"Sólo es universal el amor ofrecido al enemigo, es decir, al otro, al que está fuera de mi círculo" ¿Viste al caído? Has visto a Dios. Con J. Crisóstomo y Benedicto XVI

Samaritano
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El diálogo de Jesús con el escriga y la parábola del samaritano ofrece el mejor retrato de Jesús. No se trata de saber en teoría quién es Dios y quién es el prójimo, sino de hacernos prójimos y ser “dios” para los otros. El escriba, hombre de escritos, sigue preguntando (para nunca responder). Jesús responde en el camino de su vida como Buen Samaritano.  

  El texto, que supongo conocido consta de dos partes, con debate entre Jesús y el escriba sobre la buena ley (el credo) y la parábola siguiente. Mi comentario se divide en tres partes: (1) Presentación. (2) Reflexión básica, al hilo de J. Damasceno, patriarca de Constantinopla. (3) Comentario actual, partiendo de Benedicto XVI, papa de Roma. Crisóstomo y Benedicto siguen siendo los dos “padres” de la iglesia que más han insistido en la importancia y actualidad de esta parábola.

"Hay una tendencia a entender el prójimo en línea de grupo nacional, familiar, social, distinguiendo así los de “cerca” (los nuestros) y los otros

1.PRESENTACIÓN, UN CREDO ACTIVO

El “credo” bíblico incluye dos mandamientos (amar a Dios y amar al prójimo), ninguno de doctrina (un tipo de dogmas teológico), ni de prácticas sagradas (ir a mira o celebrar determinadas ceremonias). Este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema, que trata del amor a Dios, es decir, al principio de la vida (a partir de Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41) y se amplía en la llamada al amor al prójimo, (tomada de Lev 19, 10). Así empieza el texto:

En aquel tiempo, se presentó un Maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? "Él contestó: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo. Él le dijo: Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida (Lc 10, 29‒29)

Dos mandamientos. Fe común para judíos y cristianos

 El Maestro de la ley, hombre del Libro, interpreta a Dios como alguien que tiene poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a sus criaturas, en este caso a los judíos. Ciertamente, su pregunta es buena y veremos que Jesús la admite, pero está sesgada al suponer que en el principio se halla la entolê, es decir, aquello que Dios ha mandado cumplir a los hombres. El problema no está en que los mandatos sean numerosos (más tarde se recopilan 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues muchos de ellos resultan obvios para los que viven dentro de una sociedad organizada en esa base.

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Por eso, situados en su propio contexto, los judíos del tiempo de Jesús y sus sucesores no se pueden tomar como legalistas en el sentido peyorativo del término. No son legalistas, pero piensan que su vida se encuentra fundada sobre leyes de Escritura/Tradición que se presentan como voluntad de Dios. De todas maneras, es importante discernir: saber dónde se encuentra el centro y clave de los mandamientos, como hace nuestro escriba. No los discute; quiere organizarlos de forma que puedan integrarse como un todo armonioso. Esta es la función de los escribas: traducir una Escritura histórica/narrativa en formas de código legal. Por eso, en el fondo de los mandamientos buscan el mandamiento, como si los 613 preceptos se pudieran condensar en una misma y única raíz. Pues bien, este escriba sabe, es un buen judío: sabe que todos los mandamientos se resumen en dos.

Es un amor en dos amores, dos artículos activos

Este credo es un credo fácil y en principio pueden aceptarlo no sólo los cristianos, sino también los judíos, y otros creyentes (budistas, hindúes) e incluso no creyentes, siempre que 'Dios' sea símbolo de aquello que define y sustenta en plenitud a los humanos, sabiendo que ha llegado el 'tiempo' de la plenitud. Pero es un credo exigente, pues implica descubrir al prójimo y amarle (es 'como yo').

