufrirlo, llevando desde ahora la espada del dolor en tus entrañas!

Quizá no exista pasión (o compasión) más dolorosa. El niño es inocente (inconsciente): todavía nada sabe, sonríe y juega en la cuna (o en brazos de su madre), ajeno a todo lo que internamente sufren los que hablan a su lado. La madre, en cambio, sabe: tiene la certeza de que ha dado a luz un ser para la muerte y así lo va educando y madurando día a día, para que aprenda a morir, para que al fin lo crucifiquen las bombas de gaza, junto al mar.

Alguien pudiera sentir la tentación de matarle ya a este niño, nacido para morir en Gaza (¡que no sufra después!) y de matarse luego (¡por no ver al hijo en cruz y muerto!). Pero María ha superado la tentación. Como gracia de Dios ha recibido la vida de este hijo destinado ya a morir desde la cuna. Le ha aceptado para amarle y crecerle en amor, para quererle y dejarse querer, en la más fuerte de todas las historias de familia de la tierra. Ella le acepta sabiendo que él ha de sufrir, clavándole una espada.

Ella es mujer que sabe y sabiendo ha colaborado en su fiat. Es mujer que espera y esperando ha cantado en el Magníficat la gloria de una tierra ya pacificada. Finalmente es mujer que quiere y queriendo acepta y cría a este hijo de la muerte. Ellos dos, madre e hijo, forman una intensa pareja de amor y de vida. Allí donde parece que todo acaba roto, que no queda más que llanto (derrota, dejarse morir), ellos asumen el camino de la vida, en gesto de fidelidad, al servicio de todos los humanos.  

  1. Madre de Merced, redentora de cautivos

 Este dolor vincula a María con todos los sufrientes, como sabe desde antiguo (siglo XIII) una tradición redentora que se refleja en la devoción de la Virgen de la Merced o misericordia en favor de los desamparados, oprimidos y cautivos de Barcelona, de Kiev o Gaza. Siendo madre del mesías universal ya no es sólo madre israelita (nueva Sara, Raquel o Rebeca) sino madre de la humanidad mesiánica, es decir, de todos los varones y mujeres que se encuentran incluidos y representados en el Cristo.De manera consecuente, ella padece en carne viva el dolor de la humanidad sufriente.

Ese dolor es como espina de amor universal que le hace sufrir también por (con) todos, pues siendo madre de Cristo, que crece para morir crucificado en Gaza… es madre, amiga y confidente de todos los que mueren en Gaza. Por eso lleva en su entraña la pasión de  los hambrientos y sedientos, exilados y desnudos, enfermos y cautivos que forman la hermandad o cuerpo sufriente de de la Merced de Dios sobre la tierra (cf. Mt 25, 31-46)[6].

Para que se revelen los pensamientos. María ha traducido el camino de Jesús en forma de meditación interior, del corazón (Lc 2,19), viviendo y convirtiendo ese camino en vida de su vida, en un proceso de participación cordial que le lleva hasta la pascua, cuando ella ha transmitido su riqueza de creyente al resto de la Iglesia (Hch 1,14). Desde ese fondo hemos de unir dos rasgos de su vida:

  1. a) María conserva en su corazón y medita interiormente los aspectos del camino de Jesús (como veremos en el apartado siguiente);
  2. b) Ella sufre en su alma (psyche), es decir, en su proyecto vital, la exigencia de purificación de Jesús. Ella es, ante todo, corazón: interioridad que acoge la presencia de Jesús, en gesto de conocimiento participativo (cf. Lc 2,19.51). También es alma: se despliega y madura vitalmente en un camino de unión con Jesucristo (2,

Ciertamente, hay que empezar por la revelación activa de Dios que viene a explicitarse por Jesús, bandera de discusión. Pero a su lado está María, atravesada por la espada.

 El canto de María (Lc 1,51) presentaba a los soberbios como enemigos de Dios por «el pensamiento de sus corazones» (dianoia kardias autón). Soberbios, autores de su propia condena, son aquellos que se elevan a sí mismos frente a Dios de todos, en especial de los cautivos de Gaza, a través de un pensamiento torcido del corazón que se traduce en la injusticia económico-social que ellos imponen por encima de los pobres (Lc 1,52-53).Pues bien, quien sigue a Jesús ha de estar dispuesto a sufrir persecución, descubriendo y padeciendo con Cristo la oposición de aquellos que sólo se buscan a sí mismos, rechazando la salvación de los pobres.

 NOTAS

[1] He desarrollado el tema en La madre de Jesús. Cf.  R Dillmann y M. C Mora Paz,., Comentario al Evangelio de Lucas, Verbo Divino, Estella 2004; J.A. Fitzmyer, .El evangelio según san Lucas, I-3. Cristiandad, Madrid 1986/7.

[2] Cf. Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1966 y A. Lacoque, Subersives ou un Pentateuque de femmes, Cerf, Paris 1992, 45-62.

[3] Testamento de  Simeón 7,1-2. Superando la envidia y asumiendo la esperanza mesiánica emerge Simeón como signo de fidelidad y promesa. Por eso, Lc 2,25 ha evocado su nombre en este momento de la trama mesiánica.

[4] Entre los comentario, cf. H. Schürmann, Luca I, Brescia 1983; J. A. Fitzmyer, Lucas II, Madrid 1987; A. Plummer, Luke, Edinburgh 1981; R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid 1982, 445-492;   S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la infancia III. Nacimiento e infancia de Juan y de Jesús en Lucas 1-2, Madrid 1987, 179-216. Sobre la “espada”, cf. J. M. Alonso, La espada de Simeón (Lc 2,35a) en la exégesis de Ios padres, en Maria in Sacra Scriptura (Cong. Mar. 1965), Roma 1967, IV, 183-285;  A. Feuillet, Jésus et sa Mère, Paris 1974, 58-69, donde recoge trabajos anteriores sobre el tema;   J. McHugh, The Mother of Jesus in the NT, London 1975, 104-112; H. Räisänen, Die Mutter Jesu im NT, Helsinki 1969, 129-134; H. Sahlin, Der Messias unddas Gottesvolk, Uppsala 1945, 272-280; P. J. Winandy, La prophétie de Siméon: RB 72 (1965) 321-351.

[5] El mensaje de Jesús, consolador para los pobres-humildes de  María ha de ponerse ante Jesús que es piedra de tropiezo (y decisión), que es signo discutido, padeciendo en carne propia la escisión del Reino» (cf. J. A. Fitzmyer, Luca 1, Paideia, Brescia 1983, 262). «En la caída y levantamiento de muchos en Israel, María figurará entre el reducido número de los que se levantan, pertenecerá a ese puñado de los 120 que saldrá del ministerio como una compañía de creyentes (Hch 1,12-15).  

[6] Ella no sufre para desvanecerse, entrando así en neurosis destructiva, sino de manera creadora, convirtiendo su dolor en trauma de más alto alumbramiento. No es inútil su espada, no es infértil su llanto. La siembra del dolor se ha convertido dentro de su alma en gran cosecha redentora: ha transformado el llanto en germen de bienaventuranza (como sabe Lc 6,21). Los devotos de María deben traducir su devoción en gesto de amor fuerte en favor de los desamparados, afligidos y cautivos de la tierra. Sólo es devoto de María y le alaba de verdad el que se pone, al mismo tiempo, a su servicio, es decir, al servicio de un amor que da de comer a sus hijos hambrientos, que visita y redime a los cautivos, que consuela a los desamparados.

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