Teóricamente parece más fácil creer en la Trinidad y otros 'dogmas' cristianos, judíos o musulmanes, pues lo que ellos piden puede aceptarse básicamente, sin cambiar la vida de los fieles. Pero, de hecho, este mandato de amor al prójimo, unido al del amor de Dios, es más exigente y define toda la vida y acción de los fieles. Este es un credo de racionalidad comunicativa y supone que los hombres pueden y deben comunicarse, pues se encuentran fundados en una Gracia antecedente de Amor que es Dios, a quien conciben como principio de toda unión de amor. Este es un credo de comunión inter-humana: el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su corazón y en su mente), descubriendo que puede y debe amar a los demás como 'otro yo', aceptarles como diferentes.

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El tema es el sentido del prójimo

 Hay una tendencia a entender el prójimo en línea de grupo nacional, familiar, social, distinguiendo así los de “cerca” (los nuestros) y los otros.  Prójimo sería ante todo el cercano, aquel que forma parte de mi grupo social y religioso, del buen sistema. Con él me debo vincular, a él he de amar de modo peculiar, al menos mientras dura el tiempo de prueba y división de nuestra historia. De esa forma, el shemá (escucha...) puede encerrar a quien lo afirma en los muros de un grupo (Israel), de manera que el amor a Dios confirme y ratifique la identidad de los elegidos de la alianza (los judíos). El amor se interpreta así en sentido restrictivo y se aplica conforme al talión: "Habéis oído que se ha dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo" (Mt 5, 43). Prójimo es el hermano israelita: es 'como yo', es de mi pueblo.  Entendido así, el mandato del amor ratifica la propia distinción y justicia de los “buenos· construyendo una muralla en torno a  Israel (a la propia nación, al sistema propio).

En esa línea se puede hablar de un amor de sistema: de hermanos a hermanos, de buenos a buenos, dentro del “buen Estado” o del buen grupo, conforme a una circularidad sagrada o conveniencia de conjunto. Ese amor vale para triunfar y puede interpretarse como inversión económica (amar para que te amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc 14, 7-14) y calcularse según ley, pero deja fuera de su círculo a los otros, los caídos a la vera del camino, como el que bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30) y los hambrientos, exilados, enfermos y encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema.

Un amor abierto a los distintos.

Jesús ha expandido el alcance de prójimo, abriéndolo a todos los hombres y mujeres y de un modo especial a los excluidos de la 'alianza pura': publicanos y pecadores, enfermos y excluidos. En esa línea sigue el texto: "Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace brillar el sol sobre malos y buenos..."(Mt 5, 45 par). Sólo es universal el amor ofrecido al enemigo, es decir, al otro, al que está fuera de mi círculo, favoreciendo así, de un modo gratuito y desinteresado, a los expulsados del propio pueblo, iglesia o conjunto social.

Esta es la interpretación mesiánica del shemá: ha llegado el tiempo. Jesús y sus seguidores aman y ayudan en concreto a los expulsados, superando así la amistad o solidaridad de grupo. Amar a los demás 'como a uno mismo' supone buscar el bien de ellos, en cuanto distintos, con su propia identidad individual o de grupo (como musulmanes o paganos...), no para obligarles a ser como yo, integrarles en mi grupo. Este amor rompe todo sistema de ley, todo sistema de “ortodoxia cerrada”. Por eso, el cristiano es un israelita que traduce la experiencia del amor de Dios como amor a los impuros, que parecen y son un peligro para el sistema. La confesión cristiana supera la identidad anterior de la Ley y los grupos de sacralidad cerrada, desde una experiencia superior de gratuidad, que es fuente de comunión entre todos los hombres.

2. TEOLOGÍA ACTIVA, EN LA LÍNEA DE DE CRISÓSTOMO

Amazon.com: Obras de San Juan Crisóstomo. I: Homilías sobre el Evangelio de  San Mateo (1-45) (NORMAL) (Spanish and Ancient Greek Edition):  9788479148744: San Juan Crisóstomo, Ruiz Bueno, Daniel: Libros

Da la impresión de que los buenos escribas saben quién es Dios y el modo de amarle rectamente, pero no saben quién es el prójimo y amarle. La respuesta de Jesús introduce aquí la revolución cristiana de Dios, con la parábola del buen

 samaritano, que da un sentido nuevo a todo lo anterior; quien entienda esa parábola y la pone en práctica  entiende a Dios: Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Jesús responde contando una parábola:

San Juan Crisóstomo - Colección - Museo Nacional del Prado

"Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él, y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.

¿Cuál de estos tres te parece que se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Él contestó: "El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: "Anda, haz tú lo mismo (Lc 10, 30‒37).

El sacerdote y el levita no se hacen prójimos, quizá por su misma identidad sagrada: son funcionarios de un templo, representantes de una sanidad y sacralidad organizada en torno al santuario de Israel, con sus sacrificios. No se les puede echar nada en cara, van a lo suyo, tienen sus prioridades, para eso han sido “ordenados” Por el contrario, el samaritano no está “maleado” por ninguna religiosidad sagrada de tipo grupal, de manera que puede hacerse prójimo concreto del hombre que está necesitado.

Pero el herido sigue al borde del camino, en patera o en frontera, en barrio marginal o en selva

saqueada por los ricos. Esta parábola de Jesús nos sitúa ante esos heridos concretos, por encima de un tipo de razón clasista e impositiva que actúa por talión o ley y quiere que amemos sólo a los demás en cuanto sirven o valen para nuestros intereses. Este Jesús de la parábola (un Jesús samaritano) afirma de hecho que cada prójimo es presencia de Dios y fuente de identidad para el creyente.

Ves al herido, ves a Dios, decía Crisóstomo (siglo IV d.C.), quizá el teólogo social más importante de la iglesia (sobre Crisóstomo cf. Pikaza, Diccionario Pensadores 473-474)

 Éste es el Jesús que se ha hecho prójimo de enfermos, expulsados, condenados. Hay un tipo de amor al prójimo que no es amor samaritano. Es un amor que vale para mantener los propios privilegios, nuestra estructural social, económica o religiosa, un amor que puede interpretarse como inversión económica (amar para que te amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc 14, 7-14). Éste es un amor que puede calcularse según ley, pero deja fuera de su círculo a los otros, los caídos a la vera del camino, como el que bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30) y los hambrientos, exilados, enfermos y encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema.

Pero, en contra de eso, el samaritano de Jesús expresa la importancia y la exigencia del amor sobre el sistema. En contra de una iglesia no samaritana. Hay un tipo de Iglesia y de política y economía social que quiere cerrarse en su buen sistema de ley y de ortodoxia, diciendo a todos los que tienen que hacer, lo que tienen que ser, en la línea del levita y del sacerdote de Jerusalén. Es una Iglesia muy buena, pero deja poco lugar para “samaritanos auténticos”. Ciertamente, esa Iglesia admite y valora mucho a los “samaritanos controlados” dentro del buen sistema, pero tiene miedo de los samaritanos libres, que van por ahí, sin entrar después en su redil (con el samaritano de Jesús).

Excurso. El hombre desnudo 

El sacerdote y el levita parecen estar más interesados en el “prepucio” del robado y herido que en su necesidad. El texto dice que miraron y vieron y dieron un rodeo… ¿Qué vieron ellos? ¿Qué miró y qué vio el samaritano? Hay que fijarse bien en las palabras. La parábola dice que los “bandidos” desnudaron y robaron al hombre del camino No se dice que tuviera cartera, pero tenía vestidos y podían ser buenos, porque probablemente venía del templo, de la fiesta religiosa. Le dejan desnudo, que significa aquí impotente…, sin posible defensa. En un sentido, todos los desnudos son iguales, sobre todo si están heridos, con sangre, de manera que no puede distinguirse al rey del mendigo, al millonario del pobre diablo de la calle. Nos hallamos ante un hombre desnudo sin más signos que su humanidad doliente…

Es un desnudo golpeado, de aquellos de quienes decía Jesús: “estuve desnudo y me vestisteis o no me vetasteis… (Mt 25, 31-46).

Pero aún los desnudos tienen ciertos signos, como saben los forenses: son blancos o negros, hombres o mujeres, con bala o sin bala… Este desnudo de la parábola tiene que ser un varón, porque es importante que tenga o no prepucio. El texto dice que le han desnudo y golpeado, sobre la carne viva, quizá por sadismo, quizá para que no pueda protestar y seguirle…Así le dejan, desnudo y medio muerto, probablemente al borde del camino. Le dejan semi-muerto, lo que significa que no se sabe si está muerto o no…, que hay que mirar bien para saberlo (acercarse, escuchar si respira, tomarle el pulso. Pero sigamosçç

Bajaba por allí un sacerdote, iba por allí de igual modo un levita… Se dice que el sacerdote “bajaba" (también katebainen) y lo mismo el levita. La precisión es muy importante. Si estuvieran subiendo tendrían quizá prisa para llegar al templo y, sobre todo, tenían que estar “puros” para hacer los sacrificios. Por eso tenían que “mirar al herido”. Si era un muerto con prepucio resultaba complicado ayudarle, porque era en principio impuro (no era judío, los judíos se conocían bien, mirándoles al prepucio). Si era un pagano (con prepucio) había que dejarle allí, pues manchaba (¡un prepucio es obsceno para algunos), no les dejaba rezar bien…El texto no dice lo que era, pero le deja allí desnudo, a la mirada de hombres de templo… Si el herido estaba de hecho muerto las cosas resultaban aún más complicadas, porque los muertos manchan a los sacerdotes (no les dejan celebrar con pureza…). 

Un Dios de templo y levita no es prójimo

Muchos dicen que lo que importa es conocer a Dios, que llevemos al mundo la experiencia de Dios… más que la pura curación física. Eso está muy bien, pero hay casos como éste en los que “el Dios de sacerdotes y levitas” (¡Dios de templo!) no ayuda nada, sino todo lo contrario.

Hubiera sido mejor que levita y sacerdote no creyeran en Dios, ni tuvieran templo, sino que simplemente “se compadecieran”. Además hay otro detalle: Se dice que bajaban, es decir, que ya habían hecho los rezos; por eso, no tenían problema de marcharse por unas horas (pasada la noche podrían limpiarse ritualmente de nuevo

Bajaban y, sin embargo, parece que iban “de oficio”, bien puestos… Tenían cosas de Dios de las que tratar, iban llenos de templo… Por eso (¡tenían mucho Dios, pero un Dios del malo!) dieron un rodeo ante el hombre herido, con prepucio o sin prepucio, muerto o vivo y se fueron con su Dios (pero sin humanidad)

El samaritano no subía ni bajaba (al menos no se dice), sino que iba por allí (odeuôn). No se dice su oficio (pastor o traficante, kohen del Garizim o curioso…). Ciertamente, era un hombre de valor, pues, siendo samaritano se atrevía a pasar por un camino cercano a Jerusalén (aunque no se dice que entrara). Era un hombre sin más prejuicios que la humanidad y mirando tuvo compasión… Esta palabra es la central, la que recoge todo el mensaje del Antiguo Testamento donde Dios se dice que Dios es “compasivo”, ser de entrañas… Pues bien, este samaritano es como Dios (esplagnisthê): simplemente, tiene compasión. Este samaritano conoce a Dios (actúa como Dios, con compasión) a diferencia del levita y del sacerdote, preocupados al parecer por prepucios.

Mirando… (idôn). Ésta es la palabra central. Sacerdote y levita también han mirado: de los dos se dice lo mismo (idôn)… Pero sólo el samaritano ha mirado bien y ha tenido compasión. También en este gesto el samaritano es “como Dios”, al que se define como aquel que mira a los heridos y oprimidos (Ex 3, 7-8). ¿Ha mirado el prepucio? ¡Lo más seguro que no le importaban los prepucios, las purezas judías, sagradas, de templo…! Le importaba el hombre… ¿Ha mirado si estaba muerto? ¡Ciertamente! Ha mirado, ha tocado y ha visto que estaba vivo. Ha tocado, está es la palabra. Sacerdote y levita no podían “tocar” cuerpos con prepucio, para no mancharse, pues acababan de tocar los vasos sagrados… El samaritano, en cambio, toca… Trae aceite, que es buena medicina, y limpia y cura las heridas… Trae una cabalgadura, que es buena ayuda para caminantes, y monta al herido…

Historia de Jesús

¿Le ha vestido? ¿Dónde le lleva? No se dice si el samaritano vistió al herido… aunque ahora ese detalle es secundario… De todas formas, parece seguro que le vistió, para ponerle en su cabalgadura (¿burro, caballo?), pero eso no importa… De esa manera, podemos decir que el herido va “vestido” con el amor de un hombre, con el amor que siendo amor es “gracia”. Desde ese fondo han hablado los teólogos del hombres herido y desnudo (spoliatus, vulneratus…) al que hay que vestir y acoger y curar…Nos gustaría pensar que le llevó al templo, para que le curen los sacerdotes. Pero no, no se dice.

Quizá no era un buen sitio el templo, porque los sacerdotes podrían seguirle robando (el evangelio dice que el templo era una cueva de bandidos). El texto dice sólo que le montó en su mula o cabalgadura y que le llevó a un lugar donde podían acogerle y curarle. Quizá lo llevo a la posada de la esquina de los publicanos (que allí los había, como bien sabe Lucas: 19, 5-8). Simplemente le lleva a un lugar donde puedan curarla, sin tener en cuenta si tiene o no tiene prepucio, como a un hombre.

 Un prodigio de parábola “sin Dios” que ni siquiera nombra a Dios

Dios es importante, es lo central, como saben muchos comentaristas de mi blog. Pero esta parábola es una parábola sin Dios, es decir, sin un Dios explícito. Es una parábola que va en contra de los profesionales de Dios (¿de aquellos? ¿de los de ahora?). Es un prodigio, no cita a Dios y sin embargo todo en ella es de Dios, todo es Dios. No cita a Dios, ni siquiera al final, para decirle al buen escriba (nomikos) que ha hecho las preguntas: “¡Vete con Dios"!

Ni eso le dice. Lo que importa aquí es la “misericordia” (eleos) y el que hace misericordia ése es como Dios, ése es Dios en la tierra, aunque no hable de Dios y sea un samaritano, aunque eso significa (¡y significa!) que dejemos a un lado el tema de los buenos o malos prepucios, el tema de muchas impurezas legales. La única impureza es no tener misericordia (Análisis más concreto del tema en Historia de Jesús). 

 3. BENEDICTO XVI. AMOR SAMARITANO, AMOR SOCIAL

Diccionario de pensadores cristianos

El 15. 07 publiqué aquí en RD un comentario a la parábola de Buen Samaritano, que vuelvo a presentar al final de esta postal, retomando algunos argumentos del papa de entonces(hoy jubilado)  en su libro sobre Jesús de Nazaret I  (págs 235-243). Cf. Diccionario 51-756. cf. imagen, 2º en fila inferior, por la izquierda

Benedicto XVI  ofrece una lectura  hermosa que pone de relieve la compasión del samaritano, de entrañas maternas (esplangnisthê), haciéndose prójimo del herido. En esa línea destaca el carácter “desigual” del amor, que rompe el esquema comercial del “do ut des”, para destacar la universalidad desde el amor y para condenar el “cinismo” de un mundo sin Dios, donde los ricos del mundo saquean y explotan a los pobres de África: en lugar de darles a Dios les hemos dado el cinismo de un mundo sin Dios, en el que sólo importa el poder y las ganancias… (pág. 239). El Papa terminar destacando el carácter universal de la parábola, acudiendo para ello a los análisis de K. Marx sobre la explotación humana, pero diciendo luego, con gran fuerza, que esa explotación sólo puede conocerse y superarse plenamente desde Dios. Todo lector del libro quedará sorprendido por esa extraordinaria interpretación del Papa, en clave eclesial y teológica, con elementos muy valiosos de la exégesis tradicional y moderna. Pero…

Benedicto XVI  nos hizo ver muchas cosas, muchas más de lo que podríamos haber esperado…Pero quizá le faltan algunos detalles que los buenos exegetas suelen poner de relieve, con su análisis histórico-crítico, que al Papa le parece menos importante.  rios), pero que el final son esenciales para entender la parábola.

Entre ellos está el del prepucio y el hecho de que el sacerdote (y el levita) “bajaban” mientras que el samaritano “iba por allí, lo mismo que la desnudez física y el signo (implícito) del prepucio. Es lo que intentaremos hacer aquí, en la línea de lo que venimos diciendo estos días sobre la belleza literaria de las parábolas, con referencia especial a los vestidos o a la desnudez del herido. Lo haremos sencillamente, limitándonos a marcar ciertos puntos. ¡Atentos a la parábola!

Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó (katebainen)… Si es un buen judío de Galilea, el oyente de Jesús (¡sobre todo, en Galilea!), puede suponer que el hombre había ido a Jerusalén a orar. Quizá bajaba a Jericó, dando un rodeo, para tomar el camino del Jordán y llegar a Galilea, con el fin de evitar así el camino de los samaritanos, “enemigos” de los judíos, como había dicho Lucas en 9, 52 y como ha recordado bien el Papa (pág. 237), recordando la furia de los zebedeos (a quienes en otro lugar hace parientes de los sacerdotes). Se puede suponer que viene del templo, de orar, , sin embargo, le roban ¿no es una paradoja? Parece que los bandidos amenazan de un modo especial a los que van de peregrinación, pues se supone que llevan aún cierto dinero, aunque vengan de vuelta. Le desnudan, le golpean... Hay que fijarse bien en las palabras… Primero le desnudan, es decir, le roban todo lo que tiene. No se dice que tuviera cartera, pero tenía vestidos y podían ser buenos, porque venía de la fiesta religiosa. Desnudo significa aquí impotente…, sin posible defensa. En un sentido, todos los desnudos son iguales, sobre todo si están heridos, con sangre, de manea que no puede distinguirse al rey del mendigo, al millonario del pobre diablo de la calle. Es un desnudo sin más signos que su humanidad doliente….Es un desnudo golpeado, de aquellos de quienes decía Jesús: “estuve desnudo y me vestisteis o no me vetasteis…(Mt 25, 31-46).

¿Desnudo con prepucio…? Desnudo semi-muerto. Pero aún los desnudos tienen ciertos signos, como saben los forenses: blanco o negro, hombre o mujer, con bala o sin bala… Pero éste tiene que ser un varón, porque es importante que tenga o no prepucio… Pero sigamos: después de desnudarle le golpean, sobre la carne viva, quizá por sadismo, quizá para que no pueda protestar y seguirle…Así le dejan, desnudo y medio muerto, probablemente al borde del camino. Le dejan semi-muerto, lo que significa que no se sabe si está muerto o no…, que hay que mirar. Pero sigamos

Bajaba por allí un sacerdote, iba por allí de igual modo un levita… Se dice que el sacerdote “bajaba" (también katebainen) y lo mismo el levita. La precisión es muy importante. Si subieran tendrían quizá prisa para llegar al templo y, sobre todo, tenían que estar “puros” para hacer los sacrificios. Por eso tenían que “mirar al herido”. Si era un muerto con prepucio resultaba complicado ayudarle, porque era en principio impuro les manchaba para los rezos…El texto no dice lo que era, pero le deja allí desnudo, a las miradas de hombres de templo… Si estaba un herido-muerto las cosas resultaban aún más complicadas, porque los muertos manchan a los sacerdotes (no les dejan celebrar con pureza…). [[En este contexto hay que recordar que este herido... tiene que ser varón por eso del prepucio... Pero en la historia real hay quizá más mujeres heridas y arrojadas al camino, desnudas, que varones. Un lector curioso puede imagianr al sacerdote con un palito, levantando el pene del herido, para no tocarle, pues eso mancha... para ver si hay prepucio o no lo hay. Pero quizá se puede ahorrar ese detalle, pues en aquel tiempo había maliciosos que decían que los sacerdotes sabían de lejos si uno era circunciso o incircunciso]]

Aquí, "Dios" no ayuda. En su comentario a la parábola, el Papa Benedicto XVI  dice que en el fondo de todo lo que importa es conocer a Dios, que llevemos al África la experiencia de Dios… más que la pura curación física. Eso está muy bien, pero hay casos como éste en los que “el Dios de sacerdotes y levitas! (¡Dios de templo!) no ayuda nada, sino todo lo contrario. Hubiera sido mejor que levita y sacerdote no creyeran en Dios, ni tuvieran templo, sino que simplemente “se compadecieran”. Además hay otro detalle: Se dice que bajaban, es decir, que ya habían hecho los rezos; por eso, no tenían problema de marcharse por unas horas (pasada la noche podrían limpiarse ritualmente de nuevo… Bajaban y, sin embargo, parece que iban “de oficio”, bien puestos… Tenían cosas de Dios de las que tratar, iban llenos de templo… Por eso se separaron ante el hombre herido, con prepucio o sin prepucio, muerto o vivo

No se dice que “bajaba” sino que iba por allí (odeuôn). No se dice su oficio (pastor o traficante, kohen del Garizim o curioso….). Ciertamente, era un hombre de valor, pues, siendo samaritano se atrevía a pasar por un camino cercano a Jerusalén (aunque no se dice que entrara). Era un hombre sin más prejuicios que la humanidad. Mirando…tuvo compasión…Bien ha dicho el Papa que esta palabra es la central, la que recoge todo el mensaje del Antiguo Testamento donde Dios es “compasivo”, ser de entrañas… Pues bien, este samaritano es como Dios (esplagnisthê): simplemente, tiene compasión. [[En la parábola, el samaritano tiene que ser hombre, pues no era común que una mujer viajara así, a sola, por los caminos, siendo además samaritana... De todas maneras, el detalle de la compasión, como bien ha dicho el Papa, es más materno y femenino que masculino. Este samaritano es hombre de entrañas, como una buena mujer]].

Mirando… (idôn). Ésta es la palabra central. Sacerdote y levita también han mirado: de los dos se dice lo mismo (idôn)… Pero sólo el samaritano ha mirado y ha tenido compasión. Es también “como Dios”: el que mira a los heridos y oprimidos, como dice el Éxodo (Ex 3, 7-8). ¿Ha mirado el prepucio? ¡Lo más seguro que no le importaban los prepucios, las purezas judías, sagradas, de templo…! Le importaba el hombre… ¿Ha mirado si estaba muerto? ¡Ciertamente! Ha mirado, ha tocado y ha visto que estaba vivo. Ha tocado, está es la palabra. Sacerdote y levita no podían “tocar” cuerpos con prepucio, para no mancharse, pues acababan de tocar los vasos sagrados… El samaritano, en cambio, toca… Trae aceite, que es buena medicina, y limpia y cura las heridas… Trae una cabalgadura, que es buena ayuda para caminantes, y monta al herido…

¿Vestido espiritual? No se dice si el samaritano le vistió… aunque ahora ese detalle es secundario… ¡Seguro que le vistió, para ponerle en su cabalgadura (¿burro, caballo?), pero eso ha no importa… El herido va “vestido” con el amor de un hombre. El Papa tiene unas reflexiones espléndidas sobre el “vestido espiritual” (pág 241), en línea de pecado original (spoliatus, vulneratus…). Pero quizá pasa de largo ante algo que es previo: lo que importa aquí es curar y vestir al desnudo del camino… Pero dejemos ya esos detalles, dejemos al samaritano que camina ahora a pie (lleva en su “mula” al herido). No se nos dice si les lleva a Jerusalén, para dejarle en manos de los posaderos del templo (¿qué os parece?). No se nos dice si le lleva a Jericó, para ponerle en manos de la posada de la esquina de los publicanos (que allí los había, como bien sabe Lucas: 19, 5-8). Simplemente le lleva a un lugar donde puedan curarla, sin tener en cuenta si tiene o no tiene prepucio, como a un hombre.

Conclusión. Un prodigio de parábola “sin Dios”. Dios es importante, es lo central, como sabe y dice el Papa. Pero esta parábola es una parábola sin Dios, es decir, sin un Dios explícito. Es una parábola que va en contra de los profesionales de Dios (¿de aquellos? ¿de los de ahora?). Es un prodigio, no cita a Dios y sin embargo todo en ella es de Dios, todo es Dios. No cita a Dios, ni siquiera al final, para decirle al buen escriba (nomitos) que ha hecho las preguntas: “¡Vete con Dios"!. Ni eso le dice. Lo que importa aquí es la “misericordia” (eleos) y el que hace misericordia ese es como Dios, ese es Dios en la tierra, aunque no hable de Dios y sea un samaritano, aunque eso significa (¡y significa!) que dejemos a un lado el tema de los buenos o malos prepucios, el tema de muchas impurezas legales. La única impureza es no tener misericordia.  

Un programa esencial Samaritano: Caridad organizada, caridad concreta El sacerdote y el levita no se hacen prójimos, quizá por su misma identidad sagrada: son funcionarios de un templo, representantes de una sanidad y sacralidad organizada en torno al santuario de Israel, con sus sacrificios. Por el contrario, el samaritano no está determinado por ninguna religiosidad superior, de manera que puede hacerse prójimo concreto del hombre que está necesitado. «Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc.» (Benedicto XVI, Dios es amor 31). Desde ese fondo pueden distinguirse dos niveles.

(1) Las organizaciones caritativas o sociales de la Iglesia, comenzando por Cáritas (diocesana, nacional, internacional), han de hacer lo posible para poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempeñan estos cometidos. Éste es el nivel de la institución, nivel que en perspectiva estatal puede hallarse regulado por los principios de la justicia.

(2) Las personas concretas han de responder con el amor personal, que se vale de las instituciones, pero que las desborda. En este segundo sentido, el amor es siempre algo personal: un contacto directo, de hombre a hombre (varón o mujer), un contacto que permite descubrir, más allá de las instituciones (religiosas o políticas, económicas o sociales) el valor de la persona necesitada. Ciertamente, el samaritano de la parábola acude al posadero (institución) y le paga lo que cuesta el cuidado al hombre herido del camino. De esa manera influyen en el servicio de caridad una serie de elementos “objetivos” (el dinero del samaritano, el servicio “oficial” del posadero que cuida al herido…); pero esos elementos solo se pueden entender como una consecuencia del encuentro del samaritano que “ve” al herido como un hombre (como una persona necesitada) y tiene misericordia de él.

Esta es la misericordia que se expresa en forma de “amor samaritano”. Levita y sacerdote no puede tener esta misericordia, porque sus mismas leyes religiosas de pureza se lo impiden: no saben si el herido está muerto (si lo estuviere sería impuro, no podrían tocarle); no saben si el herido es un judío (si no lo fuere, si no pudieran ver su circuncisión… no podrían ayudarle, pues también sería impuro). Levita y sacerdote son miembros de un sistema que pone la pureza de la ley (el orden económico, la política de estado) por encima de la ayuda concreta al necesitado. Por el contrario, el samaritano es un hombre que puede y quiere ayudar al herido, cumpliendo de esa forma la palabra que dice amarás al prójimo como a ti mismo.

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